Burla y desafío de un cobarde
Carles Puigdemont lo ha vuelto a hacer. Tras su reaparición relámpago en pleno centro de Barcelona, soltó un mitin ante algunos miles de sus seguidores y volvió a huir. El cobarde que dio un golpe de Estado durante unos minutos se ha vuelto a burlar de los españoles, humillando a todo un país. Su desafío ha sido posible por el consentimiento de Pedro Sánchez, que no duda en rebajarse con tal de permanecer en el poder.
Era un regreso anunciado. Con fecha y hora. Y cumplió. A primera hora del jueves pisaba las calles de Barcelona no para ser investido presidente, como era su sueño, sino para representar una ópera bufa para escarnio de los españoles. Puigdemont tiene pendiente una orden de detención por un delito de malversación. Y, sin embargo, inexplicablemente, no fue detenido. Hasta los Mossos hicieron de escolta personal. Eso sí, esperaron a que el prófugo volviera a huir para montar una 'operación Jaula' para tratar de detenerle. Puro disparate, no exento de gravedad. ¿Quién dio la orden de no detener a Puigdemont y dejarle escapar? Cabe recordar que los Mossos dependen en última instancia del Ministerio del Interior. ¿Dónde está Marlaska? ¿Qué ha hecho? Cumplir las órdenes de su jefe, Pedro Sánchez, responsable último de esta nueva burla a la Justicia. Pero como le debe el puesto a Puigdemont por sus siete valiosos votos, pues a mirar hacia otro lado.
Este chusco episodio es la consecuencia de la falta de gobierno en España, que si hace algo es lo contrario de lo que se puede esperar de una institución democrática. Sánchez no gobierna, en primer lugar porque no puede (no le dan los números para aprobar leyes, salvo la ilegal Ley de Amnistía). Se limita a estar en La Moncloa, desde donde se afana en preparar el camino para convertirse en un auténtico tirano: ataca la independencia judicial, maniobra contra los jueces que osan investigar los presuntos delitos de corrupción de su mujer, de su hermano y de su partido; intenta tapar la boca a la prensa que se resiste a abrevar en su mano, construye muros contra los partidos de la oposición, mientras se somete a todos los chantajes de los separatistas.
Precisamente, el retorno y fuga de Puigdemont tuvo lugar el mismo día que el socialista Salvador Illa fue investido presidente de Cataluña en un Parlament que lucía el escaño vacío del prófugo. Esa investidura es el pago a otro de esos chantajes, la cesión de la soberanía fiscal a Cataluña. Se les perdona la deuda y, además, el resto de los españoles les pagamos la fiesta para que sigan con la matraca de la indepedencia. Y todo ello aunque se desprecie ley y se vulneren los principios constitucionales de todos los españoles, como ya hizo eliminando el delito de sedición y aprobando la amnistía para los golpistas.
El nuevo episodio protagonizado por Puigdemont es una humillación a los españoles. Y si ha sido posible es porque en La Moncloa se sienta un personaje sin principios, al que poco le importa si España ha vuelto a ser objeto de las portadas de los principales medios de todo el mundo, que no se explican cómo un cobarde como Puigdemont puede poner de rodillas a un Gobierno.
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Era un regreso anunciado. Con fecha y hora. Y cumplió. A primera hora del jueves pisaba las calles de Barcelona no para ser investido presidente, como era su sueño, sino para representar una ópera bufa para escarnio de los españoles. Puigdemont tiene pendiente una orden de detención por un delito de malversación. Y, sin embargo, inexplicablemente, no fue detenido. Hasta los Mossos hicieron de escolta personal. Eso sí, esperaron a que el prófugo volviera a huir para montar una 'operación Jaula' para tratar de detenerle. Puro disparate, no exento de gravedad. ¿Quién dio la orden de no detener a Puigdemont y dejarle escapar? Cabe recordar que los Mossos dependen en última instancia del Ministerio del Interior. ¿Dónde está Marlaska? ¿Qué ha hecho? Cumplir las órdenes de su jefe, Pedro Sánchez, responsable último de esta nueva burla a la Justicia. Pero como le debe el puesto a Puigdemont por sus siete valiosos votos, pues a mirar hacia otro lado.
Este chusco episodio es la consecuencia de la falta de gobierno en España, que si hace algo es lo contrario de lo que se puede esperar de una institución democrática. Sánchez no gobierna, en primer lugar porque no puede (no le dan los números para aprobar leyes, salvo la ilegal Ley de Amnistía). Se limita a estar en La Moncloa, desde donde se afana en preparar el camino para convertirse en un auténtico tirano: ataca la independencia judicial, maniobra contra los jueces que osan investigar los presuntos delitos de corrupción de su mujer, de su hermano y de su partido; intenta tapar la boca a la prensa que se resiste a abrevar en su mano, construye muros contra los partidos de la oposición, mientras se somete a todos los chantajes de los separatistas.
Precisamente, el retorno y fuga de Puigdemont tuvo lugar el mismo día que el socialista Salvador Illa fue investido presidente de Cataluña en un Parlament que lucía el escaño vacío del prófugo. Esa investidura es el pago a otro de esos chantajes, la cesión de la soberanía fiscal a Cataluña. Se les perdona la deuda y, además, el resto de los españoles les pagamos la fiesta para que sigan con la matraca de la indepedencia. Y todo ello aunque se desprecie ley y se vulneren los principios constitucionales de todos los españoles, como ya hizo eliminando el delito de sedición y aprobando la amnistía para los golpistas.
El nuevo episodio protagonizado por Puigdemont es una humillación a los españoles. Y si ha sido posible es porque en La Moncloa se sienta un personaje sin principios, al que poco le importa si España ha vuelto a ser objeto de las portadas de los principales medios de todo el mundo, que no se explican cómo un cobarde como Puigdemont puede poner de rodillas a un Gobierno.
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