Aquello parecía un velatorio por nuestra Justicia
Siempre me he preguntado qué especiales mimbres tejen el cinismo político de esta país nuestro como para permitir que un periodista acuse al jefe del Gobierno de incumplir la Constitución, y que no les pase nada ni al periodista ni a ese jefe del Gobierno.
O como para tolerar con apariencia de normalidad la tensión extrema con la que se inauguró el Año Judicial, acto en el que el cuestionado fiscal general del Estado dijo ser consciente de sus circunstancias (sentarse de manera inminente en el banquillo, nada menos) para luego seguir tranquilamente con su discurso sobre los valores de la justicia, etcétera. O, si se me apura, cuáles son los mimbres que permiten que alguien, pongamos ese jefe de Gobierno, o de la oposición, o ese fiscal, o lo que sea, olvide descaradamente las hemerotecas donde se contienen abundantes pruebas de que anteayer dijo lo contrario de lo que está diciendo hoy.
Lo que sufre este país nuestro es algo mas que una epidemia de cara dura: se bordea la inseguridad jurídica, cuando esa seguridad, la jurídica y la política, es el mayor bien que debe conservar una buena democracia en un país.
Quienes tuvieron la suerte de asistir a la ceremonia de la solemne apertura del Año Judicial (no, Feijoo no estaba entre ellos, un verdadero error, a mi juicio) cuentan y no paran del clima de extrema crispación que rodeó el acto. Un acto en el que el Gobierno trataba de escapar de todo contacto con los airados jueces, y en el que el fiscal general no dejó de mirar, de reojo, atemorizadamente, a la presidenta del Consejo del Poder Judicial, sin duda temiendo que la respetada señora Perelló le soltase alguna andanada dada su situación procesal (la del fiscal, claro), cuando menos delicada.
La sangre togada no llegó al río, pero las puñetas temblaban nerviosas: justo el clima menos conveniente para el desempeño de una justicia serena, en paz. Nunca un clima tal alteró hasta tal punto el marco en el que se desenvuelve el segundo poder del Estado y mira que se han dado aperturas del Año Judicial verdaderamente tensionadas, recordemos los tiempos de Lesmes, sin ir más lejos. Jamás como ahora.
Sigo sin entender, la verdad, que Alvaro García Ortiz, sea culpable o inocente de los cargos que se le acusan, no haya abandonado ya su puesto, evitando ser piedra de escándalo y propiciando que el Rey tenga que presidir eventos como el de este viernes, que más parecía un velatorio por la Justicia que otra cosa. Váyase, don Alvaro, en serio, que, de tanto forzar el gesto impasible, el día menos pensado le va a dar algo, y entonces qué.
O como para tolerar con apariencia de normalidad la tensión extrema con la que se inauguró el Año Judicial, acto en el que el cuestionado fiscal general del Estado dijo ser consciente de sus circunstancias (sentarse de manera inminente en el banquillo, nada menos) para luego seguir tranquilamente con su discurso sobre los valores de la justicia, etcétera. O, si se me apura, cuáles son los mimbres que permiten que alguien, pongamos ese jefe de Gobierno, o de la oposición, o ese fiscal, o lo que sea, olvide descaradamente las hemerotecas donde se contienen abundantes pruebas de que anteayer dijo lo contrario de lo que está diciendo hoy.
Lo que sufre este país nuestro es algo mas que una epidemia de cara dura: se bordea la inseguridad jurídica, cuando esa seguridad, la jurídica y la política, es el mayor bien que debe conservar una buena democracia en un país.
Quienes tuvieron la suerte de asistir a la ceremonia de la solemne apertura del Año Judicial (no, Feijoo no estaba entre ellos, un verdadero error, a mi juicio) cuentan y no paran del clima de extrema crispación que rodeó el acto. Un acto en el que el Gobierno trataba de escapar de todo contacto con los airados jueces, y en el que el fiscal general no dejó de mirar, de reojo, atemorizadamente, a la presidenta del Consejo del Poder Judicial, sin duda temiendo que la respetada señora Perelló le soltase alguna andanada dada su situación procesal (la del fiscal, claro), cuando menos delicada.
La sangre togada no llegó al río, pero las puñetas temblaban nerviosas: justo el clima menos conveniente para el desempeño de una justicia serena, en paz. Nunca un clima tal alteró hasta tal punto el marco en el que se desenvuelve el segundo poder del Estado y mira que se han dado aperturas del Año Judicial verdaderamente tensionadas, recordemos los tiempos de Lesmes, sin ir más lejos. Jamás como ahora.
Sigo sin entender, la verdad, que Alvaro García Ortiz, sea culpable o inocente de los cargos que se le acusan, no haya abandonado ya su puesto, evitando ser piedra de escándalo y propiciando que el Rey tenga que presidir eventos como el de este viernes, que más parecía un velatorio por la Justicia que otra cosa. Váyase, don Alvaro, en serio, que, de tanto forzar el gesto impasible, el día menos pensado le va a dar algo, y entonces qué.
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