Cuando la víctima se convierte en su peor verdugo
“Vivo en un mundo de dolor”, le dijo el delantero Jack Grealish - víctima de sus excesos- al comentarista Jimmy Bullard tras ganar la Champions y ponerse hasta las trancas de alcohol. Un pésimo ejemplo para todos los jóvenes deportistas, que ahora podrían dudar entre elegir el fútbol o los desparrames.
Hay una peligrosa asociación entre el deporte de élite y los abusos a ciertas sustancias que poco tiene que ver con mejorar el rendimiento deportivo. Y por culpa de esta desgracia mayor ya no se sabe bien quién es la víctima y quién es el verdugo.
Es decir, que no se sabe con certeza si los verdugos son los padres porque no han sabido gestionar bien el éxito de sus hijos, si son los clubes porque no aleccionan bien a sus peloteros, si la responsabilidad la tienen las marcas que les patrocinan porque no saben ponerles límites o, directamente, si los verdugos son los propios jóvenes que, nada más salir del barrio, se encuentran con los bolsillos llenos de dinero y huérfanos de cabeza.
El caso es que cada vez resulta más preocupante que el mundo del desenfreno seduzca a tanto crío. Y los lleve a un escenario cada vez más alejado de los valores del deporte y más próximo al mundo de la guita y de la ‘Mony, Mony’, como cantaba el punki Billy Idol.
Diego Maradona, Paul Gascoigne, George Best, Garrincha, Cicinho, Tony Adams… Son solo algunos casos de futbolistas que tuvieron serios problemas con el alcohol. Y en vez de aprender de su tortura, todavía hay gente que incluso trata de mitificar sus ejemplos en pleno boom del ‘fitness’ y de la era de la información.
Así que algunas de las preguntas que uno se plantea es por qué determinados deportistas de élite acaban sucumbiendo al desparrame, sabiendo que el deporte está concebido para mejorar la salud y no para destrozarla. O por qué el futbolista intenta evadirse de la presión y la exigencia hinchándose a alcohol o a otro tipo sustancias. O por qué todavía carecen los jugadores de las herramientas psicológicas necesarias para eludir, y en algunos casos erradicar, sus malos hábitos. O, casi peor, por qué están tan mal asesorados por su entorno familiar o por cierto tipo de agentes.
Por eso sería muy saludable para todos intentar conocer, de manera real y objetiva, los motivos que inducen a un deportista a autodestruirse. Porque no hay nada peor que ver cómo una pobre víctima se convierte en su propio verdugo. Mientras su entorno calla y traga. Y se mofa de su desgracia.
Hay una peligrosa asociación entre el deporte de élite y los abusos a ciertas sustancias que poco tiene que ver con mejorar el rendimiento deportivo. Y por culpa de esta desgracia mayor ya no se sabe bien quién es la víctima y quién es el verdugo.
Es decir, que no se sabe con certeza si los verdugos son los padres porque no han sabido gestionar bien el éxito de sus hijos, si son los clubes porque no aleccionan bien a sus peloteros, si la responsabilidad la tienen las marcas que les patrocinan porque no saben ponerles límites o, directamente, si los verdugos son los propios jóvenes que, nada más salir del barrio, se encuentran con los bolsillos llenos de dinero y huérfanos de cabeza.
El caso es que cada vez resulta más preocupante que el mundo del desenfreno seduzca a tanto crío. Y los lleve a un escenario cada vez más alejado de los valores del deporte y más próximo al mundo de la guita y de la ‘Mony, Mony’, como cantaba el punki Billy Idol.
Diego Maradona, Paul Gascoigne, George Best, Garrincha, Cicinho, Tony Adams… Son solo algunos casos de futbolistas que tuvieron serios problemas con el alcohol. Y en vez de aprender de su tortura, todavía hay gente que incluso trata de mitificar sus ejemplos en pleno boom del ‘fitness’ y de la era de la información.
Así que algunas de las preguntas que uno se plantea es por qué determinados deportistas de élite acaban sucumbiendo al desparrame, sabiendo que el deporte está concebido para mejorar la salud y no para destrozarla. O por qué el futbolista intenta evadirse de la presión y la exigencia hinchándose a alcohol o a otro tipo sustancias. O por qué todavía carecen los jugadores de las herramientas psicológicas necesarias para eludir, y en algunos casos erradicar, sus malos hábitos. O, casi peor, por qué están tan mal asesorados por su entorno familiar o por cierto tipo de agentes.
Por eso sería muy saludable para todos intentar conocer, de manera real y objetiva, los motivos que inducen a un deportista a autodestruirse. Porque no hay nada peor que ver cómo una pobre víctima se convierte en su propio verdugo. Mientras su entorno calla y traga. Y se mofa de su desgracia.
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