La España investida y la otra España
Naturalmente, un texto tan alambicado como el suscrito entre el PSOE y Junts para posibilitar la investidura de Pedro Sánchez tenía casi necesariamente que provocar reacciones encontradas en los sectores que apoyan una u otra salida a la profunda crisis política que padecemos.
Unos hablan de 'destrucción del Estado', 'camino a la dictadura' o 'fin del espíritu de convivencia institucional y constitucional', como suena, aunque puede que alguna de estas expresiones resulte exagerada; los otros opinan que se instaura un nuevo espíritu de convivencia y que el independentismo catalán renuncia a su esencia, es decir, a la secesión de Cataluña con respecto al resto de España, mientras se prolonga la actividad de un Gobierno central 'de progreso'.
Dos visiones radicalmente diferentes, que sugieren que, en todo caso, la investidura, y el camino para llegar a ella, están ahondando la casi secular división entre las dos Españas: la que va a ser investida y 'la otra', que aún está por definir.
O, si usted quiere, la España de los 179 votos -porque Coalición Canaria finalmente también dará el 'sí' al Sánchez gobernante y, por tanto, conseguidor- frente a la de los 171 escaños, limitados al Partido Popular y a Vox, además de Unión del Pueblo Navarro. Cierto que ninguno de los dos 'bandos' -perdón por expresarme así- muestra una gran cohesión interna, porque el PSOE y su coaligado Sumar tienen que integrar las aspiraciones de una veintena de partidos y ocho grupos parlamentarios, mientras que el entendimiento entre PP y Vox no pasa precisamente por sus mejores momentos y se prevé difícil en el futuro de la Legislatura.
Y este futuro me parece, en todo caso, preocupante. La ciudadanía -se va a comprobar de nuevo en las manifestaciones de este domingo- está patentemente cansada de las maniobras políticas, de los incumplimientos gubernamentales a la palabra dada, de la inoperancia de una 'clase política' con bastante más apego al poder que al servicio a la ciudadanía.
La legislatura comienza en tiempos de cambio social, económico, tecnológico, político y moral vertiginoso en todo el mundo, con ribetes ciertamente inquietantes. Un país como el nuestro necesita un Gobierno fuerte, cohesionado en torno a unos principios muy claros de construcción del Estado, de sus leyes fundamentales, que vele por la separación estricta de poderes y por un máximo de seguridad jurídica. ¿Es esto lo que tendremos, a la luz, por ejemplo, de ese texto lleno de discrepancias plasmado en los cuatro folios del acuerdo entre PSOE y Junts?
Habrá que escuchar con mucha atención e interés lo que digan todas las partes en esa especie de 'debate paralelo sobre el estado de la nación' en que va a consistir la sesión de investidura de la semana próxima.
Ahora que se han despejado tantas incógnitas, queda la de saber si Sánchez, presidente y futuro presidente del Reino de España, va a anunciarnos un programa diferente, más integrador de la 'otra' España que hasta ahora, y también nos queda por conocer qué planteará el jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijoo, que sin duda anunciará los pasos para torpedear los 'ilegales' acuerdos con el partido del triunfante Puigdemont. Quien, por cierto, de ninguna manera ha dado pie a que podamos pensar que considere concluido el 'procés', como dicen los más optimistas de los entre los 'oficialistas'. Otra cosa no será, pero, desde luego, el fugado ex president de la Generalitat es muy claro respecto de sus intenciones de futuro.
Así que, personalmente, me inclino por pensar que vamos a iniciar una legislatura 'de combate' entre la España investida y sus derivaciones y la 'otra', u otras, España/s y sus diversas expresiones. Una legislatura que estará llena de demandas y querellas por lo hasta ahora actuado, de controversias jurídicas y de patentes muestras de hartazgo ciudadano. Si le digo la verdad, casi hubiese preferido la incertidumbre de unas nuevas elecciones -lo mismo que, dicen las encuestas, más del 60 por ciento de españoles- a que nos adentremos en el panorama ignoto, sin duda lleno de sorpresas, no todas, ay, agradables, que nos aguarda.
Unos hablan de 'destrucción del Estado', 'camino a la dictadura' o 'fin del espíritu de convivencia institucional y constitucional', como suena, aunque puede que alguna de estas expresiones resulte exagerada; los otros opinan que se instaura un nuevo espíritu de convivencia y que el independentismo catalán renuncia a su esencia, es decir, a la secesión de Cataluña con respecto al resto de España, mientras se prolonga la actividad de un Gobierno central 'de progreso'.
Dos visiones radicalmente diferentes, que sugieren que, en todo caso, la investidura, y el camino para llegar a ella, están ahondando la casi secular división entre las dos Españas: la que va a ser investida y 'la otra', que aún está por definir.
O, si usted quiere, la España de los 179 votos -porque Coalición Canaria finalmente también dará el 'sí' al Sánchez gobernante y, por tanto, conseguidor- frente a la de los 171 escaños, limitados al Partido Popular y a Vox, además de Unión del Pueblo Navarro. Cierto que ninguno de los dos 'bandos' -perdón por expresarme así- muestra una gran cohesión interna, porque el PSOE y su coaligado Sumar tienen que integrar las aspiraciones de una veintena de partidos y ocho grupos parlamentarios, mientras que el entendimiento entre PP y Vox no pasa precisamente por sus mejores momentos y se prevé difícil en el futuro de la Legislatura.
Y este futuro me parece, en todo caso, preocupante. La ciudadanía -se va a comprobar de nuevo en las manifestaciones de este domingo- está patentemente cansada de las maniobras políticas, de los incumplimientos gubernamentales a la palabra dada, de la inoperancia de una 'clase política' con bastante más apego al poder que al servicio a la ciudadanía.
La legislatura comienza en tiempos de cambio social, económico, tecnológico, político y moral vertiginoso en todo el mundo, con ribetes ciertamente inquietantes. Un país como el nuestro necesita un Gobierno fuerte, cohesionado en torno a unos principios muy claros de construcción del Estado, de sus leyes fundamentales, que vele por la separación estricta de poderes y por un máximo de seguridad jurídica. ¿Es esto lo que tendremos, a la luz, por ejemplo, de ese texto lleno de discrepancias plasmado en los cuatro folios del acuerdo entre PSOE y Junts?
Habrá que escuchar con mucha atención e interés lo que digan todas las partes en esa especie de 'debate paralelo sobre el estado de la nación' en que va a consistir la sesión de investidura de la semana próxima.
Ahora que se han despejado tantas incógnitas, queda la de saber si Sánchez, presidente y futuro presidente del Reino de España, va a anunciarnos un programa diferente, más integrador de la 'otra' España que hasta ahora, y también nos queda por conocer qué planteará el jefe de la oposición, Alberto Núñez Feijoo, que sin duda anunciará los pasos para torpedear los 'ilegales' acuerdos con el partido del triunfante Puigdemont. Quien, por cierto, de ninguna manera ha dado pie a que podamos pensar que considere concluido el 'procés', como dicen los más optimistas de los entre los 'oficialistas'. Otra cosa no será, pero, desde luego, el fugado ex president de la Generalitat es muy claro respecto de sus intenciones de futuro.
Así que, personalmente, me inclino por pensar que vamos a iniciar una legislatura 'de combate' entre la España investida y sus derivaciones y la 'otra', u otras, España/s y sus diversas expresiones. Una legislatura que estará llena de demandas y querellas por lo hasta ahora actuado, de controversias jurídicas y de patentes muestras de hartazgo ciudadano. Si le digo la verdad, casi hubiese preferido la incertidumbre de unas nuevas elecciones -lo mismo que, dicen las encuestas, más del 60 por ciento de españoles- a que nos adentremos en el panorama ignoto, sin duda lleno de sorpresas, no todas, ay, agradables, que nos aguarda.
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