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FERMÍN BOCOS
Jueves, 17 de Marzo de 2022

Putin, homo sovieticus

Todo el mundo, sobre todo en Rusia, sabe quién es y de dónde viene Vladimir Putin. Es un claro ejemplo del homo sovieticus. Un hombre que desarrolló su vida profesional como "chequista" -nombre por el que históricamente, mientras existió la Unión Soviética, han sido conocidos los funcionarios de la policía política secreta rusa que fundada bajo instrucciones de Lenin 1918 por Félix Dzerzhinsky fue cambiando de nombre y de siglas a lo largo de los años.

 
En la última de esas restructuraciones, la conocida como KGB, Putin llegó alcanzar el grado de teniente coronel. Su último destino fue la ciudad alemana de Dresde.
 
Fue precisamente esa condición de agente secreto la que facilitó su posterior ascenso en el escalafón de la política rusa hasta llegar a la cumbre de la mano de Boris Yeltsin. Basta con rastrear la identidad de los colaboradores más cercanos de los que se ha ido rodeando Putin en los veinte años que lleva en el poder para constatar que varios de ellos también fueron agentes de la arborescente KGB.
 
Que Putin se ha rodeado de personajes que como él forjaron en tiempos de la URSS su idea del papel que le correspondía desempeñar a Rusia en el mundo, vista la agresiva política que viene llevando a cabo, más que una evidencia resulta una obviedad. Su objetivo es recuperar las fronteras que conformaron el imperio soviético por el que siente nostalgia tal y como se desprende de una declaración suya en la que afirmaba que la desaparición de la URSS había sido la mayor tragedia del siglo XX.
 
A la luz de todos estos antecedentes llama mucho la atención el empeño de algunos dirigentes políticos de la izquierda española tratando de etiquetar a Putin como un político de extrema derecha. Saben que contamina y llamarle "fascista" es una forma aviesa de disimular las raíces comunistas del líder del Kremlin. Un intento de sembrar confusión, una idea pensada para ocultar que la invasión de Ucrania -una guerra ilegal imposible de justificar- es un acto que recuerda la invasión rusa de Hungría en 1956 o el aplastamiento en Checoslovaquia de la "Primavera de Praga" en 1968. Vladimir Putin no consideraría un insulto que le llamaran "chequista". Por eso llama tanto la atención la curiosa campaña para convencer al personal de que, en realidad, es fascista.
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