Irene impresiona
El cuadro que está pintando Irene Montero a costa de todos impresiona. Y no solo por el hecho de querer estar dispuesta a hacer cualquier cosa para no tener que dimitir, sino por el marronazo que quiere dejarnos a todos. Eso sí, vendido como un éxito.
Todo esto no es nada nuevo, no. Y se lo ha vuelto a tatuar a fuego a sus ya escasos acólitos de partido. E incluso se ha permitido la licencia de lanzar algunos brochazos a sus propios compañeros de desgobierno, que ya empiezan a ver su juguete como algo más que un simple morado.
Porque con “la ley del solo sí es sí” la ministra no solo está poniendo en peligro a cientos de mujeres de manera directa -y a millones de manera potencial-, también está dejando a los pies de los caballos a sus propios compañeros de partido, a los ministros y, por supuesto, a ella misma. Aunque no lo quiera o no lo pueda ver.
No obstante, Irene se sigue defendiendo encolerizada diciendo, micro en mano, que no se ha equivocado con su obra. Que estuvieron trabajando juntos, codo con codo, para que todo estuviera bien. Que había un equipo excelente, con el ministro Juan Carlos Campo a la cabeza. Pero que, no obstante, se hace cargo del dolor, del sufrimiento de las víctimas y de quienes las acompañan.
Pero la postura que Irene nos quiere vender sobre este fenómeno, si se entiende bien, es la del puro victimismo. Y podría asemejarse incluso a lo que en su día sufrieron en sus carnes personajes y artistas como Monet, Van Gogh o Gauguin. Esos grandes genios incomprendidos que pasaron penurias porque no les supieron entender.
Pero la gran diferencia entre unos y otros no es solo la inteligencia o el buen hacer. Tampoco radica exclusivamente en que los artistas vivieron en la indigencia y ella está claro que no. La gran diferencia está en que mientras Irene ya no pinta ni la mona con el sexo femenino, Monet dibujó, por ejemplo, obras como las ‘Mujeres de Tahití’. Y eso es tener sensibilidad y arte. Es impresionismo. Irene solo da pena. E impresiona.
Todo esto no es nada nuevo, no. Y se lo ha vuelto a tatuar a fuego a sus ya escasos acólitos de partido. E incluso se ha permitido la licencia de lanzar algunos brochazos a sus propios compañeros de desgobierno, que ya empiezan a ver su juguete como algo más que un simple morado.
Porque con “la ley del solo sí es sí” la ministra no solo está poniendo en peligro a cientos de mujeres de manera directa -y a millones de manera potencial-, también está dejando a los pies de los caballos a sus propios compañeros de partido, a los ministros y, por supuesto, a ella misma. Aunque no lo quiera o no lo pueda ver.
No obstante, Irene se sigue defendiendo encolerizada diciendo, micro en mano, que no se ha equivocado con su obra. Que estuvieron trabajando juntos, codo con codo, para que todo estuviera bien. Que había un equipo excelente, con el ministro Juan Carlos Campo a la cabeza. Pero que, no obstante, se hace cargo del dolor, del sufrimiento de las víctimas y de quienes las acompañan.
Pero la postura que Irene nos quiere vender sobre este fenómeno, si se entiende bien, es la del puro victimismo. Y podría asemejarse incluso a lo que en su día sufrieron en sus carnes personajes y artistas como Monet, Van Gogh o Gauguin. Esos grandes genios incomprendidos que pasaron penurias porque no les supieron entender.
Pero la gran diferencia entre unos y otros no es solo la inteligencia o el buen hacer. Tampoco radica exclusivamente en que los artistas vivieron en la indigencia y ella está claro que no. La gran diferencia está en que mientras Irene ya no pinta ni la mona con el sexo femenino, Monet dibujó, por ejemplo, obras como las ‘Mujeres de Tahití’. Y eso es tener sensibilidad y arte. Es impresionismo. Irene solo da pena. E impresiona.
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