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VICTORIA LAFORA
Jueves, 27 de Febrero de 2020

Del chiste al pánico

En este país pendular, que es el nuestro, se ha pasado de contemplar con distancia la crisis del coronavirus en China (incluso con algún chiste sobre la velocidad vertiginosa en construir hospitales), al pánico. En veinticuatro horas han desaparecido las mascarillas de las farmacias y se mira de reojo a cualquiera que carraspee.

Ni tanto ni tan calvo. El coronavirus es una enfermedad nueva, para la que, de momento, no hay tratamiento. Que causa una tipo de neumonía vírica contra la que no caben antibióticos. Ni se la puede comparar, ligeramente, con una gripe, ni es la peste bubónica medieval.
 
Tampoco los responsables políticos deben insistir, una y otra vez, en que solo mata a los ancianos. Primero porque es una falta de respeto y humanidad con ese sector de la ciudadanía, cuyas muertes parecen carecer de importancia, y porque la fragilidad está asociada a dolencias previas o con inmunodeficiencia. Es decir, todos los pacientes oncológicos, por poner un ejemplo, tengan la edad que tengan.
 
Esta crisis sanitaria debería servir para aunar esfuerzos colectivos y que los distintos responsables públicos de las autonomías aplicaran los protocolos de prevención y atención hospitalaria al unísono. No es baladí recordar que, dependiendo de la región de España en que vivas, vas a contar con mejores centros sanitarios, más personal médico y muchos más médicos de familia. Que la crisis económica ha dejado el sistema público de salud tiritando, que en los hospitales públicos falta personal, lo que obliga a cerrar plantas enteras, y que un pico de la gripe común desborda las urgencias.
 
Dado que el virus se está mostrando tremendamente contagioso, el aislamiento de aquellos que hayan estado en contacto con un enfermo se confirma como la única y mejor solución para evitar su propagación. Pero, una vez más, nos pareció normal que China ordenara recluirse en sus casas a los ciudadanos de Wuhan, con once millones de habitantes, y nos alarma y desasosiega que a mil clientes de un hotel, donde llevaban alojados más de diez días dos enfermos italianos, se les impida salir.
 
Posiblemente, hubiera resultado eficaz que, al ver como se multiplicaban en horas los casos en el norte de Italia, se hubiera producido un cierto control a los pasajeros que venían del país vecino, por lo menos el simple hecho de tomarles la temperatura. Es mucho más fácil y plausible que el coronavirus salte de Italia a España a que se contagie desde China y, aun más, cuanto que Iberia y el resto de compañías aéreas europeas dejaron de volar a Shanghái y Pekín desde enero.
 
El ministro de Sanidad debería explicar, para tranquilizar a la opinión pública, en qué consisten los protocolos puestos en marcha por su ministerio y que descartaron el control de pasajeros. Sería más eficaz que repetir cansinamente que los hospitales están preparados. ¡Faltaría más!
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