De Barrika, como el bueno de Jon
Jon Rahm (Barrika, 10 de noviembre de 1994) se ha vestido de verde el mismo día en el que Severiano Ballesteros (Pedreña, 9 de abril de 1957) naciera hace sesenta y seis años.
También otro nueve de abril, pero de 2017, Sergio García (Borriol, 9 de enero de 1980) ganó este mismo torneo, el Master de Augusta. Por lo que se cumplen seis años desde la última vez que un español se hiciera con la victoria de la competición más laureada del universo del golf.
Pero la cosa no queda ahí porque Txema Olazábal (Fuenterrabía, 5 de febrero de 1966) ganó, de igual modo, dos veces el mismo trofeo, tal y como en su día lo hiciera Seve. Por lo tanto, por sexta vez, las vitrinas de nuestro país ya tienen una nueva chaqueta color esperanza para mostrar sin complejos al mundo y, de paso, a todos los españoles.
Aunque los demás quizá sepan mejor que nosotros mismos de qué pasta estamos hechos los españoles. Y es que mientras en este país nos avergonzamos de nuestra propia nacionalidad, en el resto del planeta nos envidian y hasta nos idolatran. Y no solo por estas gestas deportivas como la de Rahm.
Porque España, pese a quien le pese, es un ejemplo a escala mundial. Y nuestro legado histórico, o nuestro acervo cultural, se valora en todos los rincones de toda la ancha tierra. No hay más que salir de nuestras fronteras para saber que este país es uno de los grandes referentes socioculturales. Y ese es el problema, porque al mismo tiempo que nuestros triunfos se multiplican fuera de España, nosotros en casa nos encargamos de dividirnos.
Así que después de ver la gran victoria de Rahm, a uno se le queda la cara de bobo por no saber entender bien a qué mente estúpida le puede convenir que estemos guerreando internamente entre nosotros y, de paso, tirar al vertedero el esfuerzo que hacen muchos paisanos llevando el nombre de España a lo más alto del podio. No obstante, lo que sí que podría decir con total rotundidad es que esto que está pasando no nos viene nada bien. Porque acaso es algo bueno hablar mal siempre uno mismo. ¿Es una buena idea tratar de mostrar constantemente nuestra debilidad? ¿Entraría dentro de lo razonable ocultar de manera acérrima -y hasta casi cerril- todas nuestras fortalezas?
Es muy probable que al preguntarle directamente a un psicólogo nos dijera que todo este tema conductual es bastante propio de tener muy baja la autoestima, algo que no les pasa a las buenas almas que viajan por el mundo y nos representan. Gente que sabe lo que hay por ahí fuera. Personas que escuchan lo que dicen de nosotros los demás. Hombres y mujeres que leen noticias de la prensa extranjera. Tipos que compiten por ser los mejores. Deportistas que nos han pintado la cara a todos los españoles de color verde esperanza hasta seis veces. Gente sin complejos de Pedreña como Severiano -que Dios le tenga en su Gloria-. O ciudadanos de Fuenterrabía como Txema. O paisanos de Borriol como Sergio. O de Barrika, como el bueno de Jon.
También otro nueve de abril, pero de 2017, Sergio García (Borriol, 9 de enero de 1980) ganó este mismo torneo, el Master de Augusta. Por lo que se cumplen seis años desde la última vez que un español se hiciera con la victoria de la competición más laureada del universo del golf.
Pero la cosa no queda ahí porque Txema Olazábal (Fuenterrabía, 5 de febrero de 1966) ganó, de igual modo, dos veces el mismo trofeo, tal y como en su día lo hiciera Seve. Por lo tanto, por sexta vez, las vitrinas de nuestro país ya tienen una nueva chaqueta color esperanza para mostrar sin complejos al mundo y, de paso, a todos los españoles.
Aunque los demás quizá sepan mejor que nosotros mismos de qué pasta estamos hechos los españoles. Y es que mientras en este país nos avergonzamos de nuestra propia nacionalidad, en el resto del planeta nos envidian y hasta nos idolatran. Y no solo por estas gestas deportivas como la de Rahm.
Porque España, pese a quien le pese, es un ejemplo a escala mundial. Y nuestro legado histórico, o nuestro acervo cultural, se valora en todos los rincones de toda la ancha tierra. No hay más que salir de nuestras fronteras para saber que este país es uno de los grandes referentes socioculturales. Y ese es el problema, porque al mismo tiempo que nuestros triunfos se multiplican fuera de España, nosotros en casa nos encargamos de dividirnos.
Así que después de ver la gran victoria de Rahm, a uno se le queda la cara de bobo por no saber entender bien a qué mente estúpida le puede convenir que estemos guerreando internamente entre nosotros y, de paso, tirar al vertedero el esfuerzo que hacen muchos paisanos llevando el nombre de España a lo más alto del podio. No obstante, lo que sí que podría decir con total rotundidad es que esto que está pasando no nos viene nada bien. Porque acaso es algo bueno hablar mal siempre uno mismo. ¿Es una buena idea tratar de mostrar constantemente nuestra debilidad? ¿Entraría dentro de lo razonable ocultar de manera acérrima -y hasta casi cerril- todas nuestras fortalezas?
Es muy probable que al preguntarle directamente a un psicólogo nos dijera que todo este tema conductual es bastante propio de tener muy baja la autoestima, algo que no les pasa a las buenas almas que viajan por el mundo y nos representan. Gente que sabe lo que hay por ahí fuera. Personas que escuchan lo que dicen de nosotros los demás. Hombres y mujeres que leen noticias de la prensa extranjera. Tipos que compiten por ser los mejores. Deportistas que nos han pintado la cara a todos los españoles de color verde esperanza hasta seis veces. Gente sin complejos de Pedreña como Severiano -que Dios le tenga en su Gloria-. O ciudadanos de Fuenterrabía como Txema. O paisanos de Borriol como Sergio. O de Barrika, como el bueno de Jon.


























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