El fuego de la ira
Arde París, pero no es de amor; como cantaba Ana Belén. Y es que la ciudad de la luz ahora no brilla ni por su arte ni por su historia. Sino por el fuego de la ira. Porque Francia vuelve a estar más cerca del brutalismo que de la bohemia.
Las protestas en el país de Macron por la muerte de un menor de diecisiete años a manos de la policía están provocando un descontrol que ya asusta. Tranvías, autobuses, festivales, conciertos y hoteles son algunos de los servicios que se han cancelado, en todo o en parte, por la ola de violencia que se ha desatado en Francia. Otra más.
Porque no es la primera reyerta callejera que está viviendo Francia en estos tiempos más cercanos a la ira que a la concordia. A la dependencia y al sometimiento que a la libertad. A la diferencia y al sesgo que a la igualdad. A la enemistad que a la fraternidad.
Y es que el ideario francés parece que se está yendo al traste en estos tiempos revueltos. Antes de la pandemia los “chalecos amarillos” ya protestaron de forma desproporcionada por la subida del combustible en 2018. Pero su actitud violenta no ha servido para nada porque el precio de la energía sigue por las nubes.
Tampoco se queda atrás la subida de las hipotecas, que vuelve a poner en riesgo la economía de los hogares franceses, y europeos, como ya sucediera en agosto de 2007, cuando el BNP (Banque Nationale de Paris) congeló fondos por valor de mil seiscientos millones de euros.
Y si a todo esto le sumamos el disparate que se está viviendo con el precio de los alimentos y el sinsentido de la inflación en la eurozona parece que el cabreo puede ir para largo. Porque a este paso el contexto de pobreza que vivió París en tiempos de la bohemia se puede quedar muy corto. Además, ahora a la sociedad francesa ya no le queda ni humor ni arte para sofocar otro incendio económico. Más bien le sobra rabia y resquemor para seguir avivando el fuego de la ira.
Las protestas en el país de Macron por la muerte de un menor de diecisiete años a manos de la policía están provocando un descontrol que ya asusta. Tranvías, autobuses, festivales, conciertos y hoteles son algunos de los servicios que se han cancelado, en todo o en parte, por la ola de violencia que se ha desatado en Francia. Otra más.
Porque no es la primera reyerta callejera que está viviendo Francia en estos tiempos más cercanos a la ira que a la concordia. A la dependencia y al sometimiento que a la libertad. A la diferencia y al sesgo que a la igualdad. A la enemistad que a la fraternidad.
Y es que el ideario francés parece que se está yendo al traste en estos tiempos revueltos. Antes de la pandemia los “chalecos amarillos” ya protestaron de forma desproporcionada por la subida del combustible en 2018. Pero su actitud violenta no ha servido para nada porque el precio de la energía sigue por las nubes.
Tampoco se queda atrás la subida de las hipotecas, que vuelve a poner en riesgo la economía de los hogares franceses, y europeos, como ya sucediera en agosto de 2007, cuando el BNP (Banque Nationale de Paris) congeló fondos por valor de mil seiscientos millones de euros.
Y si a todo esto le sumamos el disparate que se está viviendo con el precio de los alimentos y el sinsentido de la inflación en la eurozona parece que el cabreo puede ir para largo. Porque a este paso el contexto de pobreza que vivió París en tiempos de la bohemia se puede quedar muy corto. Además, ahora a la sociedad francesa ya no le queda ni humor ni arte para sofocar otro incendio económico. Más bien le sobra rabia y resquemor para seguir avivando el fuego de la ira.
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