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FERNANDO JÁUREGUI
Jueves, 17 de Marzo de 2022

El hombre del Kremlin en Waterloo

Parece a estas alturas ya indudable que, en su afán por desestabilizar lo más posible a Europa, el Kremlin metió su larga mano en el independentismo catalán, respaldándolo de diversas maneras sin que se notase demasiado.

 
Ignoro hasta dónde llegó tal ayuda y quién se benefició de ella, aunque el nombre de Carles Puigdemont, 'nuestro exiliado en Waterloo', es el primero que salta en todas las alarmas. No quiero lanzarme a la especulación sobre asuntos cuyo fondo no conozco demasiado bien, pero me parece que, a estas alturas, el fugitivo debería estar dando explicaciones por la sencilla razón de que no es lo mismo una acusación penal que otra política. En este lance, que no digo yo que no esté siendo aprovechado por sus enemigos de Esquerra, el ex president de la Generalitat catalana se juega el ya escaso prestigio que a su curriculum algo saltimbanqui le queda.
 
Yo diría que la de Puigdemont es ya, a estas alturas, una figura algo patética, aunque cierto es que algún agujero logró abrir en el pasado sobre la credibilidad judicial --y jurídica-- del Estado español. Pero hoy casi nadie le hace caso ni en el Parlamento europeo, a donde logró encaramarse por la fuerza de los votos, ni en otras instancias independentistas que no sean las de su propio partido, ya bastante minoritario frente a Esquerra. En este minuto, Puigdemont es un derrotado en la batalla de la imagen --como Putin, salvadas sean, desde luego, todas las distancias entre el gerundense, hombre simple al fin y al cabo, y el criminal de San Petersburgo--.
 
Me pareció acertada, en su crueldad, la definición con la que el diputado y portavoz de Esquerra Gabriel Rufián descalificó las presuntas actividades 'rusófilas' de Puigdemot y su camarilla: juegan a James Bond. Creo que es una frase acertada, como corroborará cualquier periodista, diplomático, hombre de negocios o político que haya tenido contactos en Europa o en los Estados Unidos con representantes de la 'Rusia oficial', antes y ahora. Quizá por eso, el sarcasmo de Rufián, a quien, por muchas diferencias que se tengan con él, hay que reconocerle un verbo directo, acerado y un punto --o dos-- chulesco, ha sentado tan mal a los de Junts per Cat: porque de veras se creyeron que desde el Kremlin se iba a dinamitar la unidad de España, cuando ahora parece que el embajador ruso en Madrid anda peregrinando buscando un micrófono amigo que nadie le otorga.
 
Hay que agradecerle al conservador Puigdemont sus veleidades hacia el tirano del Kremlin: ha acentuado la división, que creo que ya es irreversible, entre los independentistas catalanes, así que esto va por buen camino. Puigdemont, en cambio, no. Putin, aún menos. En este sentido, quizá, ay, no en otros, vamos ganando la guerra.
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