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Domingo, 10 de Agosto de 2025
Sobrevive con la cuarta generación de una saga familiar
El último kiosko horchatero de Madrid
El último kiosko horchatero o 'aguaducho' que queda en pie en Madrid se encuentra en la calle Narváez, cerca de la estación de Metro de Goya, y está regentado por José Manuel, un miembro de la cuarta generación de los Guilabert, familia de Crevillente (Alicante) que emigró a la capital en 1910 y siguió vendiendo las bebidas más tradicionales incluso después de la Guerra Civil.
Durante décadas rotaron por distintos puntos de la ciudad --incluidos Cedaceros, Plaza del Carmen, Ventas o frente al Congreso de los Diputados-- hasta que en 1944, tras la Guerra Civil, cuando su familia paró y volvió al pueblo, se instalaron de forma estable en el barrio de Salamanca.
Desde entonces, cada primavera levantan la misma estructura metálica entre blanca y azul para atender a una clientela fiel que regresa cada año. "Esto no ha cambiado nada, es lo mismo de siempre", asegura José Manuel.
José Manuel ha explicado que sigue elaborando la horchata "como se ha hecho toda la vida". En las primeras décadas el sistema de producción se ubicaba en el propio kiosko. Sin embargo, la evolución de las normas sanitarias ha provocado que la horchata se 'cocine' en una nave con máquinas que emulan el proceso pero con aspectos del tiempo actual.
El procedimiento empieza la noche anterior, cuando ponen en remojo la chufa valenciana. Por la mañana, se tritura y se prensa con agua para extraer el jugo, que después se filtra en dos fases. "Así se eliminan las impurezas y se consigue una horchata limpia y con sabor natural", ha detallado. A diferencia de los productos industriales, no añaden conservantes ni estabilizantes.
También ha insistido en que no compran horchata ya hecha: todo se elabora en el propio kiosko. "Si hiciéramos como otros sitios y la trajéramos envasada, igual sería más fácil, pero no sería lo mismo. Aquí se hace a diario", ha afirmado.
AGUA DE CEBADA Y LIMÓN NATURAL, SIN TRUCOS
Junto a la horchata, el kiosko sirve también granizado de limón --hecho con zumo natural y sin añadir hielo-- y agua de cebada, una bebida tradicional que apenas se encuentra ya en la capital. "Es muy típica de Madrid, pero muy poca gente la hace. Nosotros la mantenemos porque forma parte de la tradición", ha contado.
Durante los primeros años, la familia compatibilizaba la venta estacional con otros oficios: fabricaban alfombras y persianas en invierno, y en verano montaban el kiosko en los puntos más transitados de la ciudad. El puesto frente al Congreso de los Diputados, en la calle Cedaceros, fue uno de los más recordados por los clientes de la época.
A lo largo de los años, el kiosko ha recibido miles de clientes de todas las edades. José Manuel ha contado que a menudo se acercan personas mayores que recuerdan venir con sus padres cuando eran niños.
Aunque la zona ha cambiado con grandes centros comerciales y comercios en forma de franquicia y han desaparecido otros establecimientos tradicionales, el kiosko ha seguido funcionando cada verano.
UN OFICIO EN PELIGRO DE EXTINCIÓN
Aunque el kiosko ha resistido más de un siglo, su continuidad no está asegurada. José Manuel ha reconocido que su hija ha ayudado algunos veranos, pero no tiene claro que quiera tomar el relevo. "Ella ha estudiado otra cosa. Yo entiendo que es difícil querer seguir con esto. Hay que renunciar a muchas cosas", ha afirmado con naturalidad.
Él mismo se hizo cargo del puesto tras la jubilación de su tía. Aunque no tiene planes inmediatos de retirarse, ha reconocido que "esto no durará para siempre".
Aun así, se muestra orgulloso de haber mantenido vivo un oficio que prácticamente ha desaparecido de la ciudad porque "ahora todo son franquicias" y ellos son "de los pocos" que siguen trabajando "como antes".
VISITANTES CURIOSOS Y VECINOS DE TODA LA VIDA
Además de los clientes habituales, el kiosko recibe cada vez más visitas de curiosos que lo descubren a través de redes sociales o reportajes en prensa. "Se nota mucho cuando salimos en televisión. De repente viene gente que no nos conocía y quiere probar la horchata", ha contado.
También han pasado por allí personalidades conocidas, aunque José Manuel prefiere no presumir de ello. "Han venido políticos, artistas, mucha gente famosa. Pero los que realmente nos han mantenido son los vecinos, los que vienen cada año sin falta", ha insistido.
El kiosko abre cada año entre abril y octubre, coincidiendo con los meses de más calor. En ese periodo trabajan a diario, sin descanso, salvo un único día festivo. "Solo cerramos el día de la Virgen de la Paloma. El resto, aquí estamos todos los días", concluye.
![[Img #164290]](https://madridpress.com/upload/images/08_2025/5987_kiosko.jpg)
Durante décadas rotaron por distintos puntos de la ciudad --incluidos Cedaceros, Plaza del Carmen, Ventas o frente al Congreso de los Diputados-- hasta que en 1944, tras la Guerra Civil, cuando su familia paró y volvió al pueblo, se instalaron de forma estable en el barrio de Salamanca.
Desde entonces, cada primavera levantan la misma estructura metálica entre blanca y azul para atender a una clientela fiel que regresa cada año. "Esto no ha cambiado nada, es lo mismo de siempre", asegura José Manuel.
José Manuel ha explicado que sigue elaborando la horchata "como se ha hecho toda la vida". En las primeras décadas el sistema de producción se ubicaba en el propio kiosko. Sin embargo, la evolución de las normas sanitarias ha provocado que la horchata se 'cocine' en una nave con máquinas que emulan el proceso pero con aspectos del tiempo actual.
El procedimiento empieza la noche anterior, cuando ponen en remojo la chufa valenciana. Por la mañana, se tritura y se prensa con agua para extraer el jugo, que después se filtra en dos fases. "Así se eliminan las impurezas y se consigue una horchata limpia y con sabor natural", ha detallado. A diferencia de los productos industriales, no añaden conservantes ni estabilizantes.
También ha insistido en que no compran horchata ya hecha: todo se elabora en el propio kiosko. "Si hiciéramos como otros sitios y la trajéramos envasada, igual sería más fácil, pero no sería lo mismo. Aquí se hace a diario", ha afirmado.
AGUA DE CEBADA Y LIMÓN NATURAL, SIN TRUCOS
Junto a la horchata, el kiosko sirve también granizado de limón --hecho con zumo natural y sin añadir hielo-- y agua de cebada, una bebida tradicional que apenas se encuentra ya en la capital. "Es muy típica de Madrid, pero muy poca gente la hace. Nosotros la mantenemos porque forma parte de la tradición", ha contado.
Durante los primeros años, la familia compatibilizaba la venta estacional con otros oficios: fabricaban alfombras y persianas en invierno, y en verano montaban el kiosko en los puntos más transitados de la ciudad. El puesto frente al Congreso de los Diputados, en la calle Cedaceros, fue uno de los más recordados por los clientes de la época.
A lo largo de los años, el kiosko ha recibido miles de clientes de todas las edades. José Manuel ha contado que a menudo se acercan personas mayores que recuerdan venir con sus padres cuando eran niños.
Aunque la zona ha cambiado con grandes centros comerciales y comercios en forma de franquicia y han desaparecido otros establecimientos tradicionales, el kiosko ha seguido funcionando cada verano.
UN OFICIO EN PELIGRO DE EXTINCIÓN
Aunque el kiosko ha resistido más de un siglo, su continuidad no está asegurada. José Manuel ha reconocido que su hija ha ayudado algunos veranos, pero no tiene claro que quiera tomar el relevo. "Ella ha estudiado otra cosa. Yo entiendo que es difícil querer seguir con esto. Hay que renunciar a muchas cosas", ha afirmado con naturalidad.
Él mismo se hizo cargo del puesto tras la jubilación de su tía. Aunque no tiene planes inmediatos de retirarse, ha reconocido que "esto no durará para siempre".
Aun así, se muestra orgulloso de haber mantenido vivo un oficio que prácticamente ha desaparecido de la ciudad porque "ahora todo son franquicias" y ellos son "de los pocos" que siguen trabajando "como antes".
VISITANTES CURIOSOS Y VECINOS DE TODA LA VIDA
Además de los clientes habituales, el kiosko recibe cada vez más visitas de curiosos que lo descubren a través de redes sociales o reportajes en prensa. "Se nota mucho cuando salimos en televisión. De repente viene gente que no nos conocía y quiere probar la horchata", ha contado.
También han pasado por allí personalidades conocidas, aunque José Manuel prefiere no presumir de ello. "Han venido políticos, artistas, mucha gente famosa. Pero los que realmente nos han mantenido son los vecinos, los que vienen cada año sin falta", ha insistido.
El kiosko abre cada año entre abril y octubre, coincidiendo con los meses de más calor. En ese periodo trabajan a diario, sin descanso, salvo un único día festivo. "Solo cerramos el día de la Virgen de la Paloma. El resto, aquí estamos todos los días", concluye.
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