El robot impresora
En Estados Unidos están levantando un barrio con impresoras 3D. De momento ya han empezado a construir cien viviendas conocidas como ‘Genesis Collection’. Y se espera que en breve ese número se pueda multiplicar por veinticinco no a mucho tardar.
El lugar elegido para hacer todo este despliegue de construcción tecnológica ha sido Georgetown, en Texas, y el precio medio de la vivienda puede llegar a alcanzar los trescientos setenta y cinco mil euros. Más o menos la mitad del precio que pagaron los marqueses por su casa de Galapagar.
Al nuevo vecindario estadounidense ya se le conoce por el nombre de ‘Wolf Ranch’. Y la inteligencia artificial se encarga de todo. El protagonista de este maquineo es un “robot impresora” que tiene más de catorce metros de alto. Y se llama Vulcan.
El artefacto no fuma, no come, no bebe. Ni hace descansos para reponer fuerzas. Llega puntual a trabajar. Tampoco tiene hijos. Ni pareja. Ni amigos con los que poder charlar. Además, trabaja las veinticuatro horas del día, por lo que se puede decir sin tapujos que Vulcan es una verdadera máquina de currar.
Otra de las ventajas que tiene el robot es que no habla. Ni hace ruido excesivo. Y mientras da de llana, tampoco le entran ganas de ponerse a mear. Por lo que Vulcan, en definitiva, en sí mismo es un aparato descomunal.
Las compañías que se hacen cargo de montar todo este berenjenal, la ‘start up’ Icon y la constructora Lennar, estiman que el coste de la edificación de este tipo de viviendas puede abaratarse entre un diez y un treinta por ciento. Incluso piensan, además, que la duración de las obras puede reducirse a casi una tercera parte de lo que suele ser habitual.
Y hasta aquí juzguen ustedes mismos si esto puede ser nefasto, bueno o regular. Lo que ya les adelanto es que lo malo de todo este alarde de ciencia y de tecnología, de todo este derroche de inteligencia artificial, es que Vulcan no se puede afiliar a un sindicato, y nadie le puede cabrear. Vamos, que este “robot impresora” no tiene emociones, y la falsa propaganda no le va a atemorizar. Tampoco consume. No tributa a Hacienda. Ni tiene pinta de que pueda pagar pensiones. Nadie le puede sablear. Por eso podemos estar seguros de que este invento va a tardar un poco en llegar a España. Gobierne quien gobierne: una marquesa, un duque… o el mismísimo Conde del Real. Tiempo al tiempo. Ya me contarán, ya.
El lugar elegido para hacer todo este despliegue de construcción tecnológica ha sido Georgetown, en Texas, y el precio medio de la vivienda puede llegar a alcanzar los trescientos setenta y cinco mil euros. Más o menos la mitad del precio que pagaron los marqueses por su casa de Galapagar.
Al nuevo vecindario estadounidense ya se le conoce por el nombre de ‘Wolf Ranch’. Y la inteligencia artificial se encarga de todo. El protagonista de este maquineo es un “robot impresora” que tiene más de catorce metros de alto. Y se llama Vulcan.
El artefacto no fuma, no come, no bebe. Ni hace descansos para reponer fuerzas. Llega puntual a trabajar. Tampoco tiene hijos. Ni pareja. Ni amigos con los que poder charlar. Además, trabaja las veinticuatro horas del día, por lo que se puede decir sin tapujos que Vulcan es una verdadera máquina de currar.
Otra de las ventajas que tiene el robot es que no habla. Ni hace ruido excesivo. Y mientras da de llana, tampoco le entran ganas de ponerse a mear. Por lo que Vulcan, en definitiva, en sí mismo es un aparato descomunal.
Las compañías que se hacen cargo de montar todo este berenjenal, la ‘start up’ Icon y la constructora Lennar, estiman que el coste de la edificación de este tipo de viviendas puede abaratarse entre un diez y un treinta por ciento. Incluso piensan, además, que la duración de las obras puede reducirse a casi una tercera parte de lo que suele ser habitual.
Y hasta aquí juzguen ustedes mismos si esto puede ser nefasto, bueno o regular. Lo que ya les adelanto es que lo malo de todo este alarde de ciencia y de tecnología, de todo este derroche de inteligencia artificial, es que Vulcan no se puede afiliar a un sindicato, y nadie le puede cabrear. Vamos, que este “robot impresora” no tiene emociones, y la falsa propaganda no le va a atemorizar. Tampoco consume. No tributa a Hacienda. Ni tiene pinta de que pueda pagar pensiones. Nadie le puede sablear. Por eso podemos estar seguros de que este invento va a tardar un poco en llegar a España. Gobierne quien gobierne: una marquesa, un duque… o el mismísimo Conde del Real. Tiempo al tiempo. Ya me contarán, ya.


























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