Guapo y estratega
El otro día una persona con bastante caché laboral dijo en una reunión de compadres que iba a dar su voto a Pedro Sánchez porque era guapo y estratega. Y ciertamente son dos buenos argumentos para votarlo. Pero también para no hacerlo.
A veces pasa que una cosa suele llevar a la otra, y uno puede ser muy guapo, pero acabar siendo un engreído. Y puede ser un excelente estratega, y terminar por lucubrar maniobras para usarlas en su propio beneficio.
Dice Kenichi Ohmae, un exitoso economista de la Universidad de Pensilvania, que para construir una buena estrategia de negocio hay que tener en cuenta “las tres ces”: la corporación, el cliente y la competencia. Con respecto a la corporación, según Ohmae, hay que estar muy al tanto de la rentabilidad, compartiendo incluso experiencias y resultados, tanto interna como externamente. Es decir, ser dialogante y generoso. En lo que concierne al cliente, el profesor experto en estrategia empresarial sostiene que hay que poner el foco en los consumidores para tratar de velar por sus intereses. Y, por último, en cuanto a la competencia, dice Ohmae que conviene estar al corriente de sus movimientos y aprender de ella para ser más competitivo.
Pero Pedro, el guapo estratega, estas tres máximas las usa a conveniencia. Y es que Sánchez no busca que su empresa -en este caso el Estado español- sea rentable. Ni hace nada por ofrecer autonomía a sus “clientes”. Porque el presidente parece que solo quiere que sus paisanos vivan de la paga y de la misericordia. Y así tener que deberle un plato de comida.
No obstante, la máxima de Kenichi Ohmae que sí suele cumplir Pedro Sánchez a rajatabla es la de estudiar minuciosamente a su competencia. Pero no para fortalecer con ello al Estado español y a sus ciudadanos, sino para crear desconciertos en la oposición y beneficiarse personalmente de las ventajas que tiene ser caudillo de un tropel de gente. Sin tener en cuenta a nadie. Ni siquiera a las personas de caché que le dan su voto solo por ser guapo y estratega.
A veces pasa que una cosa suele llevar a la otra, y uno puede ser muy guapo, pero acabar siendo un engreído. Y puede ser un excelente estratega, y terminar por lucubrar maniobras para usarlas en su propio beneficio.
Dice Kenichi Ohmae, un exitoso economista de la Universidad de Pensilvania, que para construir una buena estrategia de negocio hay que tener en cuenta “las tres ces”: la corporación, el cliente y la competencia. Con respecto a la corporación, según Ohmae, hay que estar muy al tanto de la rentabilidad, compartiendo incluso experiencias y resultados, tanto interna como externamente. Es decir, ser dialogante y generoso. En lo que concierne al cliente, el profesor experto en estrategia empresarial sostiene que hay que poner el foco en los consumidores para tratar de velar por sus intereses. Y, por último, en cuanto a la competencia, dice Ohmae que conviene estar al corriente de sus movimientos y aprender de ella para ser más competitivo.
Pero Pedro, el guapo estratega, estas tres máximas las usa a conveniencia. Y es que Sánchez no busca que su empresa -en este caso el Estado español- sea rentable. Ni hace nada por ofrecer autonomía a sus “clientes”. Porque el presidente parece que solo quiere que sus paisanos vivan de la paga y de la misericordia. Y así tener que deberle un plato de comida.
No obstante, la máxima de Kenichi Ohmae que sí suele cumplir Pedro Sánchez a rajatabla es la de estudiar minuciosamente a su competencia. Pero no para fortalecer con ello al Estado español y a sus ciudadanos, sino para crear desconciertos en la oposición y beneficiarse personalmente de las ventajas que tiene ser caudillo de un tropel de gente. Sin tener en cuenta a nadie. Ni siquiera a las personas de caché que le dan su voto solo por ser guapo y estratega.
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