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DAVID LAVILLA
Martes, 02 de Junio de 2020

El perro Sánchez

Aunque no esté para farolillos, como dicen las descocadas, te cuento que no tengo Ni pena, ni miedo en decirte que hoy he tenido un día grande. Grandísimo. Redondo. Iván, un viejo amigo del primo Mariano, ha puesto la guinda. Ha rescatado a un perro de una residencia. Y eso siempre te alegra el cuerpo. Que la cosa ahora está muy mala; y aunque uno ya esté hasta el moño, por muy calvo que se sea, hay que reconocer que lo que está bien hecho, bien hecho está. Y un rescate a un perro desahuciado en estos días que corren no es cosa de poco.
 
El perro es de circo. De escaparate. A veces te mira como si te entendiera. Y ladra, ¡uf!, ¡uf!, ¡cómo ladra! Como si hablara. Y unos coloquios de aullidos que hace si le pones delante de una cámara... y esto es algo muy curioso; es para verlo aunque no quieras. No te digo que con sus ladridos sea algo parecido a esos coloquios nocturnos de los perros de Cervantes, Cipión y Berganza, en el hospital de la Resurrección de Valladolid. No. Eso sería para cum laude. Y a tanto no creo que llegue. Pero, eso sí, lo que puede, te lo copia. Y te repite. Vamos que si te repite. Porque ya se sabe que amigo y de fiel empeño es el perro con su dueño. Y este hace lo que su jefe le diga sin poner un mal hocico. Le dice Iván: ¡plas!, y se tumba. ¡Sit!, y se sienta. ¡Aquí!, y viene. Y así con todo.
 
Ya se sabe que el perro y el niño van donde dan cariño. Y no veas qué bien le trata Iván, el amigo del primo Mariano. Le limpia. Le viste. Le asea. Le pone sus vacunas. Le desparasita. Le lleva su cartillita a la orden del día. Todo en su justo tiempo. En su justa medida. En su justa fase. No vaya a ser que se ponga malito y pegue a los demás perros la rabia, por ejemplo. O la sarna. O el parvovirus, con una de sus diarreas. Porque suelto venía un rato. Pobrecito. Pero dicen los amigos del primo Mariano que saben de perros que de a poco se le pasa. Si se le saca con bozal, y evita las horas de muchas salidas perrunas, en breve, dicen, mejorará su sistema inmunológico, y entonces no va a haber quien le tosa.
 
Pero, por lo demás, te hace una gracia verlo... Lo que pasa es que tiene un ladrido que pone de mala leche al vecindario. A las nueve de la noche en punto le ha dado por chumbar, como diría el Cholo Simeone. Y tiene contentos a todo el barrio. Vamos, que salen a las terrazas con cacerolas para no tener que aguantar su ladrido. Pero no es problema. Pronto, dicen los que saben de animales, se le pasan las manías. Ahora, para tenerle la mente distraída, le está enseñando a dar la patita. Aunque dice Iván que hay que hacerlo sin comida; porque si le dices ¡pata!, y hay cazo, la mete hasta el fondo. Vaya que si la mete. Pero yo creo que a él le da igual eso. No debe ser consciente. Solo es un perro.
 
Aunque bueno, tampoco te creas: el perro sabe, ¿eh? Vaya que si sabe. No te vayas tú a pensar. Por ejemplo, no te come cualquier cosita que le compres en los chinos. De hecho, dice Iván que si se la compras, te hace devolverla. Y pierdes una pasta. Tampoco se apalanca en cualquier colchón que pilla por la casa. Ah, no, no. Este perro está hecho todo un señorito. Con decirte que Iván le llama por el apellido. Sánchez, le puso, qué gracia me hizo. ¡Qué golpes tiene Iván a veces! ¡Qué tío!
 
Me dijo que, antes de acudir a este ilustre apellido, tuvo en mente varios nombres. Primero, por las maneras, pensó en llamarle Golfo, como el vagabundo de la dama de Disney. Pero ya estaba muy manido. Después: Hooch, porque dijo que, a finde cuentas, iban a ser Socios y sabuesos. Eso sí, pronto se le quitó la idea por si se le veía el plumero. Luego pensó en Mr. Bones, el perro de Paul Auster, pero lo de decir que había que viajar a Tombuctú en este tiempo iba a ser un canteo. Así que se quedó con Sánchez. ¡Este Iván! ¡Qué gracia tiene! Nos morimos con él.
 
Yo, ahora que lo pienso, tras revisar todas sus opciones, creo que se quedó con la más acertada. Un perro con el nombre de ese apellido. Queda así como muy solemne. Y muy patriótico. Muy español. Nada de nombres de perros duros que no bailan, como dice Pérez Reverte. No. Un nombre sin nombre. Con un apellido cualquiera. Así al azar lo escogió. Y le salió redondo. Iván, qué tino tuviste. Ahora solo falta que no ladre el ladrón. Pero eso no sería de cum laude. Eso ya sería para premio extraordinario por lo menos.
 
Hay que ver cómo las cosas de los perros te hacen reflexionar tanto. Yo pienso que a los chuchos hay que quererlos siempre. Aunque chumben mucho. Porque, ya se sabe, perro ladrador, poco mordedor. Así que: Ni pena, ni miedo con el animalito del tal Iván, el perro Sánchez.
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