La labor no quiere miseria
“La labor no quiere miseria”, dice el cabrero Jesús Manuel Martín Crespo, que se ha convertido en influencer. El pastor de Facebook está dando lecciones ancestrales a diario que quizá habíamos olvidado todos los urbanitas. Era lógico. La sabiduría popular tenía que resurgir en algún momento. Y los currantes de la España profunda -donde los aplausos todavía no han llegado, y tampoco se les espera- puede que tengan la solución a gran parte de los problemas.
El cabrero no está solo, las cosas como son. Tiene una legión de seguidores, que ya los quisiera nuestro ministerio de adoctrinamiento y propaganda, y acompañan a Jesús en su pastoreo. ¡Y ojo!: sus amigos no son fake. No son perfiles falsos comprados de saldo. Esos que chalanean los expertillos en social media en los mercados virtuales. Son reales. De carne y hueso. Y suman casi el medio millón. Casi nada. Que aprendan. La premisa es sencilla: con la verdad de cada uno se llega a todas partes. Pero de ahí deviene el principal problema, porque de verdades no creo que sepa mucho míster Pinocho. Pero bien es cierto que al principio la falacia da mucho morbo.
¿Cómo era eso del chiste? “Miénteme, Pinocho, miénteme”. Y cuanto más mentía... Pues eso, que más le gustaba. La verdad es que, pensándolo bien, lo de contar milongas tiene su aquel.
- Miénteme, Pinocho.
- Érase una vez tal montón de test que se compraron, que al final hasta sobraron.
- Miénteme, Pinocho.
- Érase una vez un gobernante que no pactó con terroristas, sino con valientes activistas.
- Miénteme, Pinocho.
- Érase una vez unos Cuerpos de Seguridad a los que dejaban trabajar con total imparcialidad.
- Qué gusto, Pinocho. Miénteme más. No pares de mentir.
¡Y venga un cuento tras otro!
Pero por mucho que nos guste el morbo, al final llega la verdad y se lo lleva todo por delante. Desde muchos de los rincones de la España rural empiezan a emerger voces que se hacen eco de situaciones reales. Historias de verdad, sin artificios. Testimonios que ponen a cada uno en su lugar. Son personas, como el bueno del cabrero, que con su cabreo llenan de contenido el Facebook, el Youtube, el Instagram, el TikTok, el WhatsApp y todas las redes sociales que se pongan por delante para denunciar las mentiras que haga falta. Porque una vez que las verdades empiezan a emerger, ya no hay quien las pare. Por mucha censura o cortes de luz que quieran decretarse.
¿Y qué hace esta buena gente? Nada extraordinario. Sencillamente dan a conocer, día tras día, la presión a la que están sometidos para dejar su trabajo. Se llevan el móvil al campo. Graban su labor. Y listo. Aquí no hay trampa ni cartón. Los videos no se editan. Se suben en plano secuencia (del tirón) y punto. Esta es mi faena. Esto es lo que hay. Y quiero seguir viviendo por mí mismo.
El trabajo dignifica. No se trata de ser un esclavo. No. Se trata de ganarse el pan de manera honesta. Digna y decente. Tal y como establece la Constitución. Aunque parezca una insolencia, no es nada extraordinario. Pero vamos a ver qué sucede. De momento parece que hay una fila de millones de personas que van en busca de empleo, y no de miserias. Ni de misericordia. Y es que son muchos años ya aguantando a los forrados que dan limosna desde el helicóptero. Aterrizad ya. Poneos a trabajar sin excusas. No os echéis la culpa entre vosotros para tratar de distraernos. No nos vengáis con otro cuento de Pinocho. Que nos conocemos.
![[Img #99696]](https://madridpress.com/upload/images/06_2020/1916_cabrero.jpg)
El cabrero no está solo, las cosas como son. Tiene una legión de seguidores, que ya los quisiera nuestro ministerio de adoctrinamiento y propaganda, y acompañan a Jesús en su pastoreo. ¡Y ojo!: sus amigos no son fake. No son perfiles falsos comprados de saldo. Esos que chalanean los expertillos en social media en los mercados virtuales. Son reales. De carne y hueso. Y suman casi el medio millón. Casi nada. Que aprendan. La premisa es sencilla: con la verdad de cada uno se llega a todas partes. Pero de ahí deviene el principal problema, porque de verdades no creo que sepa mucho míster Pinocho. Pero bien es cierto que al principio la falacia da mucho morbo.
























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