Por Carlota Suárez
Lunes, 11 de Octubre de 2021
Martín Sancia Kawamichi publica Hotaru
Cuando las luciérnagas se apagan
Con la lectura ocurre como con el sexo, es fácil disfrutar cuando estás predispuesta a hacerlo. Con Hotaru, me pasó justo lo contrario.
Es necesario ser un buen amante o un excelente escritor para hacer cambiar de opinión a quien abraza la lectura o disfruta de sus artes amatorias. Martín Sancia Kawamichi mandó al traste mis expectativas. Me abofeteó, con dos excelentes veladas literarias.
Hotaru, premiada con el Extremo Negro-BAN en 2014, llegó a mis manos a través de las de mi editora, Mayda Bustamante, que es también la responsable de que podamos leer esta fascinante historia en España.
Acepté el regalo poco convencida e influenciada por las etiquetas que tanto critico. En este caso, la situación temporal, que hasta ahora encontraba manida –la convulsa Argentina de los setenta–, escenario cerrado y deprimente –casa franca y precaria–, temática oriental que evito como lectora y que el autor, en el prólogo, amenazaba con ofrecerme –“Empecé a escribir una novela (...) incierta, medio japonesa, como yo, que soy incierto y medio japonés…”– Bastaron cuatro páginas para despertar mi curiosidad, seis para atraparme, ocho para tenerme a sus pies.
Hotaru se presenta al lector con una estructura sencilla y una prosa sostenida y ágil. Seis partes, capítulos cortos y un ritmo constante que el autor rompe, con certeros disparos, cada vez que la trama sufre un giro. Cada uno de esos giros, creedme, os dejará heridos de muerte y aun moribundos, no podréis parar de leer.
Después de una larga relación epistolar, Kaede deja Kioto para viajar a Argentina y reunirse con Dantori, un Montonero perseguido por los militares. Viaja acompañada de su asistente Maeko, una enigmática y delicada criadora de luciérnagas –hotaru–, a la que le falta un dedo y le sobran motivos para seguir a la geisha allá donde vaya. Ya en Buenos Aires, se instalan con el guerrillero en una precaria casa franca, rodeada de arbustos sin cuidar y privada de toda comodidad. Desde allí, planean un secuestro en favor de la Revolución.
Oriente y Occidente maridan a la perfección a través de unos personajes que, víctimas cada uno de su propia crisis de identidad, buscan su camino, iluminados por unas luciérnagas que acompañan al lector hasta un sorprendente final.
Erotismo, sensualidad y acción, en una obra muy visual, en rojo y negro.
Del lector depende, que las luciérnagas se apaguen o sigan brillando.
![[Img #119431]](https://madridpress.com/upload/images/10_2021/366_cubierta-hotaru.jpg)
Es necesario ser un buen amante o un excelente escritor para hacer cambiar de opinión a quien abraza la lectura o disfruta de sus artes amatorias. Martín Sancia Kawamichi mandó al traste mis expectativas. Me abofeteó, con dos excelentes veladas literarias.
Hotaru, premiada con el Extremo Negro-BAN en 2014, llegó a mis manos a través de las de mi editora, Mayda Bustamante, que es también la responsable de que podamos leer esta fascinante historia en España.
Acepté el regalo poco convencida e influenciada por las etiquetas que tanto critico. En este caso, la situación temporal, que hasta ahora encontraba manida –la convulsa Argentina de los setenta–, escenario cerrado y deprimente –casa franca y precaria–, temática oriental que evito como lectora y que el autor, en el prólogo, amenazaba con ofrecerme –“Empecé a escribir una novela (...) incierta, medio japonesa, como yo, que soy incierto y medio japonés…”– Bastaron cuatro páginas para despertar mi curiosidad, seis para atraparme, ocho para tenerme a sus pies.
Hotaru se presenta al lector con una estructura sencilla y una prosa sostenida y ágil. Seis partes, capítulos cortos y un ritmo constante que el autor rompe, con certeros disparos, cada vez que la trama sufre un giro. Cada uno de esos giros, creedme, os dejará heridos de muerte y aun moribundos, no podréis parar de leer.
Después de una larga relación epistolar, Kaede deja Kioto para viajar a Argentina y reunirse con Dantori, un Montonero perseguido por los militares. Viaja acompañada de su asistente Maeko, una enigmática y delicada criadora de luciérnagas –hotaru–, a la que le falta un dedo y le sobran motivos para seguir a la geisha allá donde vaya. Ya en Buenos Aires, se instalan con el guerrillero en una precaria casa franca, rodeada de arbustos sin cuidar y privada de toda comodidad. Desde allí, planean un secuestro en favor de la Revolución.
Oriente y Occidente maridan a la perfección a través de unos personajes que, víctimas cada uno de su propia crisis de identidad, buscan su camino, iluminados por unas luciérnagas que acompañan al lector hasta un sorprendente final.
Erotismo, sensualidad y acción, en una obra muy visual, en rojo y negro.
Del lector depende, que las luciérnagas se apaguen o sigan brillando.





















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