Miércoles, 22 de Octubre de 2025

Actualizada Martes, 21 de Octubre de 2025 a las 19:45:47 horas

LAUREANO BENÍTEZ
Lunes, 01 de Septiembre de 2025

El hombre que susurraba a los demonios

Es un hecho evidente que hay otros planos de existencia, otras dimensiones espaciotemporales que interactúan con la nuestra, poblada por seres incorpóreos, por entidades desencarnadas, por ectoplasmas de categoría fantasmal, y por entes de naturaleza demoníaca o angélica.

[Img #164586]
 
Estos seres se comunican con los humanos en una variedad de formas, pero la más recurrente es el empleo del susurro, de vocecillas que resuenan en nuestras mentes como un suave cascabeleo, como un murmullo deletéreo, como un zureo lejano de invisibles aves.
 
En realidad, el ser humano es una especie susurrante, pues carecemos de los bramidos y los sonidos estentóreos que poseen muchas especies animales para comunicarse, y por esta razón, aparte de escuchar susurros de otras dimensiones, somos capaces de susurrar: antes se susurraba mucho a los caballos, y algo a los ángeles, pero ahora la moda está en susurrar a los perros, y, por desgracia, cada vez hay más gente que susurra a los demonios: no es extraño, pues así se forja el Fin de los Tiempos.
 
En esos susurros va igual la voz de ángeles guardianes, conminándonos a seguir el sendero recto, que la gangosa fanfarria de demonios espectrales, que clavan en sus presas sus garras invisibles para llevarlas al mundo del nunca jamás.
 
Aunque esos susurros diabólicos caen como moscas cojoneras sobre la práctica totalidad de la especie humana, proponiendo tentaciones y vicios, hay una clase especial de seres humanos que, lejos de espantar esos susurros como se espantan las avispas de un avispero, lejos de cerrar sus oídos a sus proposiciones indecentes, les dan juego, les abren sus mentes de par en par, sonriendo sardónicamente cuando escuchan las insinuaciones del Maligno, que es el guionista de toda esa parafernalia susurrante.
 
Y es así como estos seres acaban susurrando ellos mismos a los demonios, vendiéndoles su vida a cambio de los terciopelos del poder, del tintineo de alforjas repletas, de puteríos sin medida, de impresionantes imperios.
 
Se ponen sus cucuruchos y sus delantales, bailotean en suelos ajedrezados, juegan a ser aprendices de brujo conjurando abracadabras con volutas rojas y poderosos grimorios, sonriendo extasiados mientras envían susurros mágicos a los endriagos del Tártaro.
 
Después de tanta venta y prostitución, llega un momento en que los Mefistófeles les roban el alma, pasando ya al mundo zombificado de Calígulas sociopáticos, de Vlades empaladores, de Lenines y Stalines de desencadenado horror.
 
A los más adelantados les otorgan ínsulas Baratarias, para que las destrocen con la máxima crueldad, para que las consagren al Señor de las Moscas, entre Himalayas de mentiras, de impuestos, de liberticidios, de momias desenterradas, de cruces derribadas, de tierras arrasadas por las mismísimas llamas del infierno, de tierras anegadas por diluvios prefabricados… Estas Baratarias suelen ser aquellas tierras que en el pasado se negaron a escuchar los susurros de Bafomet, porque escogieron venerar las música de las esferas, los cánticos angélicos de las praderas celestiales.
 
Cuando el Maligno quiere destruir  alguno de estos países, elige cuidadosamente a un ser sociosicopático, de egolatría rayana en enfermedad mental,  incapaz de sentir la más mínima empatía por sus gobernados, que no mueve una ceja mientras condena a poblaciones incontables al sufrimiento atroz de la ruina, del totalitarismo, de un colosal  Himalaya de impuestos, de la persecución de la disidencia, del odio a la Patria, de los pactos con partidos que también han susurrado a los demonios, del susurro a los enemigos de la nación, de las aberraciones más ominosas del puterío, del desmochamiento de las torres que engrandecieron esa nación, que entregan sin pudor a las huestes infernales.
 
Es así como esos hombres que susurran a los demonios convierten un país entero en una cloaca máxima, en un estercolero inmundo, en un infecto muladar, sulfatado con la pestilencia de los aquelarres que se celebran en los hemiciclos, donde igual se ven brujas volanderas que íncubos y súcubos, que draculones chupópteros, que sacamantecas emigrados desde el Averno. Patulea susurradora, que aplaude con dientes de hiena al susurrador máximo, al que como hierofante sacrifica a la Patria en los altares de Monte Pelado.
 
¿Cómo se engendran estos monstruos? Pues en una película de Polanski, en medio de una pesadilla en una Street de esas, en gabinetes Caligari, en tenebrosas nosferatus, bajo las cúpulas del trueno, en noches de luna llena cuajadas de lobos que no susurran sino aúllan, en noches de muertos vivientes. 
 
¿Cómo se llama la película de terror?: El hombre que susurraba a los demonios.
 
Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.86

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.