Un error con la SIM
Sin vergüenza te lo digo simple. Simbólico. Algo así como un símil. No va a ser algo simbiótico. Ni la copla del tonto Simón. Tampoco es el típico chascarrillo de Simancas (hasta mayo no cuenta nada). Lo que aquí te voy a escribir es un simpático simulacro. Y dice así:
Pierdo mi diario personal. Lo denuncio. Pasa un tiempo. Llaman a la puerta. Entra mi jefe con una bolsa de basura. Me dice que dentro está lo que he perdido. Abro la bolsa. Veo un diario parecido al mío. De hecho, creo que es el mío, pero no lo puedo abrir. Lo dejo un tiempo para ver si se abre solo o me lo puede abrir una empresa que abre diarios. Nada. No se abre. No lo abren. Está roto, dicen.
También me cuentan mis amigos que mucha gente ha visto lo que hay en ese diario. Hasta mi jefe lo ha visto y no me lo ha dado antes para protegerme, me comentan. Pero ahora dudo si es mi diario o es el de otra persona que pueda escribir mi historia mejor que yo. Pienso en personas de mi entorno que sepan escribir bien. No caigo. Pienso en personas que escriban. Nada, sigo sin caer. Pienso en personas. Deduzco entonces que puede que sea de una amiga de mi jefe. O de mi propio jefe. O del otro jefe que dice que no es el jefe de mi jefe, pero le manda. Un jefe... Dos jefes... Un follón.
Suena el teléfono. Me despierto sobresaltado. ¡Vaya susto! Solo era un mal sueño, pienso. Cojo el aparato. Nadie al otro lado. Enciendo la lámpara Blopä de mi mesilla de noche Simbergüem. Veo una bolsa de basura sobre ella. Dentro hay un diario. ¿Yo tengo diario? De hecho, pienso: ¿he tenido diario alguna vez? Llamo a mi jefe para preguntarle si alguna vez tuve uno, como en mi sueño, pero me da un fallo la SIM. Solo puedo recibir llamadas entrantes. ¿Qué pasa con las salientes?, me pregunto. No hallo respuesta. Al menos alguna que sea lógica.
No me siento bien. Me empiezo a sentir tremendamente angustiado. Me levanto. Y me siento peor ahora. Vuelvo a la cama. Miro la mesilla. Veo la maldita bolsa de basura. Meto la mano para ver si dentro está el diario. ¡Ah! Sí está. ¡Bien!
¿Abro el diario? ¡No!, pienso. Que lo haga mi jefe. Él sabe más que yo, me digo.
Pero el diario parece que es mío, es muy probable que lo haya escrito yo, me vuelvo a decir. Ya, pero el jefe sabe lo que es bueno para mí, me insisto en decir. Oigo una llamada a un teléfono fijo. ¿Tengo teléfono fijo?, me pregunto. Parece que sí, porque suena aquí. Descuelgo. Es la policía. Me pregunta si tengo un diario. Les digo que no sé bien si lo tengo. Que mi jefe me ha dado uno que dice que es mío pero que no lo puedo abrir porque soy muy joven todavía para abrir diarios y ver mis cosas; pero como mi jefe es muy listo y sabe lo que me conviene, pues digo yo que será mío, mire usted. Se escucha un enorme silencio. Cuelgan. Cuelgo.
Al momento vuelven a llamar:
- ¿Sí? ¿Quién es?, digo.
- Tu jefe, dice.
- Menos mal. ¿Y cómo estás?, pregunto.
- Vamos como podemos, se lamenta él.
- He tenido un mal sueño, jefe.
- Lo sé, dice.
- ¿Y eso?, digo.
- Porque sí, responde él.
Se hace un silencio más largo que el de la llamada de la policía. Pero al cabo de unos segundos vuelve a hacerse la voz:
- Por favor: coge el diario que está en la bolsa de basura que hay encima de la mesilla y llévaselo a la policía. Diles que te acaban de llamar, que se ha cortado, pero que les llevas tu diario ahora mismo. Y así, sin pena ni miedo, tú se lo cuentas, ¿eh? Les dices que sin duda todo lo que hay ahí es tuyo. Y que esas historias tan feas, aunque te cueste reconocerlo, están escritas por ti. Que sin querer se te ha roto el diario. Y que sin dudarlo se lo entregas así.
- Vale, jefe. Lo que mandes, sí. Solo una simple duda: ¿cómo sabes que ese diario que está sobre mi mesilla de noche es el mío, que acabo de hablar con la policía y que todas esas historias están escritas así?
- Porque se ha pinchado tu teléfono.
Y sin más, se cuelga la línea. Parece que ha habido un error con la SIM.
Pierdo mi diario personal. Lo denuncio. Pasa un tiempo. Llaman a la puerta. Entra mi jefe con una bolsa de basura. Me dice que dentro está lo que he perdido. Abro la bolsa. Veo un diario parecido al mío. De hecho, creo que es el mío, pero no lo puedo abrir. Lo dejo un tiempo para ver si se abre solo o me lo puede abrir una empresa que abre diarios. Nada. No se abre. No lo abren. Está roto, dicen.























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