Anclado en la ilegitimidad
El inquilino de La Moncloa acaba de reiterar por enésima vez que piensa seguir en la poltrona hasta el último minuto de mandato; es decir, no convocará las elecciones generales hasta 2027. Pedro Sánchez resiste pese a todas sus mentiras e incumplimientos electorales, además de tener a su familia, Gobierno y partido chapoteando en el fango de la corrupción. El presidente mira hacia otro lado como si la cosa no fuera con él y prefiere mantenerse anclado en la ilegitimidad.
Como es sabido, ilegítimo no es lo mismo que ilegal, aunque se parecen mucho. Un acto ilegítimo implica una falta de justificación ética, moral o de justicia, aunque no necesariamente infrinja una ley específica. De lo primero, Sánchez va sobrado, y en cuanto a infringir una ley no lo necesita porque si ésta no le conviene, sencillamente la cambia. Eso es lo que hizo precisamente al cambiar la ley para derogar el delito de sedición y rebajar las penas por malversación a sus socios separatistas catalanes, condenados por el Tribunal Supremo. Sánchez y su Gobierno se rieron del alto tribunal para favorecer a los golpistas y lo hizo porque necesitaba sus votos para seguir en el poder.
Otras demostraciones de actuación ilegítima del Gobierno socialista son de sobra conocidas, como: asociarse con Bildu -los herederos políticos de los terroristas de ETA- pese a su promesa electoral en contrario, facilitando el acercamiento de etarras al País Vasco antes de su liberación y blanqueando medio siglo de actividad terrorista; el pacto con Podemos y el nombramiento de Pablo Iglesias como vicepresidente, pese a garantizar a sus electores que no lo haría nunca; el indulto a los presos separatistas del 'procés'; establecer una mesa de diálogo con el gobierno catalán de igual a igual para, posteriormente, prometerles una financiación privilegiada en detrimento de la igualdad entre los territorios, es decir, haciendo más rica a Cataluña a costa de empobrecer a otras Comunidades Autónomas.
Una grave actuación ilegítima más de este Gobierno es negarse a adelantar las elecciones pese a haber perdido el apoyo parlamentario en el Congreso y estar en minoría en el Senado. En esas condiciones no puede aprobar los Presupuestos -seguimos con los de 2022, ¡los de otra Legislatura!- y es incapaz de aprobar cualquier ley, lo que es de agradecer dado el cariz de algunas de sus leyes. No obstante, en el acto de celebración de la Constitución en el Congreso, Sánchez decía que se ve con apoyos para seguir. Una mentira más de un gobernante que es la vergüenza de España.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. Sánchez está en sus horas más bajas, rodeado de corrupción, con alguno de sus colaboradores más cercanos en la cárcel. No puede seguir manteniendo que él era ajeno a todos los chanchullos. Ahora dice que apenas conocía a Ábalos y no le extrañaría a nadie que cuando su mujer se siente en el banquillo proclame que tampoco la conoce. Los jueces tienen al presidente del Gobierno en su punto de mira y no sería improbable que llegaran a imputarle. Por todo ello, Sánchez debería ahorrarnos a los españoles la vergüenza de tener un Gobierno ilegítimo un minuto más. Convoque elecciones y ¡váyase!, aunque se lleve el Falcon.
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Como es sabido, ilegítimo no es lo mismo que ilegal, aunque se parecen mucho. Un acto ilegítimo implica una falta de justificación ética, moral o de justicia, aunque no necesariamente infrinja una ley específica. De lo primero, Sánchez va sobrado, y en cuanto a infringir una ley no lo necesita porque si ésta no le conviene, sencillamente la cambia. Eso es lo que hizo precisamente al cambiar la ley para derogar el delito de sedición y rebajar las penas por malversación a sus socios separatistas catalanes, condenados por el Tribunal Supremo. Sánchez y su Gobierno se rieron del alto tribunal para favorecer a los golpistas y lo hizo porque necesitaba sus votos para seguir en el poder.
Otras demostraciones de actuación ilegítima del Gobierno socialista son de sobra conocidas, como: asociarse con Bildu -los herederos políticos de los terroristas de ETA- pese a su promesa electoral en contrario, facilitando el acercamiento de etarras al País Vasco antes de su liberación y blanqueando medio siglo de actividad terrorista; el pacto con Podemos y el nombramiento de Pablo Iglesias como vicepresidente, pese a garantizar a sus electores que no lo haría nunca; el indulto a los presos separatistas del 'procés'; establecer una mesa de diálogo con el gobierno catalán de igual a igual para, posteriormente, prometerles una financiación privilegiada en detrimento de la igualdad entre los territorios, es decir, haciendo más rica a Cataluña a costa de empobrecer a otras Comunidades Autónomas.
Una grave actuación ilegítima más de este Gobierno es negarse a adelantar las elecciones pese a haber perdido el apoyo parlamentario en el Congreso y estar en minoría en el Senado. En esas condiciones no puede aprobar los Presupuestos -seguimos con los de 2022, ¡los de otra Legislatura!- y es incapaz de aprobar cualquier ley, lo que es de agradecer dado el cariz de algunas de sus leyes. No obstante, en el acto de celebración de la Constitución en el Congreso, Sánchez decía que se ve con apoyos para seguir. Una mentira más de un gobernante que es la vergüenza de España.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. Sánchez está en sus horas más bajas, rodeado de corrupción, con alguno de sus colaboradores más cercanos en la cárcel. No puede seguir manteniendo que él era ajeno a todos los chanchullos. Ahora dice que apenas conocía a Ábalos y no le extrañaría a nadie que cuando su mujer se siente en el banquillo proclame que tampoco la conoce. Los jueces tienen al presidente del Gobierno en su punto de mira y no sería improbable que llegaran a imputarle. Por todo ello, Sánchez debería ahorrarnos a los españoles la vergüenza de tener un Gobierno ilegítimo un minuto más. Convoque elecciones y ¡váyase!, aunque se lleve el Falcon.

























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