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DAVID LAVILLA
Lunes, 28 de Marzo de 2022

¡Intervéngase!

Parece que ahora van a intervenir el mercado para bajar el precio de la calefacción en mayo. Así que, justo cuando necesitamos menos calor en nuestras casas, viene Pedro Sánchez y se pone manos a la obra para ver si nos asamos este verano como pollos y vendernos al por mayor.

 
Fuera de toda ironía, ya no sabe uno qué pensar. Porque desde hace dos años Sánchez nos tiene avasallados con decisiones que parece que están fuera de todo buen juicio o, al menos, de lo que se considera digno, coherente o normal.
 
Es cierto que si nos da por reflexionar es fácil que pensemos que todo lo que hace este Gobierno es de manera consciente. Programada. Premeditada. Vamos, que parece que tienen un plan. Y que, justamente por eso, se puede deducir que los que dirigen este país son altamente nocivos. Nefastos. O malos por naturaleza, como decía Kant. Y, por eso, como conocen a la perfección la ley moral, se dedican a desviarse de ella por mero placer. O por pura perversión.
 
Por otra parte, y siendo más condescendiente con el Gobierno Frankenstein, también se podría concluir que son lerdos por definición. Sobre todo por algunas decisiones aleatorias que han tomado en tiempos de pandemia, que ni han beneficiado a la población ni al sistema de salud.
 
Pero visto todo lo que ha sucedido en este agónico mandato de Pedro, ahora parece que ha quedado constatado que los sanchistas no creen en sus ciudadanos. Ni tienen intención de hacerlo. Fundamentalmente porque tampoco se fían de ellos mismos. Por eso intervienen cualquier cosa que les caiga entre las manos. Bien sea un melón. Una mascarilla. Una vaca. O la calefacción. 
 
Pero la mala noticia no es que se intervenga todo de manera descontrolada, que también. O que no se opte por la medida más óptima para todos, que bien podría ser una bajada de impuestos directos e indirectos para incentivar el consumo. La mala noticia de verdad es que estamos todos “callados como muertos”, como decía Pemán. Y parece que no nos estamos dando cuenta de que está cambiando todo a peor. Y sacrificamos nuestras vidas para que la cosa siga como estaba hace veinte años. Cuando de sobra sabemos que si sigue gobernando esta gente nada va a mejorar que no sean sus propios bolsillos. 
 
Porque los dirigentes de hoy no se pierden ni una fiesta, y siguen despilfarrando dinero del contribuyente como si fuera nuestra dignidad una causa menor a su corrupción. Y, si no, que se lo pregunten al piloto que lleva día sí y día también en Falcon a Pedro; o a los proveedores que surten de cervezas, vino de Rioja y langostinos a la cafetería gourmet que se ha montado en plena crisis el Ministerio de Yolanda Díaz. 
 
En definitiva, que son unos gorrones. Y unos hipócritas. Y nos piden esfuerzos mientras ellos se dan toda clase de caprichos. Sin privarse de nada. Por eso ahora estamos viendo cómo, mientras se ponen hasta las trancas, intervienen empresas a su antojo, y congelan el poder económico del ciudadano por añadidura. Haciendo que, contra su propio ideario, los pobres cada vez tengan menos recursos y ellos, los supuestos salvadores, cada día que pasa estén más colmados de placeres. Y de vicios.
 
Así que todo lo que habíamos ganado en setenta años se lo están cargando en tan solo dos. Justo desde que se ha instalado el socialcomunismo en España. Y ya no se sabe si es porque ellos son altamente nocivos. O porque se hallan inmersos en la perfidia y en la maldad por pura enfermedad mental, que a buen seguro tiene que ser más permanente que transitoria.
 
Aunque también cabe la posibilidad de que nosotros seamos muy tontos. O demasiado inocentes. O que tengamos un exceso de buenas maneras. De buena educación.
 
Con respecto a esto, decía Rousseau, en su novela ‘Emilio, o de la educación’, que “el hombre es bueno por naturaleza”. Y que está orientado hacia el bien. Que el ser humano nace para ser “en el buen sentido de la palabra bueno”, como versaba el pobre Machado. Pero que el adoctrinamiento, sustentado por la mala educación, destruye esa naturaleza y nos acaba por corromper. O por lo menos a Pedro Sánchez y a todo su equipo de traidores, que se deben estar mofando de todos los españoles cuando ven que la factura de la luz de La Moncloa y los langostinos de Yolanda Díaz no los pagan ellos, sino todos nosotros. Tanto los que les han votado, como los que no.
 
Así que la responsabilidad es nuestra. Sí. De todos. Porque ya se puede ver de manera más notoria que Sánchez está siguiendo el manual de Chávez. Lo que pasa es que el dictador venezolano decía: “¡Exprópiese!“. Y Pedro ahora no hace más que repetir: ¡Intervéngase!”. Y le da igual si es un melón. Una mascarilla. Una vaca. O la calefacción. 
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