A Iglesias le ha estallado un Vallés
A estas alturas solo quien no quiere saber lo sucedido con lo que Iglesias pretendió convertir en una Causa General contra las cloacas del Estado, o sea sus acólitos políticos y mediáticos, no sabe ya que lo que existe ahí de verdad es otra cloaca, la del propio Iglesias.
La presunta víctima que es a lo que va apareciendo a la luz de los hechos y las pruebas como el inductor y autor de una manipulación, conjura y contubernio judicial, construido con mentira sobre mentira y calumnia sobre calumnia buscando réditos y beneficios políticos y el oprobio y desprestigio de sus rivales.
Quiso aprovechar lo que no pasaba de ser un cochambroso asunto de faldas por una conspiración planetaria contra él y resulta que los engaños y tropelias cometidos para llegar a tal fin lo están colocando en una situación imposible. Pues fue el quien perpetró todo el enjuague, entró en connivencia y enredó con la fiscalía, utilizó privilegios, violó ética y normas y pudo cometer delitos. La jugada le había salido bien hasta que topó con un juez, García Castellón, un juez con todas las letras, sin afán alguno de estrellato, ni cuando encausó a Mario Conde la quiso tener, de esos que son tabla de salvación del inocente y de perdición del culpable que le pretende engañar. Y Pablo Iglesias se ha topado con él.
Está furioso y desquiciado, se le nota en la virulencia del gesto y en lo febril del ataque. Le han pillado con la mercancía podrida en la "flagoneta" y ya no cuela que venda ni verdura freca ni fruta sin maca. Huele a podrido que echa para atrás. Busca huir como sea, y piensa que atacar y manchar por doquier es la forma de salvarse. Qué curioso, lo mismito que pretendió hacer Mario Conde. Ataca al propio juez, a los periodistas que le han descubierto el pastel y puesto al aire sus vergüenzas y pretende montar él "su" comisión de investigación en el Parlamento para representar allí una de títeres y circo que sustituya y tape a la que vale, a la de verdad, a la judicial.
Su último desafuero ha sido cargar contra Vicente Vallés, un periodista reconocido por su templaza y ecuanimidad, de muchos años de profesión y de prestigio ganado a pulso de seriedad. Y ha cometido ahí un fallo al entender esa agresión como remedio y que quizás le sea todavía mas nocivo que la enfermedad que quería paliar.
Ha sido un error tan zafio y mal dirigido, tanto por el objetivo elegido, como por la obscena falacia del argumentario y por la debilidad de su propia y comprometida situación que quien ha sufrido una avalancha espectacular de repulsa ha sido él. Y no solo por el caso en sí, sino porque se ha vislumbrado por parte de quienes tienen autoridad intelectual, peso ético y reconocimiento social que la pretensión del podemita no es sino un ataque a la propia esencia de la libertad de expresión. Vamos, que ha destapado su sesgo autoritario, represor y censor. De dictadorzuelo en ciernes. Pero que además compromete gravemente al Gobierno. Puesto que ahora él es Gobierno, es además vicepresidente y tiene a su lado toda una tropilla de acólitos con cartera ministerial.
Él ha puesto a Vallés en la diana, con el consabido sambenito de facha derechoso, pero quien está bajo la lupa de la Justicia es él y que sea miembro preferente del Gobierno de España añade una enorme gravedad al hecho. Porque ahora ello concierne a la propia presidencia, a Pedro Sánchez, que no puede permanecer ante ello en "modo avión". Porque ya no se trata ni así se percibe por parte de la sociedad española solo de un ataque desaforado contra un periodista ni siquiera, como ha sido, contra toda una larga lista de medios y de profesionales, por el "pecado mortal" de ser críticos con su formación, sus dirigentes y él mismo, sino porque ha atacado el principio constitucional de libertad de prensa y de expresión. El Gobierno, Pedro Sánchez, está por ello en la ineludible obligación de salir al paso pues si no lo hace se convertirá en cómplice de esa agresión.
La presunta víctima que es a lo que va apareciendo a la luz de los hechos y las pruebas como el inductor y autor de una manipulación, conjura y contubernio judicial, construido con mentira sobre mentira y calumnia sobre calumnia buscando réditos y beneficios políticos y el oprobio y desprestigio de sus rivales.























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