Sánchez tiene la piel muy fina
El presidente del Gobierno acusa al PP y a VOX de intentar derrocar al Gobierno con la crisis del coronavirus. Pedro Sánchez, que llegó al Gobierno por medio de una moción de censura y de la mano de los podemistas, independentistas y bilduetarras, tiene la piel muy fina.
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El inquilino de la Moncloa, palacio en el que se ha enrrocado a cal y canto durante los meses de la pandemia, detalla que el plan de la derecha de derrocar al Ejecutivo pasa por tres vías: jugando con el estado de alarma al votar en contra de las prórrogas; cuestionando el modo de contabilizar los fallecidos cuando debería estar "fuera de la reyerta política" y hablando mal en Europa de la democracia española.
¡Qué altura de pensamiento político derrocha el líder del sanchismo! Atribuye al PP una mentira política más, al negar su apoyo durante tres ocasiones al decreto del estado de alarma. Incluso Vox le apoyó al principio. Hasta que la derecha se dio cuenta de que a Sánchez sólo le gusta gobernar por decreto y con el apoyo unánime de todos. Quien no diga amén, ya se sabe, no es patriota, pero es fascista, según el código político y moral de la suprema izquierda progresista que malgobierna España.
En cuanto al modo de contabilizar los fallecidos, Sánchez no admite que nadie cuestione la verdad única del Gobierno, que sólo acepta 28.000 muertes, cuando distintos organismos e instituciones las sitúan más cerca de las 50.000. La verdad del Gobierno es incuestionable, y si alguien se atreve a ello es porque quiere derrocar a Sánchez. Y lo de hablar mal en Europa de la democracia española, nadie mejor para ello que Sánchez, que paseó la corrupción del PP por el mundo entero -ocultando los ERE de la Junta de Andalucía- hasta que pudo hacer posible con sus socios anti-España su único programa político: "Hay que echar a Rajoy".
A Sánchez -que si no se ha enterado todavía, preside el Gobierno- habría que pedirle menos lloriqueos y más y mejor acción política. La crisis del coronavirus le vino grande, como se ha visto, pero sus secuelas políticas, económicas y sociales se presentan aterradoras. Menos quejarse de las críticas de la oposición y más buscar entre todos salidas para evitar que España llegue a los seis millones de parados y sea el país peor situado de la OCDE para afrontar las duras consecuencias económicas del virus, con una recesión similar a la vivida en la crisis de 2008.
Pero Sánchez no está dispuesto a escuchar las propuestas de Estado de la oposición. Prefiere seguir uncido al yugo de sus socios comunistas, cuyas propuestas asustan en toda Europa, y contar con los apoyos puntuales de los herederos de ETA y de los independentistas catalanes. Como pago, ya se sabe, los nueve presos condenados por sedición por el Supremo están a punto de salir de sus lujosas cárceles catalanas, y dispuestos a mantener su pulso anticonstitucional y antiespañol, sabedores de que el precio a pagar con Sánchez en el Gobierno les sale casi gratis.
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El inquilino de la Moncloa, palacio en el que se ha enrrocado a cal y canto durante los meses de la pandemia, detalla que el plan de la derecha de derrocar al Ejecutivo pasa por tres vías: jugando con el estado de alarma al votar en contra de las prórrogas; cuestionando el modo de contabilizar los fallecidos cuando debería estar "fuera de la reyerta política" y hablando mal en Europa de la democracia española.























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