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DAVID LAVILLA
Lunes, 10 de Mayo de 2021

"Me la suda"

A veces echo de menos a los personajes de las novelas. Podría decir incluso que mucho más que a las personas. Por ejemplo, preferiría tener noticias frecuentes de Federico o del Chino, de Ray Loriga, antes que de Pedro Sánchez o de Carmen Calvo. O saber más de Oblómov, de Iván Goncharov, que de Pablo Iglesias. Yo creo que algo parecido le debe pasar a Joaquin Leguina. O a Nicolás Redondo.


Hay muchos personajes literarios que se les llega a coger cariño, a pesar de ser unos auténticos canallas. No se puede explicar bien el porqué. Quizá sea por la propia narrativa que emplean sus creadores. O por la perfección de sus infamias. Pero uno puede llegar hasta empatizar más con Josef Bloch, de Peter Handke, o con el mismísimo Lorenzo Falcó de Pérez-Reverte, antes que con el títere Pedro Sánchez. Un individuo que ciertamente proviene de la realidad, pero está moldeado al gusto de Redondo. Ese tal Iván.
 
Como siempre se ha dicho que la realidad supera a la ficción, a veces surgen este tipo de personas insípidas que sobreactúan de tal forma que los malos de las novelas pueden parecer santos a su lado. Por eso una mentirosa agarrada a un maletín de una vicepresidencia, aunque se empeñe mucho en traicionar a su país, nunca le va a llegar a la suela de los zapatos a Milady de Winter, de Alejandro Dumas. O a Mrs. Danvers, de Daphne du Maurier. Y es que, simplemente, la ficción es más honesta. Por eso es probable que empaticemos más con el pobre malvado del cuento, que con una nueva rica estrafalaria que se vaya paseando por Madrid con un portafolios de cuero con cara de vinagre.
 
A cualquier español le repugna ver holgazanear a los ministros y toda su cuadrilla con el dinero de todos. Eso también es cierto. Y no ayuda a tratar de ponernos en su lugar. Además, quizá por analogía, no sea lo mismo ver haraganear a Oblómov que a Pablo Iglesias. O comprobar cómo se pega un tiro en el pie el Chino, que vérselo hacer a un presidente del Gobierno. Además, en ficción todo se hace con mayor naturalidad. Con más sencillez y llaneza. Y de eso estos políticos tienen muy poco.
 
Por eso es comprensible que Joaquín Leguina y Nicolás Redondo, dos de las celebridades más representativas del socialismo español, estén tan indignados que prefieran que estos personajes salgan de la trama de la vida real en menos que canta el gallo de oro de Juan Rulfo. Y que se hagan cargo del partido, y por ende del Gobierno, personas más íntegras, y no marionetas del tiririshow. 
 
Y es que Pedro y Pablo están tirando por tierra todo el duro trabajo que ha hecho el PSOE en la historia de la democracia española. Lo de Iglesias puede ser hasta comprensible, por eso de querer quitarse a su enemigo de en medio. Pero lo de Sánchez es un engaño tan flagrante que en el PSOE deberían plantearse volverle a expulsar del hemiciclo. 
 
Sobre todo porque ahora parece que se ha empeñado en quedarse solo en Ferraz. O por lo menos sin gente que no piense como quiere él. ¿Y a eso cómo hay que llamarlo entonces? ¿Fascismo? ¿Fachismo? ¿Sanchismo? ¿Tener muchas ganas de ser mejor carcelero  que el miserable inspector Javert?
 
Para los que han luchado tanto por el PSOE debe ser muy duro observar toda esta triste trama de guiñol. Donde el presidente quiere parecerse a Fitzwilliam Darcy, de Jane Austen, antes que a sí mismo. Por eso es normal que Leguina esté harto de escuchar a tanto juglar chocarrero y se le haya escapado eso de: “Me la suda”. Aunque no estás solo, Joaquín. Llegados a este punto nos puede pasar a todos. A mí también.
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