El veneno nacionalista
Georges Steiner solía decir que el nacionalismo era el veneno de la historia moderna. No se equivocaba.
No hay que mirar mucho hacia atrás, al horror que fueron las dos grandes guerras del siglo pasado -sobre todo la última-, para constatar que esa pulsión excluyente que emponzoña las relaciones entre países vecinos sigue latente y destilando odio. En nuestros días contra el gran dique antinacionalista que es la Unión Europea.
En Francia han estrenado el año con una áspera polémica política que une a dirigentes de ideología derechista e izquierdista contra el presidente Emmanuel Macron. ¿El "delito"? Haber ordenado izar la bandera azul constelada de estrellas bajo el Arco de Triunfo de París en ocasión del inicio de la presidencia de turno de la UE que este semestre corresponde a Francia. Es probable que la cercanía de las elecciones presidenciales que tendrán lugar el próximo mes de junio pueda explicar la berrea de los nacionalistas, pero el mal viene de atrás. De otra manera no se puede explicar que Valérie Pécresse, candidata de los Republicanos, el partido conservador situado a la derecha de Macron, haya rechazado la bandera comunitaria diciendo que: "presidir Europa sí, borrar la identidad francesa, no". O que el jefe de comunicación del partido de Jean Luc Mélenchon, candidato del partido Francia Insumisa, la extrema izquierda, haya exigido "que se quitara ese horror y se volviera a poner la bandera de la patria".
Que semejante polémica esté fechada en París, otrora capital de la Ilustración y la Razón, no deja de ser inquietante por lo que tiene de síntoma de una enfermedad política que sigue latente en diferentes países de Europa. El nacionalismo está basado en la tergiversación de la historia y en el odio al vecino. Ya sabemos a dónde conduce ese virus. En España tenemos algún ejemplo. Fortalecer la Unión Europea como antídoto contra los nacionalismos tribales debería ser uno de los buenos propósitos de este año que acabamos de estrenar. Porque el veneno del nacionalismo sigue activo.
No hay que mirar mucho hacia atrás, al horror que fueron las dos grandes guerras del siglo pasado -sobre todo la última-, para constatar que esa pulsión excluyente que emponzoña las relaciones entre países vecinos sigue latente y destilando odio. En nuestros días contra el gran dique antinacionalista que es la Unión Europea.






















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