¿No tenía el PSOE otro candidato mejor que presentar a estos comicios? ¿No les da vergüenza designar a un señor que casi tiene que compaginar la campaña electoral con el banquillo de los acusados? ¿Es éste el pago que le hace Sánchez por haberle utilizado como obediente mamporrero en el caso de su hermano, el maestro Azagra? Al inquilino de La Moncloa no le importa nada de ello con tal de defender sus intereses, aunque estos vayan contra el interés general.
¿Cómo reaccionarán los extremeños ante esta ofensa? Porque realmente es una ofensa ofrecerles a un político procesado que dentro de unos meses puede acabar siendo condenado por corrupción. ¿Qué quedó de aquello de que en democracia son los más capacitados, los más preparados y los virtuosos quienes deben dirigir las instituciones? A juzgar por los hechos, el PSOE y su jefe tratan a Extremadura como una región de segunda división, cuyos habitantes no se merecen que les represente un candidato digno y capacitado.
El caso expuesto es un síntoma claro de que la democracia española está enferma. Renunciar a los mejores y optar por un presunto delincuente debería tener consecuencias prácticas. Una de ellas, la más importante, sería que los electores castigaran en masa al PSOE, un partido que chapotea en la corrupción. Negarle masivamente el voto sería una advertencia a los dirigentes políticos para hacerles saber que no todo vale. ¿A qué norma moral responde un elector que vota a un candidato procesado? ¿Se puede tragar con todo? ¿No es esa una forma de apuntillar la ya débil democracia? ¿Está tan adormecido el pueblo que es incapaz de hacer oír su voz crítica y de protesta?
Los extremeños tienen la oportunidad de rechazar estas componendas inmorales, que rozan lo ilegal. Podría ser una llamada de atención para el resto de España, que sufre la corrupción de sus dirigentes. O se reacciona ya o el autócrata se verá respaldado para seguir aferrado al poder aunque no cuente ni con Presupuestos, ni con mayoría en el Parlamento. Le da igual porque cuenta con el silencio cómplice de millones de personas acríticas, a las que los dilemas morales no les importa.
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