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Miércoles, 19 de Noviembre de 2025
Publican 'Juan Carlos I, la construcción de un rey'
Stanley G. Payne y Jesús Palacios retratan la personalidad humana y política del rey emérito
En el cincuenta aniversario de la coronación como Rey de España, el hispanista Stanley G. Payne y el historiador Jesús Palacios publican el libro 'Juan Carlos I, la construcción de un rey', un completo y objetivo estudio sobre la personalidad humana, íntima y política del monarca durante sus primeros años de reinado y el punto de inflexión que supuso el golpe de Estado de 1981.
Sobre Juan Carlos I se han escrito muchos libros, la mayor parte de ellos desde la hagiografía, otros de pura propaganda, algunos trabajos de historiadores bajo un prisma de servilismo y tergiversación, y otras obras críticas sin reflexión ni análisis. También es cierto que hasta hace pocos años su figura estuvo blindada por una férrea censura y era muy difícil, por no decir que imposible, afrontarla de manera ecuánime.
Payne y Palacios han llevado a cabo una investigación exhaustiva en los fondos desclasificados de diferentes administraciones norteamericanas, fuentes primarias de diversos archivos españoles y numerosos testimonios directos. El resultado es este libro exhaustivo en el que aportan 1.300 documentos de la administración estadounidense.
El libro de Payne y Palacios analiza los aspectos más controvertidos de los primeros años del reinado del Emérito con los cambios políticos que trajo consigo la Transición y su tortuoso camino y acaba en una fecha clave para Juan Carlos y España: el 23-F. Un golpe que Palacios define como "cívico-político" e "institucional". La figura del anterior Jefe del Estado y su papel en el golpe de 1981 empieza a estar cuestionada desde algunos sectores. Jesús Palacios lo tiene claro: "Sin el consentimiento de Juan Carlos no habría habido un 23-F".
A continuación, recogemos algunos extractos del libro, publicado por La Esfera de los Libros
Sobre el 23-F
Toda la operación del 23-F, su génesis, desarrollo y ejecución, contó con el conocimiento del monarca y de su aprobación: «¡A mí dádmelo hecho!», afirmó en varias ocasiones. Todo pasó por el rey, que tuvo una actitud activa antes del golpe, pero durante las horas de su ejecución Juan Carlos se mantuvo pasivo por miedo y estuvo «a verlas venir».
El 23-F fue un golpe institucional para corregir el rumbo errático de la Transición. Fue una operación sobre el sistema, tramada, desarrollada y ejecutada desde dentro del sistema para corregir el propio sistema. Sin la decisión del rey jamás hubiera habido un 23-F. Como tampoco sin el entusiasta apoyo y compromiso del Partido Socialista, quien en los meses previos al 23-F fue el mejor relaciones públicas del general Armada y del gobierno de concentración nacional.
El golpe institucional del 23-F estuvo diseñado en dos fases en compartimentos estancos diferentes y no reconocibles entre una y otra. La primera fue la puesta en marcha o ejecución del SAM (Supuesto Anticonstitucional Máximo) llevado a cabo por Tejero y su fuerza de guardias civiles asaltando el Congreso de los Diputados. La segunda fase de la operación fue la entrada en escena del general Armada, que tenía la misión de restituir la legalidad constitucional con la propuesta y votación en el Congreso de un gobierno de concentración presidido por él y con Felipe González de vicepresidente, que había sido previamente pactado en el otoño pasado. El rey tuvo incluso intención de desplazarse al Congreso para sancionarlo. Pero al frustrarlo Tejero con su acto de rebelión, el golpe u operación institucional se transformó en un golpe clásico. De haber alcanzado el general Armada su objetivo, hubiera quedado al mismo nivel que el rey Juan Carlos; esto es, como salvador del sistema y de la democracia.
El golpe institucional del 23-F quiso corregir los inicios negativos de la Transición, que no empujara a la nación y a los españoles hacia el suicidio colectivo, sobre el que tanto insistió Tarradellas. Tras su fracaso, los líderes políticos implicados en el golpe se inventaron que el rey había salvado la democracia, cuando esta nunca estuvo en riesgo. Dijeron que Juan Carlos se había ganado aquella noche la «legitimidad de ejercicio» y se pusieron a disimular detrás de una pancarta con el lema «dictadura no, democracia sí». Y a sepultarlo todo bajo una cloaca de mentiras sobre el golpe de involución, que introdujo a las Fuerzas Armadas en el túnel del tiempo. Sin embargo, el fracaso del 23-F también sellaría el fracaso del propio reinado de Juan Carlos.
La muerte del infante Alfonsito
El Jueves Santo de 1956 en la residencia de don Juan en Estoril, Alfonsito quería jugar con su hermano mientras este estaba en su mesa de estudio. En un momento y dejándose llevar por el juego, Juan Carlos levantó la vista del estudio, extrajo de la mesa la pistola empuñándola, se volvió hacia su hermano, que estaba a menos de dos metros, y apuntándole a la cabeza le dijo: «El que estás muerto eres tú». Y apretó el gatillo, sonando un disparo seco… «Mientras me lo contaba muy tranquilamente hablaba como si se refiriera a otra persona, y me dijo: “Fíjate, con tan buena puntería que le di aquí” —señalándose con el dedo índice la frente entre ceja y ceja—» (testimonio de Sabino Fernández Campo).
Juan Carlos sucesor de Franco
El objetivo de Juan Carlos fue ser el sucesor de Franco por encima de todo y de todos. Para ello consiguió el firme apoyo de la familia real griega, de la reina Victoria Eugenia y de Carrero Blanco y López Rodó principalmente.
USA tutela a Juan Carlos y la Transición
Nada más ser designado Juan Carlos sucesor de Franco, las administraciones Nixon y Ford y especialmente Henry Kissinger, primero como consejero de Seguridad Nacional y luego como secretario de Estado, pusieron especial interés en tutelar al joven príncipe que ofrecía muy poco sobre su preparación y capacidades.
Tanto Nixon como Kissinger sentían una grave preocupación al comprobar que el simpático príncipe español era muy flojo, falto de consistencia y de principios, y temían que no supiera mantener y conservar «sólido el fuerte». Ambos intentaron frenar el ímpetu de Juan Carlos por acometer los cambios políticos de forma acelerada. Sin embargo, el príncipe hizo caso omiso de esos consejos afirmando que él seguiría un camino diferente al del régimen; hacia la democracia liberal.
Magnicidio de Carrero Blanco
En toda la documentación desclasificada de la CIA, Secretaría de Estado, Bibliotecas Nixon-Ford, NARA…, no hay informes o análisis que indiquen un plan, objetivo o deseo de eliminar al presidente Carrero Blanco. Por el contrario, toda la documentación muestra que a Nixon-Kissinger les gustaba Carrero y lo apoyaban. Estados Unidos deseaba un liderazgo fuerte en España que impidiera la anarquía que tanto temía Kissinger.
En los tres agujeros negros de la Transición —el magnicidio de Carrero, la operación institucional 23-F y los atentados del 11-M, hay un nexo común. En los tres subyace —presumiblemente en los casos de Carrero y el 11-M, y con toda certeza en el 23-F— la mano negra de los servicios de inteligencia o policiales. El objetivo en los tres era cambiar el rumbo político de España en esos momentos. Los tres tienen un origen doméstico, nacional, pero en todos se pusieron en marcha operaciones de intoxicación; la CIA en el caso de Carrero, militares golpistas nostálgicos del franquismo en el 23-F, y terroristas islamistas de la nada con los servicios de inteligencia de Marruecos y Francia en el 11-M.
Marcha Verde
Juan Carlos, jefe de Estado en funciones, envió a Washington a Manuel Prado y Colón de Carvajal para pedirle a Kissinger que le ayudara a parar la Marcha Verde, puesto que estaba dispuesto a entregar el Sahara a Marruecos y le preocupaba que el ejército sintiera que estaba siendo expulsado del territorio de forma humillante. USA apoyó la entrega del Sahara a Marruecos y para Kissinger lo más urgente era «pacificar» a los militares españoles. Las Fuerzas Armadas fueron absolutamente leales al rey en todo momento y sin restricción alguna. Pero el rey traicionó al ejército en la Marcha Verde, en la legalización del Partido Comunista y volvería a traicionarlo en el 23-F.
Juan Carlos intentó derrocar a Franco moribundo
Un mes antes del óbito de Franco, Juan Carlos pidió al embajador de los USA en Madrid que la administración Ford presionara a Arias para que se le traspasaran los plenos poderes. Kissinger se negó rotundamente ante el temor de ser acusado de derrocar a Franco en contra de su voluntad.
Don Juan-Juan Carlos
Don Juan disputó la corona a su hijo hasta el último momento, para lo que incluso estuvo dispuesto a pactar con Santiago Carrillo. Juan Carlos impidió que su padre lanzara un tercer manifiesto contra su hijo en París en noviembre de 1975 al enviarle al general Díez Alegría, quien le aseguró que las Fuerzas Armadas apoyaban a Juan Carlos y no a él.
Legalización del Partido Comunista
Juan Carlos, primero como jefe de Estado en funciones y después como rey, intentó neutralizar los contactos que don Juan mantenía con Carrillo asegurándole a través de Nicolás Franco y luego de Manuel Prado y Colón de Carvajal, que él satisfaría sus peticiones pidiéndole tiempo. En septiembre de 1976 el presidente Suárez, por orden del rey, aseguró al ejército que en el proceso de reformas el Partido Comunista no sería legalizado. Siete meses después, en abril de 1977 el gobierno, sin previo aviso, legalizó el Partido Comunista. El ejército se sintió traicionado, pero no se rebeló.
Juan Carlos y la corrupción
Juan Carlos inició como jefe del Estado —que se sepa— su condición de depredador del dinero —que uniría al ya conocido de depredador sexual—, con peticiones a «sus hermanos» de las ricas naciones petrolíferas del Oriente Medio. Para ello utilizó la mediación de su «embajador para todo» Manolo Prado y Colón de Carvajal que, en este asunto, tenía el cometido de enviar cartas oficiales firmadas por el rey desde Zarzuela. Para ello, entraría en contacto con la monarquía saudí, el emir de Kuwait, emiratos del Golfo y, naturalmente, con el sha de Persia.
El mensaje era similar para todos. La joven monarquía española tenía que consolidarse y asegurar un firme sistema democrático que no pusiera en riesgo su propia estabilidad, para lo que era necesario el envío de regalos —donaciones— que, normalmente, oscilaban entre los diez y los cien millones de dólares, para «ayudar al desarrollo de la democracia y la solidez de la Corona». Las respuestas fueron en su mayoría positivas y, casi siempre, a fondo perdido. Una de esas cartas la envió el rey al sha de Persia a los pocos días de celebradas las elecciones del 15 de junio de 1977.
LOS AUTORES
Jesús Palacios es periodista, escritor e historiador especializado en historia contemporánea. Ha publicado varios libros de estricto corte histórico sobre el siglo XX de España, que, a juicio de especialistas e historiadores, han supuesto una contribución fundamental al esclarecimiento de los hechos decisivos de su tiempo. Es autor de Los papeles secretos de Franco (1996), La España totalitaria: las raíces del franquismo, 1934-1946 (1999) y 23 F: El golpe del Cesid (2001).
El general Sabino Fernández Campo, ex jefe de la Casa de Su Majestad el Rey, ha afirmado: «A Jesús Palacios le deberá la Historia de los últimos tiempos muchas aclaraciones que contribuirán a que en el futuro se tenga un concepto más exacto, más neutral y más independiente de lo sucedido en momentos decisivos de la vida de nuestro país.»
Stanley G. Payne (1934) es catedrático emérito de Historia en la Universidad de Wisconsin-Madison. También es miembro de la American Academy of Arts and Sciences (equivalente a la Real Academia de la Historia española). Ha recibido la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y es doctor honoris causa por la Universidad Rey Juan Carlos.
Es autor de numerosos libros, muchos de ellos dedicados a la historia contemporánea española. En La Esfera ha publicado con gran éxito: El colapso de la República: los orígenes de la Guerra Civil. 1933-1936, Franco y Hitler. España, Alemania, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto y, con Jesús Palacios, Franco, mi padre. Testimonio de Carmen Franco, la hija del Caudillo.
![[Img #166043]](https://madridpress.com/upload/images/11_2025/6671_juan-carlos-i.jpg)
Sobre Juan Carlos I se han escrito muchos libros, la mayor parte de ellos desde la hagiografía, otros de pura propaganda, algunos trabajos de historiadores bajo un prisma de servilismo y tergiversación, y otras obras críticas sin reflexión ni análisis. También es cierto que hasta hace pocos años su figura estuvo blindada por una férrea censura y era muy difícil, por no decir que imposible, afrontarla de manera ecuánime.
Payne y Palacios han llevado a cabo una investigación exhaustiva en los fondos desclasificados de diferentes administraciones norteamericanas, fuentes primarias de diversos archivos españoles y numerosos testimonios directos. El resultado es este libro exhaustivo en el que aportan 1.300 documentos de la administración estadounidense.
El libro de Payne y Palacios analiza los aspectos más controvertidos de los primeros años del reinado del Emérito con los cambios políticos que trajo consigo la Transición y su tortuoso camino y acaba en una fecha clave para Juan Carlos y España: el 23-F. Un golpe que Palacios define como "cívico-político" e "institucional". La figura del anterior Jefe del Estado y su papel en el golpe de 1981 empieza a estar cuestionada desde algunos sectores. Jesús Palacios lo tiene claro: "Sin el consentimiento de Juan Carlos no habría habido un 23-F".
A continuación, recogemos algunos extractos del libro, publicado por La Esfera de los Libros
Sobre el 23-F
Toda la operación del 23-F, su génesis, desarrollo y ejecución, contó con el conocimiento del monarca y de su aprobación: «¡A mí dádmelo hecho!», afirmó en varias ocasiones. Todo pasó por el rey, que tuvo una actitud activa antes del golpe, pero durante las horas de su ejecución Juan Carlos se mantuvo pasivo por miedo y estuvo «a verlas venir».
El 23-F fue un golpe institucional para corregir el rumbo errático de la Transición. Fue una operación sobre el sistema, tramada, desarrollada y ejecutada desde dentro del sistema para corregir el propio sistema. Sin la decisión del rey jamás hubiera habido un 23-F. Como tampoco sin el entusiasta apoyo y compromiso del Partido Socialista, quien en los meses previos al 23-F fue el mejor relaciones públicas del general Armada y del gobierno de concentración nacional.
El golpe institucional del 23-F estuvo diseñado en dos fases en compartimentos estancos diferentes y no reconocibles entre una y otra. La primera fue la puesta en marcha o ejecución del SAM (Supuesto Anticonstitucional Máximo) llevado a cabo por Tejero y su fuerza de guardias civiles asaltando el Congreso de los Diputados. La segunda fase de la operación fue la entrada en escena del general Armada, que tenía la misión de restituir la legalidad constitucional con la propuesta y votación en el Congreso de un gobierno de concentración presidido por él y con Felipe González de vicepresidente, que había sido previamente pactado en el otoño pasado. El rey tuvo incluso intención de desplazarse al Congreso para sancionarlo. Pero al frustrarlo Tejero con su acto de rebelión, el golpe u operación institucional se transformó en un golpe clásico. De haber alcanzado el general Armada su objetivo, hubiera quedado al mismo nivel que el rey Juan Carlos; esto es, como salvador del sistema y de la democracia.
El golpe institucional del 23-F quiso corregir los inicios negativos de la Transición, que no empujara a la nación y a los españoles hacia el suicidio colectivo, sobre el que tanto insistió Tarradellas. Tras su fracaso, los líderes políticos implicados en el golpe se inventaron que el rey había salvado la democracia, cuando esta nunca estuvo en riesgo. Dijeron que Juan Carlos se había ganado aquella noche la «legitimidad de ejercicio» y se pusieron a disimular detrás de una pancarta con el lema «dictadura no, democracia sí». Y a sepultarlo todo bajo una cloaca de mentiras sobre el golpe de involución, que introdujo a las Fuerzas Armadas en el túnel del tiempo. Sin embargo, el fracaso del 23-F también sellaría el fracaso del propio reinado de Juan Carlos.
La muerte del infante Alfonsito
El Jueves Santo de 1956 en la residencia de don Juan en Estoril, Alfonsito quería jugar con su hermano mientras este estaba en su mesa de estudio. En un momento y dejándose llevar por el juego, Juan Carlos levantó la vista del estudio, extrajo de la mesa la pistola empuñándola, se volvió hacia su hermano, que estaba a menos de dos metros, y apuntándole a la cabeza le dijo: «El que estás muerto eres tú». Y apretó el gatillo, sonando un disparo seco… «Mientras me lo contaba muy tranquilamente hablaba como si se refiriera a otra persona, y me dijo: “Fíjate, con tan buena puntería que le di aquí” —señalándose con el dedo índice la frente entre ceja y ceja—» (testimonio de Sabino Fernández Campo).
Juan Carlos sucesor de Franco
El objetivo de Juan Carlos fue ser el sucesor de Franco por encima de todo y de todos. Para ello consiguió el firme apoyo de la familia real griega, de la reina Victoria Eugenia y de Carrero Blanco y López Rodó principalmente.
USA tutela a Juan Carlos y la Transición
Nada más ser designado Juan Carlos sucesor de Franco, las administraciones Nixon y Ford y especialmente Henry Kissinger, primero como consejero de Seguridad Nacional y luego como secretario de Estado, pusieron especial interés en tutelar al joven príncipe que ofrecía muy poco sobre su preparación y capacidades.
Tanto Nixon como Kissinger sentían una grave preocupación al comprobar que el simpático príncipe español era muy flojo, falto de consistencia y de principios, y temían que no supiera mantener y conservar «sólido el fuerte». Ambos intentaron frenar el ímpetu de Juan Carlos por acometer los cambios políticos de forma acelerada. Sin embargo, el príncipe hizo caso omiso de esos consejos afirmando que él seguiría un camino diferente al del régimen; hacia la democracia liberal.
Magnicidio de Carrero Blanco
En toda la documentación desclasificada de la CIA, Secretaría de Estado, Bibliotecas Nixon-Ford, NARA…, no hay informes o análisis que indiquen un plan, objetivo o deseo de eliminar al presidente Carrero Blanco. Por el contrario, toda la documentación muestra que a Nixon-Kissinger les gustaba Carrero y lo apoyaban. Estados Unidos deseaba un liderazgo fuerte en España que impidiera la anarquía que tanto temía Kissinger.
En los tres agujeros negros de la Transición —el magnicidio de Carrero, la operación institucional 23-F y los atentados del 11-M, hay un nexo común. En los tres subyace —presumiblemente en los casos de Carrero y el 11-M, y con toda certeza en el 23-F— la mano negra de los servicios de inteligencia o policiales. El objetivo en los tres era cambiar el rumbo político de España en esos momentos. Los tres tienen un origen doméstico, nacional, pero en todos se pusieron en marcha operaciones de intoxicación; la CIA en el caso de Carrero, militares golpistas nostálgicos del franquismo en el 23-F, y terroristas islamistas de la nada con los servicios de inteligencia de Marruecos y Francia en el 11-M.
Marcha Verde
Juan Carlos, jefe de Estado en funciones, envió a Washington a Manuel Prado y Colón de Carvajal para pedirle a Kissinger que le ayudara a parar la Marcha Verde, puesto que estaba dispuesto a entregar el Sahara a Marruecos y le preocupaba que el ejército sintiera que estaba siendo expulsado del territorio de forma humillante. USA apoyó la entrega del Sahara a Marruecos y para Kissinger lo más urgente era «pacificar» a los militares españoles. Las Fuerzas Armadas fueron absolutamente leales al rey en todo momento y sin restricción alguna. Pero el rey traicionó al ejército en la Marcha Verde, en la legalización del Partido Comunista y volvería a traicionarlo en el 23-F.
Juan Carlos intentó derrocar a Franco moribundo
Un mes antes del óbito de Franco, Juan Carlos pidió al embajador de los USA en Madrid que la administración Ford presionara a Arias para que se le traspasaran los plenos poderes. Kissinger se negó rotundamente ante el temor de ser acusado de derrocar a Franco en contra de su voluntad.
Don Juan-Juan Carlos
Don Juan disputó la corona a su hijo hasta el último momento, para lo que incluso estuvo dispuesto a pactar con Santiago Carrillo. Juan Carlos impidió que su padre lanzara un tercer manifiesto contra su hijo en París en noviembre de 1975 al enviarle al general Díez Alegría, quien le aseguró que las Fuerzas Armadas apoyaban a Juan Carlos y no a él.
Legalización del Partido Comunista
Juan Carlos, primero como jefe de Estado en funciones y después como rey, intentó neutralizar los contactos que don Juan mantenía con Carrillo asegurándole a través de Nicolás Franco y luego de Manuel Prado y Colón de Carvajal, que él satisfaría sus peticiones pidiéndole tiempo. En septiembre de 1976 el presidente Suárez, por orden del rey, aseguró al ejército que en el proceso de reformas el Partido Comunista no sería legalizado. Siete meses después, en abril de 1977 el gobierno, sin previo aviso, legalizó el Partido Comunista. El ejército se sintió traicionado, pero no se rebeló.
Juan Carlos y la corrupción
Juan Carlos inició como jefe del Estado —que se sepa— su condición de depredador del dinero —que uniría al ya conocido de depredador sexual—, con peticiones a «sus hermanos» de las ricas naciones petrolíferas del Oriente Medio. Para ello utilizó la mediación de su «embajador para todo» Manolo Prado y Colón de Carvajal que, en este asunto, tenía el cometido de enviar cartas oficiales firmadas por el rey desde Zarzuela. Para ello, entraría en contacto con la monarquía saudí, el emir de Kuwait, emiratos del Golfo y, naturalmente, con el sha de Persia.
El mensaje era similar para todos. La joven monarquía española tenía que consolidarse y asegurar un firme sistema democrático que no pusiera en riesgo su propia estabilidad, para lo que era necesario el envío de regalos —donaciones— que, normalmente, oscilaban entre los diez y los cien millones de dólares, para «ayudar al desarrollo de la democracia y la solidez de la Corona». Las respuestas fueron en su mayoría positivas y, casi siempre, a fondo perdido. Una de esas cartas la envió el rey al sha de Persia a los pocos días de celebradas las elecciones del 15 de junio de 1977.
LOS AUTORES
Jesús Palacios es periodista, escritor e historiador especializado en historia contemporánea. Ha publicado varios libros de estricto corte histórico sobre el siglo XX de España, que, a juicio de especialistas e historiadores, han supuesto una contribución fundamental al esclarecimiento de los hechos decisivos de su tiempo. Es autor de Los papeles secretos de Franco (1996), La España totalitaria: las raíces del franquismo, 1934-1946 (1999) y 23 F: El golpe del Cesid (2001).
El general Sabino Fernández Campo, ex jefe de la Casa de Su Majestad el Rey, ha afirmado: «A Jesús Palacios le deberá la Historia de los últimos tiempos muchas aclaraciones que contribuirán a que en el futuro se tenga un concepto más exacto, más neutral y más independiente de lo sucedido en momentos decisivos de la vida de nuestro país.»
Stanley G. Payne (1934) es catedrático emérito de Historia en la Universidad de Wisconsin-Madison. También es miembro de la American Academy of Arts and Sciences (equivalente a la Real Academia de la Historia española). Ha recibido la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica y es doctor honoris causa por la Universidad Rey Juan Carlos.
Es autor de numerosos libros, muchos de ellos dedicados a la historia contemporánea española. En La Esfera ha publicado con gran éxito: El colapso de la República: los orígenes de la Guerra Civil. 1933-1936, Franco y Hitler. España, Alemania, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto y, con Jesús Palacios, Franco, mi padre. Testimonio de Carmen Franco, la hija del Caudillo.




























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