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RAFAEL TORRES
Martes, 06 de Abril de 2021

Rocío y el espejo

La realidad supera a la ficción porque es una potentísima ficción en sí misma, la más potente de las ficciones tal vez. Por eso, la "docuserie" de Rocío Carrasco ha desplazado hacia ella la atención del público que había colonizado en exclusiva las series esas que en los últimos tiempos se expenden al por mayor.


En la realidad, pese a que el destino de cuantos la habitan e interactúan en ella guioniza lo suyo, escenas, diálogos y situaciones se van improvisando y a menudo contradiciendo, lo que contribuye a imantar la atención del espectador, ese testigo pasivo y mudo que, no obstante, también está construido a partir de esas dos materias humanas básicas, improvisación y contradicción. La llamada prensa del corazón o rosa, por su simplicidad extrema y por su maniqueísmo destructor del relato afinado y complejo que requiere la realidad, desperdició durante décadas, en sus albañales de chismes, murmuración y cotilleo, esta historia terrible de manipulación, sadismo, odio, sufrimiento y desamparo de menores que ahora sirve por entregas esa entrevista documentalizada de la hija de Rocío Jurado y Pedro Carrasco.
 
Reduciéndola a una historia cansina y vulgar de buenos y malos, de buen padre y mala madre concretamente, y justificando esa infame reducción en el hecho de que ambos personajes vivían o habían vivido de ella y no era cosa de ahondar, al público afecto a ese género se le escamoteó la experiencia de mirarse en el espejo que esa historia real de ficción propone. Y tanto es así que cuando la industria del ramo reconoció tácitamente su inepcia con el docudrama y la historia desbordó sus estrechos y yermos cauces, se constituyó en materia de reflexión general, en espejo de la sociedad, de sus taras y de sus sordideces.
 
Los papeles de los protagonistas, tras la emisión de cinco capítulos de la serie, se han intercambiado, pero dejando a un lado la verdad completa del caso que los fijaría definitivamente, pues ni una "docuserie" ni nadie da para despejarla cabalmente, eso es lo de menos. Lo de más es esa permanente y tóxica exposición pública que los hijos, menores que recibieron cuantos castigos se cruzaban sus progenitores, sufrieron durante su crianza y su crecimiento. Lo de más, en fin, es cuanto ese espejo nos devuelve, entre otras cosas indeseables la complicidad o cooperación necesaria del público con una industria trituradora de la realidad y de las personas.
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