El Estado está hecho un lío (como el mundo)
Este mes de septiembre amenaza con ser otro más de los que están cambiando el mundo, Europa y, por supuesto, esta España agitada por incumplimientos constitucionales, quiebra de las hemerotecas (aquí, todos dicen Diego dende dijeron digo, o lo que sea), alianzas imposibles, territorialidad en crisis: el Estado se tambalea en un país literal y moralmente 'quemado' que ha agravado las diferencias entre la España rica superpoblada y la pobre, vaciada.
Andamos en naderías y trampas limitando el horizonte a 2027, cuando en el mundo se están produciendo transformaciones inquietantes que aquí en absoluto controlamos y, me temo, aún menos comprendemos. España vuelve a estar relativamente aislada, por mucho que el presidente se haga fotos a la puerta del 10 de Downing Street hablando de Gibraltar.
Sí, aunque nuestro Gobierno (y nuestra oposición) hayan permanecido impasibles, un nuevo orden mundial se ha instalado en nuestras vidas, desplazando la influencia planetaria a una alianza de China con los países más superpoblados. Europa se tambalea, agitada por los populismos, comenzando por Francia, y tiembla ante la agresividad de Putin, mientras, desde Washington, Trump, con sus excentricidades, coopera no poco a la decadencia de Occidente y de su propio país, al que dice querer hacer 'great again', mientras cada vez lo hace más pequeño.
Por su parte, en España hay que admitir que en agosto, mientras no mirábamos, o mirábamos angustiados a las llamas, ocurrían cosas en el subsuelo. La preparación en La Mareta, por ejemplo, de ese encuentro entre Illa y Puigdemont, que ha servido para 'amnistiar políticamente' al fugado de Waterloo, según algunas interpretaciones. Otras interpretaciones dicen que el president de la Generalitat, con su visita a Bruselas, ha contribuido a 'normalizar' la situación en Cataluña (aunque la haya anormalizado aún más en el conjunto del Estado). La cosa, que afecta a la médula del Estado, no está clara, luego es oscura.
Y es que esto es lo que nos ocurre: el Estado está hecho un lío, con las autonomías inquietas sobre el rumbo a tomar ante un Gobierno central dispuesto a todo con tal de permanecer. Con las instituciones (Tribunal Constitucional versus Supremo) enfrentadas. Y con el aumento de la confusión en una oposición incapaz de reaccionar ante los imprevisibles golpes de revés del Ejecutivo de Pedro Sánchez.
Ya he dicho alguna vez que es inquietante el hecho de que Sánchez, en su primera entrevista periodística en un año, hubiese de hablar más de su mujer y de su hermano, por no citar ya a Koldo y compañía, del fiscal general y de los Presupuestos, que de este nuevo orden mundial que permite al 'sheriff' Trump bombardear un barco venezolano, por muy narcotraficante que sea, y a Putin ciscarse en sus promesas de procurar la paz en la martirizada Ucrania. O a Xi, ya digo, mostrar, con una sola foto 'alternativa' al poder occidental, el sesgo de las cosas que vayan a ocurrir de aquí a 2050, cuando sea la 'generación zeta' la que gobierne un mundo al que ahora permanece por completo ajena. Un mundo en el que el enfrentamiento, en este momento no armado, entre Occidente y las naciones 'emergentes' es ya un hecho.
Sí, en septiembre se decidirá el futuro político de Francia, que cuando estornuda hace que España se acatarre. Trump cometerá uno o dos dislates más de consideración, Xi nos transmitirá, imagen a imagen, hacia dónde se desplaza el auténtico poder mundial. Y aquí, ya digo, el Estado cambia a base de enfrentamientos del Ejecutivo con el judicial, del creciente aislamiento del Legislativo y de la crónica ausencia de una sociedad civil que enmiende las barbaridades que hacen los sedicentes representantes (políticos) de la ciudadanía.
Ay del país que está más pendiente del procesamiento de su fiscal general del Estado, de las piruetas de su crecientemente delgado presidente del Gobierno, de la manipulación territorial o de las trampas que hace el Legislativa, y que, en cambio, vive de espaldas a las grandes transformaciones en el orbe que decidirán nuestro futuro.
Sí, este septiembre, como agosto, o julio, o todo lo que llevamos de Legislatura, seguirá cambiando el mundo y, en paralelo, también nuestro particular mundo. Pienso que el otoño va a ser, quizá más que nunca, caliente. Muy caliente. Y después, el invierno, y luego...
Andamos en naderías y trampas limitando el horizonte a 2027, cuando en el mundo se están produciendo transformaciones inquietantes que aquí en absoluto controlamos y, me temo, aún menos comprendemos. España vuelve a estar relativamente aislada, por mucho que el presidente se haga fotos a la puerta del 10 de Downing Street hablando de Gibraltar.
Sí, aunque nuestro Gobierno (y nuestra oposición) hayan permanecido impasibles, un nuevo orden mundial se ha instalado en nuestras vidas, desplazando la influencia planetaria a una alianza de China con los países más superpoblados. Europa se tambalea, agitada por los populismos, comenzando por Francia, y tiembla ante la agresividad de Putin, mientras, desde Washington, Trump, con sus excentricidades, coopera no poco a la decadencia de Occidente y de su propio país, al que dice querer hacer 'great again', mientras cada vez lo hace más pequeño.
Por su parte, en España hay que admitir que en agosto, mientras no mirábamos, o mirábamos angustiados a las llamas, ocurrían cosas en el subsuelo. La preparación en La Mareta, por ejemplo, de ese encuentro entre Illa y Puigdemont, que ha servido para 'amnistiar políticamente' al fugado de Waterloo, según algunas interpretaciones. Otras interpretaciones dicen que el president de la Generalitat, con su visita a Bruselas, ha contribuido a 'normalizar' la situación en Cataluña (aunque la haya anormalizado aún más en el conjunto del Estado). La cosa, que afecta a la médula del Estado, no está clara, luego es oscura.
Y es que esto es lo que nos ocurre: el Estado está hecho un lío, con las autonomías inquietas sobre el rumbo a tomar ante un Gobierno central dispuesto a todo con tal de permanecer. Con las instituciones (Tribunal Constitucional versus Supremo) enfrentadas. Y con el aumento de la confusión en una oposición incapaz de reaccionar ante los imprevisibles golpes de revés del Ejecutivo de Pedro Sánchez.
Ya he dicho alguna vez que es inquietante el hecho de que Sánchez, en su primera entrevista periodística en un año, hubiese de hablar más de su mujer y de su hermano, por no citar ya a Koldo y compañía, del fiscal general y de los Presupuestos, que de este nuevo orden mundial que permite al 'sheriff' Trump bombardear un barco venezolano, por muy narcotraficante que sea, y a Putin ciscarse en sus promesas de procurar la paz en la martirizada Ucrania. O a Xi, ya digo, mostrar, con una sola foto 'alternativa' al poder occidental, el sesgo de las cosas que vayan a ocurrir de aquí a 2050, cuando sea la 'generación zeta' la que gobierne un mundo al que ahora permanece por completo ajena. Un mundo en el que el enfrentamiento, en este momento no armado, entre Occidente y las naciones 'emergentes' es ya un hecho.
Sí, en septiembre se decidirá el futuro político de Francia, que cuando estornuda hace que España se acatarre. Trump cometerá uno o dos dislates más de consideración, Xi nos transmitirá, imagen a imagen, hacia dónde se desplaza el auténtico poder mundial. Y aquí, ya digo, el Estado cambia a base de enfrentamientos del Ejecutivo con el judicial, del creciente aislamiento del Legislativo y de la crónica ausencia de una sociedad civil que enmiende las barbaridades que hacen los sedicentes representantes (políticos) de la ciudadanía.
Ay del país que está más pendiente del procesamiento de su fiscal general del Estado, de las piruetas de su crecientemente delgado presidente del Gobierno, de la manipulación territorial o de las trampas que hace el Legislativa, y que, en cambio, vive de espaldas a las grandes transformaciones en el orbe que decidirán nuestro futuro.
Sí, este septiembre, como agosto, o julio, o todo lo que llevamos de Legislatura, seguirá cambiando el mundo y, en paralelo, también nuestro particular mundo. Pienso que el otoño va a ser, quizá más que nunca, caliente. Muy caliente. Y después, el invierno, y luego...
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