Jueves, 27 de Noviembre de 2025

Actualizada Jueves, 27 de Noviembre de 2025 a las 09:37:59 horas

EMILIO SUÑÉ
Jueves, 27 de Noviembre de 2025

La corrupción moral: Los corruptos como corruptores

Montesquieu tiene toda la autoridad moral, para hablar de Democracia. Y es él quien dice: “Cuando en un Gobierno popular las leyes dejan de cumplirse, el Estado está ya perdido, puesto que esto sólo ocurre como consecuencia de la corrupción de la República”.


Fíjense bien. No habla tanto de la corrupción de los gobernantes, como de a lo que esto conduce, a la corrupción de la Democracia misma (res publica). La espoleta es el incumplimiento de la Ley, lo que es responsabilidad obvia de quienes deben cumplirla y hacerla respetar: gobierno y jueces. El ejemplo más claro es esa plaga que son los okupas. No cambiaron las leyes, hasta la Ley de Vivienda de 2023, con la que, en el colmo del cinismo, políticos corruptos facilitaron la okupación, que ya estaba descontrolada desde 2016, sin ningún cambio legislativo anterior que lo provocase. Sencillamente se relajó el control policial, porque lo ordenó el mando político, al que la policía sólo puede obedecer. Los jueces cedieron a la presión política en favor de la okupación, con la regla de las 48 horas, en que podía intervenir la policía sin orden judicial, que es una regla de origen jurisprudencial, no legal. ¡Y la gente creía que había que cambiar la Ley!
 
Fue pura degeneración de las instituciones, debida a la cultura de la corrupción, basada en la demagogia política; es decir, en la mentira y la hipocresía. ¿Saben ustedes que el Presidente del Gobierno cobra bastante menos dinero que un Director General? Es fácil de entender: Él es el símbolo del derroche del dinero público, porque está en el escaparate. Ningún cargo público debiera cobrar más que el Presidente del Gobierno; pero todos los altos cargos cobran más que él. ¿Quieren más razones? El sueldo es la menor de sus prebendas. Incluso ha habido Presidentes y jefes de partido, que además de su sueldo oficial han cobrado otros, incluido un sobresueldo del partido, lo que es éticamente inaceptable, porque los partidos políticos son asociaciones de régimen especial, pero sin ánimo de lucro, y para más inri, la mayor parte de sus ingresos proceden de la financiación pública, es decir, del bolsillo del sufrido contribuyente.
 
Si esto es así, ¿por qué los militantes de los partidos, además de la cuota de partido, han de donarle parte de su sueldo, cuando acceden a cargos públicos? Sencillo, porque el cargo no está para servir, sino para repartir sinecuras entre los correligionarios. Ya saben, doy para que des, etc., con omertà, claro está. En mi juventud, era frecuente que para ocupar cargos de contenido técnico, buscasen al experto, aunque pocas veces en los más altos. Hoy, estos cargos los ocupa cualquier militante, por inútil que sea, y ahí realiza su aprendizaje, del que saldrá a la vida civil como experto. El mundo al revés. Analicen el mecanismo: donas parte de tu sueldo para que el partido te coloque. Es la pedagogía misma de la corrupción, que a través de la pedrea de contratitos y subvenciones varias, nutre con las mayores tajadas a las bases del partido, y con las menores, con subsidios y paguitas, al que no quiere trabajar, a cambio de su voto, de manera que el que trabaja con el salario mínimo, por mucho que lo suban, o el autónomo, al que además crucifican a impuestos, se siente como un idiota y deja de trabajar, de forma que la cultura de la corrupción se socializa y nos arruina. ¿Hasta cuándo? Ya saben: el que venga, que arree.
 
El sagaz Montesquieu lo había predicho: “No se puede dar mucho al pueblo sin sacar aún más de él, pero para hacerlo hay que derribar al Estado. Cuanto más se obtiene en apariencia de su libertad, más próximo está el momento en que debe perderse. Surgen entonces pequeños tiranos que tienen los vicios de uno solo, y pronto se hace insoportable lo que resta de libertad: un tirano único se eleva por encima de todos y el pueblo pierde hasta las ventajas de la corrupción”. En eso estamos: de la Democracia a la demagogia y de ésta a la tiranía, camino del totalitarismo. Si no nos ponemos las pilas pronto, nos espera un panorama feo, y más aún, desolador.
 
 
 
Emilio Suñé Llinás es catedrático de Filosofía del Derecho y Derecho Informático de la Universidad Complutense de Madrid.
Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.37

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.