En Fitur no hablan de amnistía
He asistido a la inauguración de la mayor feria de turismo del mundo, Fitur, que marca el principal hito de la economía española.
Miles de personas, esperando, por cierto, largas colas -una organización no demasiado buena-- trataban de acceder al recinto de la Institución Ferial de Madrid donde los reyes inauguraban, junto al presidente del martirizado Ecuador -invitado especial en esta ocasión-- la 44 edición de esta 'cumbre', que evidencia la indudable buena salud de algo que, como el turismo, es más que mera economía: es convivencia, acercamiento entre los pueblos, cultura.
Recorrí numerosos stands, unos más afortunados que otros, hablé con algunos representantes de los gobiernos autonómicos y, sobre todo, con mucha gente que por allí pululaba. Nadie me habló, ni le interesaba hacerlo, ni de amnistía ni de las maniobras para hacer que el terrorismo sea una cosa que no es o no sea una cosa que sí es. No me quedaron ganas, al finalizar mi fatigoso recorrido, de seguir tratando de conversar sobre algo que no estaba en las preocupaciones de una España que es, yo creo, más real que esa otra en la que la crispación, la confrontación, el oportunismo y las ansias de poder ocupa todo el espacio. Me parece que la confrontación está localizada: se focaliza allí donde está eso que se llama clase política y sus exégetas.
Perdón por explayarme ahora. Pero he aguardado una cola de más de dos horas para poder escribir esto: España es un gran país, que ha batido el récord mundial de visitantes extranjeros -ya hemos superado a Francia--, donde una sociedad civil, de empresarios, de trabajadores, de técnicos especializados, mantiene a flote unas estructuras lamentablemente mal gerenciadas por unos representantes políticos que, simplemente, no están a la altura. ¿Que esto que digo es demagogia? Dése una vuelta por Fitur, pregunte a expositores, azafatas, público, y me lo comenta.
Miles de personas, esperando, por cierto, largas colas -una organización no demasiado buena-- trataban de acceder al recinto de la Institución Ferial de Madrid donde los reyes inauguraban, junto al presidente del martirizado Ecuador -invitado especial en esta ocasión-- la 44 edición de esta 'cumbre', que evidencia la indudable buena salud de algo que, como el turismo, es más que mera economía: es convivencia, acercamiento entre los pueblos, cultura.
Recorrí numerosos stands, unos más afortunados que otros, hablé con algunos representantes de los gobiernos autonómicos y, sobre todo, con mucha gente que por allí pululaba. Nadie me habló, ni le interesaba hacerlo, ni de amnistía ni de las maniobras para hacer que el terrorismo sea una cosa que no es o no sea una cosa que sí es. No me quedaron ganas, al finalizar mi fatigoso recorrido, de seguir tratando de conversar sobre algo que no estaba en las preocupaciones de una España que es, yo creo, más real que esa otra en la que la crispación, la confrontación, el oportunismo y las ansias de poder ocupa todo el espacio. Me parece que la confrontación está localizada: se focaliza allí donde está eso que se llama clase política y sus exégetas.
Perdón por explayarme ahora. Pero he aguardado una cola de más de dos horas para poder escribir esto: España es un gran país, que ha batido el récord mundial de visitantes extranjeros -ya hemos superado a Francia--, donde una sociedad civil, de empresarios, de trabajadores, de técnicos especializados, mantiene a flote unas estructuras lamentablemente mal gerenciadas por unos representantes políticos que, simplemente, no están a la altura. ¿Que esto que digo es demagogia? Dése una vuelta por Fitur, pregunte a expositores, azafatas, público, y me lo comenta.
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