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RAFAEL TORRES
Jueves, 24 de Agosto de 2023

Un patán

Para dirigir una federación nacional de fútbol tal vez no sea necesario leer a Pessoa, ser férvido visitante habitual del Museo del Prado, disfrutar con las películas de Victor Erice o transportarse con la música de Bach, pero tampoco es necesario ser un patán.


Es mucho el daño reputacional que la criatura que atiende al nombre de Luis Rubiales ha infligido a la imagen de España con sus recientes actos obscenos y abusadores ante la mirada de cientos de millones de telespectadores de todo el mundo, pero más daño ha hecho con ellos al propio fútbol: apenas se habla de la gesta deportiva de nuestras jugadoras en el Mundial, pues la atención se la lleva, por pasmosa, la brutalidad con que se ha conducido el todavía presidente de la Federación, ora tocándose ostensiblemente los huevos en el palco de autoridades, al lado de una chiquilla y de una reina, ora robando a la fuerza un beso a una jugadora, Jenny Hermoso, ora intentando que ésta, encima, le sacara del apuro compareciendo junto a él públicamente para exonerarle de culpa, ora tildando chulescamente de gilipollas para arriba a los críticos de su repulsiva conducta, ora, en fin, justificando y reivindicando ésta so capa de petición de disculpas.
 
Luis Rubiales, el tipo que se llevó, como si fuera suya, la Supercopa de España a Arabia Saudí para que su amigo Piqué se llevara 24 millones de euros, y él no se sabe qué en concepto de "variables", ha hecho daño, como digo, a la imagen de España, a las niñas que sueñan con ser futbolistas y que han visto como el jefe del asunto le planta un beso en la boca, sin consentimiento, a una de sus ídolas, y al fútbol en su conjunto, pero a estas horas sigue haciendo daño a granel no dimitiendo. Setecientos y pico mil euros al año, los que le paga la Federación Española de Fútbol entre pitos y flautas, tal vez expliquen esa resistencia a dimitir, esto es, a dejar de cobrarlos. Rubiales nunca volvería a pillar un estipendio semejante, ni aunque le tocara el Gordo de Navidad.
 
Pero la cuestión, así las cosas, no radica ya en su unánimemente solicitada dimisión, sino en cuánto se va a tardar en destituirle, en mandarle a hacer cursillos de educación, de respeto a las mujeres y de urbanidad. Frente a la lentitud del protocolo aplicable para su cese, que si la FEF, que si el CSD, que si el Tribunal deportivo ese, emerge la necesidad de que Luis Rubiales no permanezca ni un minuto más al frente del fútbol español, a menos que se quiera verlo hundido irrevocablemente. Luego, despedido Rubiales, al que le suceda no se le exigirá que ame el teatro de Ibsen, ni la música de Haydn, ni las novelas de Kafka, pero sí, por el amor de dios, que no sea un patán.
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