Sánchez, mira al norte (y Feijóo también, por favor)
Están pasando aquí tantas cosas que resulta difícil mirar más allá de los Pirineos, olvidando aquello, sin duda exagerado, de que, cuando Francia estornuda, España pilla una pulmonía. O que cuando en el Reino Unido les duelen las muelas, aquí hay que acudir urgentemente al dentista.
Pues bien, Francia y Gran Bretaña afrontan una semana decisiva no sólo para la estabilidad de sus por otra parte tambaleantes gobiernos, sino incluso para los respectivos sistemas. El Gobierno español, que se asienta sobre una debilidad que se extiende hasta lo institucional, bien haría en meditar lo que está ocurriendo en una Europa en la que solo Alemania parece, de momento, a salvo de sobresaltos.
Porque, este lunes, el primer ministro francés, François Peyrou, perderá con casi toda probabilidad la cuestión de confianza a la que se sometió cuando las fuerzas políticas rechazaron su plan de estabilidad pretendiendo ahorrar 44.000 millones de euros en recortes presupuestarios. Francia es nación poco dada a ajustarse el cinturón, y los llamamientos de Peyrou a garantizar el bienestar de las generaciones futuras, de los 'zetas', no hallaron eco, poniendo en serio riesgo también la pervivencia política de Macron, uno de los pilares de la Unión Europea. Y ¿quién está ahí, al acecho de cualquier tropiezo de Macron, que más que el jefe del Estado empieza a ser el último eslabón del sistema? Claro, ahí aguarda Marine Le Pen.
Más o menos como en el Reino Unido, donde el penúltimo socialdemócrata (el último es Pedro Sánchez), Keir Starmer, acaba de sufrir un duro golpe con la salida de su 'número dos', la viceprimera ministra Angela Reyner, una figura carismática que ha tenido que dimitir cuando se descubrió que evadía impuestos (allí se dimite por esas cosas). Starmer tiene, dicen las encuestas, apenas un 20 por ciento de popularidad, y se tambalea. Y ¿quién está ahí, al acecho de cualquier tropiezo de Starmer, que más que el primer ministro es la última oportunidad de sensatez política en Gran Bretaña y de vuelta a los cauces de la UE? Claro, ahí aguarda el líder de Reforma UK, el ultraderechista Nigel Farage.
Dispuesto, como Le Pen, como los ultras austriacos u holandeses, o como la propia Meloni (que, con todo, es lo más presentable en el modo ultraderecha), a dar un giro a todo lo que significa la vieja, buena, Europa. Contra quienes atentan contra las formas sólidas de la democracia, lo mejor es más democracia. Es en ese sentido en el que yo creo que deben meditar las fuerzas políticas moderadas (o no tanto) españolas. Sánchez se salta muchas vallas en los cánones democráticos, muchas. Incluso no respeta algunos artículos de la Constitución. Pero Feijoo sigue equivocándose, ahora equiparando a Sánchez con Franco, un nombre que bien enterrado está ahí, en la soledad de Mingorrubio. Lo que vimos en la apertura del Año Judicial no puede sino reforzar los llamamientos a un entendimiento entre las dos principales fuerzas políticas españolas para reforzar la democracia, olvidando el juego de tronos que tanto nos está desgastando. Elecciones, ya.
No parecen ir por ahí los tiros, precisamente. Sánchez, mirando torpemente a Europa, parece decirnos: "¿veis lo que pasa con tanta cuestión de confianza y tanta convocatoria electoral, con tanto Presupuesto restrictivo?. Pues está claro: lo mejor es no hacer nada de eso". Así que nos enfrentamos a semanas de inútil bronca política, con la comparecencia de Begoña Gómez ante un juez perseguidor (y siento mucho decirlo) y más coletazos de los casos Abalos, Cerdán, Koldo, y todo eso que tanto sirve para distanciar a los ciudadanos, que, aburridos, miran siempre hacia otro lado, de sus representantes políticos.
En fin, me parece esta una buena oportunidad para llamar de nuevo a la reflexión: Sánchez, Feijoo, mirad al norte y pensad en aquello de las barbas del vecino. Y aquí, ya sabéis que el barbero, navaja en mano, también mira al norte, pero ilusionado con el horizonte dorado de Le Pen y Farage, por ejemplo. Al fin y al cabo, son de los suyos.
Pues bien, Francia y Gran Bretaña afrontan una semana decisiva no sólo para la estabilidad de sus por otra parte tambaleantes gobiernos, sino incluso para los respectivos sistemas. El Gobierno español, que se asienta sobre una debilidad que se extiende hasta lo institucional, bien haría en meditar lo que está ocurriendo en una Europa en la que solo Alemania parece, de momento, a salvo de sobresaltos.
Porque, este lunes, el primer ministro francés, François Peyrou, perderá con casi toda probabilidad la cuestión de confianza a la que se sometió cuando las fuerzas políticas rechazaron su plan de estabilidad pretendiendo ahorrar 44.000 millones de euros en recortes presupuestarios. Francia es nación poco dada a ajustarse el cinturón, y los llamamientos de Peyrou a garantizar el bienestar de las generaciones futuras, de los 'zetas', no hallaron eco, poniendo en serio riesgo también la pervivencia política de Macron, uno de los pilares de la Unión Europea. Y ¿quién está ahí, al acecho de cualquier tropiezo de Macron, que más que el jefe del Estado empieza a ser el último eslabón del sistema? Claro, ahí aguarda Marine Le Pen.
Más o menos como en el Reino Unido, donde el penúltimo socialdemócrata (el último es Pedro Sánchez), Keir Starmer, acaba de sufrir un duro golpe con la salida de su 'número dos', la viceprimera ministra Angela Reyner, una figura carismática que ha tenido que dimitir cuando se descubrió que evadía impuestos (allí se dimite por esas cosas). Starmer tiene, dicen las encuestas, apenas un 20 por ciento de popularidad, y se tambalea. Y ¿quién está ahí, al acecho de cualquier tropiezo de Starmer, que más que el primer ministro es la última oportunidad de sensatez política en Gran Bretaña y de vuelta a los cauces de la UE? Claro, ahí aguarda el líder de Reforma UK, el ultraderechista Nigel Farage.
Dispuesto, como Le Pen, como los ultras austriacos u holandeses, o como la propia Meloni (que, con todo, es lo más presentable en el modo ultraderecha), a dar un giro a todo lo que significa la vieja, buena, Europa. Contra quienes atentan contra las formas sólidas de la democracia, lo mejor es más democracia. Es en ese sentido en el que yo creo que deben meditar las fuerzas políticas moderadas (o no tanto) españolas. Sánchez se salta muchas vallas en los cánones democráticos, muchas. Incluso no respeta algunos artículos de la Constitución. Pero Feijoo sigue equivocándose, ahora equiparando a Sánchez con Franco, un nombre que bien enterrado está ahí, en la soledad de Mingorrubio. Lo que vimos en la apertura del Año Judicial no puede sino reforzar los llamamientos a un entendimiento entre las dos principales fuerzas políticas españolas para reforzar la democracia, olvidando el juego de tronos que tanto nos está desgastando. Elecciones, ya.
No parecen ir por ahí los tiros, precisamente. Sánchez, mirando torpemente a Europa, parece decirnos: "¿veis lo que pasa con tanta cuestión de confianza y tanta convocatoria electoral, con tanto Presupuesto restrictivo?. Pues está claro: lo mejor es no hacer nada de eso". Así que nos enfrentamos a semanas de inútil bronca política, con la comparecencia de Begoña Gómez ante un juez perseguidor (y siento mucho decirlo) y más coletazos de los casos Abalos, Cerdán, Koldo, y todo eso que tanto sirve para distanciar a los ciudadanos, que, aburridos, miran siempre hacia otro lado, de sus representantes políticos.
En fin, me parece esta una buena oportunidad para llamar de nuevo a la reflexión: Sánchez, Feijoo, mirad al norte y pensad en aquello de las barbas del vecino. Y aquí, ya sabéis que el barbero, navaja en mano, también mira al norte, pero ilusionado con el horizonte dorado de Le Pen y Farage, por ejemplo. Al fin y al cabo, son de los suyos.
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