Sánchez, el hombre que no podrá cumplir
El problema es que el Gobierno de Pedro Sánchez de ninguna manera podrá cumplir con lo que dice que va a hacer. Ni con varias cosas que debería hacer. Esa es una obviedad que se pondrá de manifiesto con el tiempo, y que desautoriza la permanencia del actual equipo gubernamental. Jamás podría el Gobierno de Pedro Sánchez mantenerse incólume hasta julio de 2027, que es cuando finaliza la Legislatura. Y, si se mantiene hasta entonces, peor para todos, comenzando por el mismo presidente.
Hace tiempo que una auténtica revolución política debería haberse operado en España, y conste que por 'revolución' no me refiero para nada a una sustitución de Sánchez por Feijoo. Pero ocurre que nuestros gobernantes han perdido credibilidad a chorros, y eso afecta al prestigio de la nación: algo hay que hacer para recuperar tan volátiles credibilidad y prestigio.
Decir lo que voy a decir está muy lejos de situarse en la llamada 'fachosfera', el palabro que con tanto éxito propagó Sánchez. La evidencia no es de derechas ni de izquierdas. Y la verdad lo que no tiene es remedio. Pensar que Sánchez, dijese lo que dijese en la lamentable rueda de prensa del pasado lunes, no tiene intención de llevar los Presupuestos -que sí, que los elaborará, pero ¿para qué?- a un debate en el Congreso es una hipótesis más que razonable que circula entre los viajeros a La Moncloa. Una trampa legal, vamos.
Asegurar que el apoyo al fiscal general del Estado se prolongará meses, a ver si la comparecencia en el banquillo y, sobre todo, una sentencia, se dilata en el tiempo, es también una obviedad: una condena judicial a Alvaro García Ortíz haría inviable -aunque en este país todo puede pasar- la permanencia en La Moncloa de su actual inquilino. Otra cosa es que el propio fiscal acabe, como creemos que conviene, sería lo lógico y a él le apetece hacer, dimitiendo.
Como es una obviedad que el Gobierno -lo ha dicho un ministro, Angel Víctor Torres- no va a poder, ni querer, cumplir con el 'cupo' que se negocia con los independentistas catalanes. Y como no va a poder, ni querer, cumplir con el papel que el Ejecutivo de España firmó en la última 'cumbre' de la OTAN, comprometiéndose a llegar a destinar un 5 por ciento del PIB a rearme; aunque cierto es que son bastantes los países europeos que no harán honor a este compromiso. Igualmente improbable -espero- es que Sánchez ceda a la exigencia de Puigdemont y se traslade al extranjero para encontrarse con él. Así que nos encontramos con el problema de siempre: el hombre que dice representarnos en España, en Europa y en el mundo carece de credibilidad en los tres niveles.
Me cuesta creer que todo lo que Sánchez tiene en la cabeza cuando inicia sus últimas vacaciones veraniegas en La Mareta sea lo que expuso en su última comparecencia -solo cuatro preguntas, recordemos- ante los periodistas: España es el país mejor del mundo, el que mejor va, el que más turistas atrae y será por algo, se vanaglorió, y no digo que no sea cierto, aunque sí es muy matizable. De lo demás, de las transgresiones legales e incluso a la Constitución, de esa corrupción que se ha extendido por varias ramas de nuestra política, de los audios que parece que custodia Koldo y que pueden ser una bomba en la sede presidencial, nada. Es como si la normalidad fuese la tónica dominante en nuestra vida política, cuando ocurre exactamente lo contrario.
Aseguré una vez, en 2016, cuando la 'defenestración de Ferraz', que "Sánchez está muerto, pero él no lo sabe". Obviamente, me equivoqué; todos lo hacemos con este presidente resiliente, que no se pone límites ni barreras. Ahora tengo que volver a decirlo: Sánchez está políticamente muerto y ahora él sí lo sabe. Lo que ocurre es que no conozco a nadie a quien le guste más remar contra corriente, a nadie que cometa tantos errores y, a la vez, tenga tanta fortuna.
Estoy seguro de que este año las 'meditaciones en La Mareta', si es que es allí a donde va, van a tener una intensidad especial. Desde un prisma de sentido común -que no es de lo que más abunda por estos pagos-, parece fácil vaticinar que el presidente tendrá que dar pasos importantes, a corto plazo, si quiere, como quiere, pasar a las páginas brillantes de la Historia; no basta con prolongar los permisos parentales, ni con disminuir la duración de la semana laboral, ni con prometer viviendas y empleos de calidad. Tengo la impresión de que, tal vez por primera vez en bastantes años, la ciudadanía anhela una mejora de la mellada democracia que tenemos. Y eso pasa por decisiones drásticas, una de ellas sin duda empezar a poner fecha de caducidad al mandato más polémico de la historia de nuestra democracia.
Y no, decir esto no es fachosfera, ni entregarse a la ultraderecha ni ninguna de esas milongas que han fabricado el ejército de asesores y los propagandistas de 'este' poder. Que, por cierto, son cada vez más los primeros y menos los segundos.
Hace tiempo que una auténtica revolución política debería haberse operado en España, y conste que por 'revolución' no me refiero para nada a una sustitución de Sánchez por Feijoo. Pero ocurre que nuestros gobernantes han perdido credibilidad a chorros, y eso afecta al prestigio de la nación: algo hay que hacer para recuperar tan volátiles credibilidad y prestigio.
Decir lo que voy a decir está muy lejos de situarse en la llamada 'fachosfera', el palabro que con tanto éxito propagó Sánchez. La evidencia no es de derechas ni de izquierdas. Y la verdad lo que no tiene es remedio. Pensar que Sánchez, dijese lo que dijese en la lamentable rueda de prensa del pasado lunes, no tiene intención de llevar los Presupuestos -que sí, que los elaborará, pero ¿para qué?- a un debate en el Congreso es una hipótesis más que razonable que circula entre los viajeros a La Moncloa. Una trampa legal, vamos.
Asegurar que el apoyo al fiscal general del Estado se prolongará meses, a ver si la comparecencia en el banquillo y, sobre todo, una sentencia, se dilata en el tiempo, es también una obviedad: una condena judicial a Alvaro García Ortíz haría inviable -aunque en este país todo puede pasar- la permanencia en La Moncloa de su actual inquilino. Otra cosa es que el propio fiscal acabe, como creemos que conviene, sería lo lógico y a él le apetece hacer, dimitiendo.
Como es una obviedad que el Gobierno -lo ha dicho un ministro, Angel Víctor Torres- no va a poder, ni querer, cumplir con el 'cupo' que se negocia con los independentistas catalanes. Y como no va a poder, ni querer, cumplir con el papel que el Ejecutivo de España firmó en la última 'cumbre' de la OTAN, comprometiéndose a llegar a destinar un 5 por ciento del PIB a rearme; aunque cierto es que son bastantes los países europeos que no harán honor a este compromiso. Igualmente improbable -espero- es que Sánchez ceda a la exigencia de Puigdemont y se traslade al extranjero para encontrarse con él. Así que nos encontramos con el problema de siempre: el hombre que dice representarnos en España, en Europa y en el mundo carece de credibilidad en los tres niveles.
Me cuesta creer que todo lo que Sánchez tiene en la cabeza cuando inicia sus últimas vacaciones veraniegas en La Mareta sea lo que expuso en su última comparecencia -solo cuatro preguntas, recordemos- ante los periodistas: España es el país mejor del mundo, el que mejor va, el que más turistas atrae y será por algo, se vanaglorió, y no digo que no sea cierto, aunque sí es muy matizable. De lo demás, de las transgresiones legales e incluso a la Constitución, de esa corrupción que se ha extendido por varias ramas de nuestra política, de los audios que parece que custodia Koldo y que pueden ser una bomba en la sede presidencial, nada. Es como si la normalidad fuese la tónica dominante en nuestra vida política, cuando ocurre exactamente lo contrario.
Aseguré una vez, en 2016, cuando la 'defenestración de Ferraz', que "Sánchez está muerto, pero él no lo sabe". Obviamente, me equivoqué; todos lo hacemos con este presidente resiliente, que no se pone límites ni barreras. Ahora tengo que volver a decirlo: Sánchez está políticamente muerto y ahora él sí lo sabe. Lo que ocurre es que no conozco a nadie a quien le guste más remar contra corriente, a nadie que cometa tantos errores y, a la vez, tenga tanta fortuna.
Estoy seguro de que este año las 'meditaciones en La Mareta', si es que es allí a donde va, van a tener una intensidad especial. Desde un prisma de sentido común -que no es de lo que más abunda por estos pagos-, parece fácil vaticinar que el presidente tendrá que dar pasos importantes, a corto plazo, si quiere, como quiere, pasar a las páginas brillantes de la Historia; no basta con prolongar los permisos parentales, ni con disminuir la duración de la semana laboral, ni con prometer viviendas y empleos de calidad. Tengo la impresión de que, tal vez por primera vez en bastantes años, la ciudadanía anhela una mejora de la mellada democracia que tenemos. Y eso pasa por decisiones drásticas, una de ellas sin duda empezar a poner fecha de caducidad al mandato más polémico de la historia de nuestra democracia.
Y no, decir esto no es fachosfera, ni entregarse a la ultraderecha ni ninguna de esas milongas que han fabricado el ejército de asesores y los propagandistas de 'este' poder. Que, por cierto, son cada vez más los primeros y menos los segundos.
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