Marina Ovsyannikova, que los tiene como el caballo de Espartero, grabó un vídeo antes de su heroica y desesperada acción en el que confesaba sentirse profundamente avergonzada de haber mentido a la audiencia, a su pueblo, durante el tiempo que trabajó en ese programa de propaganda oficial que, continuador del (des)informativo más visto en tiempos de la URSS, viene a ser en Rusia lo que era el "el parte" en la radio franquista. En ese "parte", a la verdad se la condena a muerte todos los días, pero Marina Ovsyannikova consiguió la otra tarde lo que nadie nunca había conseguido, indultarla y rehabilitarla en antena, siquiera durante unos pocos segundos.
A Marina Ovsyannikova la detuvieron, la han tenido 14 horas interrogándola en una comisaría en riguroso aislamiento, la han multado con 30.000 rublos y ha quedado en libertad, en la apócrifa libertad de Rusia, a la espera del juicio donde un tribunal igualmente apócrifo le comunicará su condena de cárcel, y todo ello por mostrar en pantalla, fugazmente, un cartel donde contaba la verdad. Por hacer lo mismo, por contar la verdad de esa guerra miserable, otros cuatro periodistas lo han pagado ya con la vida sobre el terreno, los dos últimos, un americano y una ucraniana, ayer mismo, pero Marina, que aún vive, y ya con extrema dignidad por cierto, ha intentado contársela al pueblo ruso, que no la ha conocido nunca.
Marina Ovsyannikova, que es una gran atleta y ha cruzado a nado el Volga y el Bósforo sin despeinarse, no ha querido seguir nadando y guardando la ropa: se ha lanzado desnuda a las aguas podridas del régimen de Putin con la determinación de alcanzar la otra orilla, la de la decencia cívica y el honor profesional. Su padre ucraniano y su madre rusa ya pueden enorgullecerse de haber engendrado ese pedazo de mujer.
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