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FERMÍN BOCOS
Martes, 05 de Diciembre de 2023

Una partida entre pícaros

Todos sabemos que la Constitución no reconoce otra Nación que la española. Desde esa perspectiva cabe preguntar qué diablos hacen los enviados de Pedro Sánchez en Ginebra negociando con representantes del prófugo Puigdemont la apertura de un escenario político en el que los separatistas pretenden imponer la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña.

 
Todos, incluido el diplomático salvadoreño que han contratado como "verificador", saben que sin cambiar la Constitución por el procedimiento establecido, cualquier apaño que pudieran cerrar en Ginebra carecería de respaldo legal. Entonces, en el mejor de los casos y concediendo a Sánchez margen para llevar a cabo una más de sus maniobras políticas encaminadas a asegurar sus estancia en La Moncloa ¿qué sentido tiene acordar semejante proceso de negociación fuera del cauce ordinario que debería discurrir en el marco de las Cortes como vimos en su día con el "plan Ibarretxe"?
 
Cabe pensar que Sánchez, una vez conseguido superar la votación de investidura, haya decidido pasar a una fase de engaño. Ir ganando tiempo tratando de hibernar algunas de las exigencias contenidas en el pacto que en su día firmó con los separatistas. Ir dando largas para ganar tiempo confiando en que, pese a las bravuconadas de los portavoces parlamentarios de Junts y de ERC (Nogueras y Rufián) nunca van a tumbar a Sánchez votando con el Partido Popular y Vox en una hipotética y más que improbable moción de censura.
 
Sánchez lo sabe y juega con eso. Que Puigdemont desde Waterloo amenace con cancelar su apoyo al Gobierno no le quita el sueño porque sabe que, en este momento, la prioridad del prófugo es la amnistía. Conseguir la impunidad para él y para sus cómplices en el intento de golpe del "procés". Sabe que la proposición de Ley de Amnistía ya ha entrado en el Registro del Congreso pero no ignora que, como todo proyecto parlamentario, está sometido a una serie de trámites. En esa espera parece que se estaría centrando el argumentario de Santos Cerdán -el enviado de Sánchez- para recomendar calma a los negociadores de Puigdemont.
 
Está por ver si la aceptan o, dada su naturaleza de estirpe carlista, le dan una patada al tablero. Me inclino a pensar que más allá de algún gesto de impaciencia diseñado para el consumo de su parroquia, la cosa no irá más allá. Como Sánchez ya está pensando en los Presupuestos, quizá trasladen esa tensión a la otra mesa de negociación. Pero sin demasiadas estridencias porque saben que, llegado el momento, el Gobierno podría prorrogarlos a la espera de tiempos mejores.
 
Los separatistas le humillan pero Sánchez les tiene tomada la medida. Estamos asistiendo a una partida entre pícaros que desconfían unos de otros. Un juego que cuesta entender en orden al exigible decoro de la vida política de un país democrático. Pero es lo que tenemos sobre el escenario. Con Sánchez no hay reglas, todo se subordina a un objetivo: retener el poder.
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