Sí, mientras los diputados de uno y otro bando en España echan fuego por la boca porque no saben asimilar bien sus propios errores, las redes sociales de un tal Greg Locke también arden. En este caso es porque el pastor estadounidense se está haciendo más famoso que la familia Kardashian por Instagram con su llamada a la quema de libros.
No es la primera vez que quiere dejarse ver públicamente este salvador de almas y crispador de mentes. Se nota que conoce muy bien al público de la Red, que demanda más sangre que misticismo. Más brujería que bendición.
Así que se ha montado el lío. Y mientras unos le siguen devotamente, otros blasfeman contra él. Porque este acérrimo religioso también ha sido recientemente ‘baneado’ en Twitter por hablar sobre las vacunas, a las que ha llegado a calificar de "agua azucarada". Y justamente por decirlo le han retirado su cuenta con todos sus mensajes. Con todos sus votos y todos sus ‘likes’.
No obstante, en esta ocasión, no parece que haya sido el karma -o la retribución- lo que ha hecho que sucedan dos acontecimientos encadenados en tan breve lapso de tiempo: Se eliminan mensajes de las redes y, seguidamente, se queman libros.
Todo esto proviene de más allá de las disposiciones que rigen el infinito y vago universo. O de la ley natural. O de la propia espiritualidad. Parece algo mucho más sencillo, más tangible. Más material. Seguramente hasta más retributivo. Y bastante más cercano a la ley del talión de lo que uno se pueda imaginar:
Si se borran mis mensajes en Twitter, quemo libros.
Por eso, ante el hilo tan fino que separa la tecnodictadura de la libertad de expresión, ha debido de pensar el pastor: ojo por libro, diente por tuit. O mano por voto, dedo por botón. Como pasa en el Congreso.
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