Efi Cubero
Miércoles, 26 de Mayo de 2021
Una novela fascinante de tiempos simultáneos
Justo Sotelo publica 'Poeta en Madrid'
En El Aleph, esa esfera borgeana que todo lo concentra y es, literariamente, una casi perfecta fusión de los opuestos, Borges afirma: “Vi la noche y el día contemporáneos”.
Por otra parte, sobrio, sobre una esquina de un cuadrado blanco con el negro de fondo y vestido de negro, Beckett es captado en el plató de Quadrat 1+2 en Stugartt semejante a un personaje de cualquiera de sus obras como a un elemento aislado, un actor secundario que en un momento dado puede absorber la trama y convertirse en el centro del tablero de ajedrez como una pieza clave donde nadie sea capaz de ganarle la partida.
¿Por qué recuerdo ahora precisamente estos dos personajes distantes o dispares?
Pues, sencillamente, porque el escritor Justo Sotelo los hace, entre otros, cómplices de su juego en esta novela fascinante titulada Poeta en Madrid, que ha sido creada bajo una concepción literaria de tiempos simultáneos en los que el autor fagocita géneros diferentes y se nutre de ellos para crear algo contemporáneamente verbal cuya condición híbrida participa del teatro, de la poesía, del relato, de la ópera, de la música, de la ficción y hasta de algún rasgo o apunte autobiográfico.
Es, desde ese “significante libre alejado del falso significado” (al que aludía Roland Barthes), fuera de una condición represiva, donde esta escritura se adentra mediante el placer del lenguaje y su verdad, al diversificar el argumento entre la concepción literaria de tiempos simultáneos, haciendo partícipes a los lectores en tácticas de desmarcamientos y huidas y ofrecer una trama, no unificada e indudablemente compleja, mediante hipótesis y ausencias o frente a la omisión, deliberada a veces, del personaje principal, Gabriel Relham, que aparece y desaparece, lo mismo que el espacio, y se nos muestra ambiguo entre los entresijos de una personalidad de filos y de límites transgresores que inquietan y hacen trastabillar. Un texto que sacude el polvo acumulado de algunos planteamientos asumidos, hace pensar, e intriga, frente a la reflexiva agudeza de sus nada convencionales diálogos o en el desdoblamiento de la representación bajo el efecto óptico, o lingüístico, de variadas perspectivas donde los personajes, igual que también ocurre con las palabras, se acercan y se alejan los unos de los otros entre los espejismos de una bohemia de imposturas. Hay muchas claves en este Poeta en Madrid que aglutina en un todo fragmentario y fascinante los señuelos de la contemporaneidad, anula el privilegio de una central perspectiva mediante la permeable mutabilidad de sus paisajes humanos, y nos guía por el cambiante escenario que a veces invoca a Fausto y otras a Mefistófeles.
El texto se desliza desafiando las normas de lo que pueda ser una novela y abraza los opuestos bajo un sentido irónico a veces, y otras trágico, buscando en el sentido poderoso de una frase el metal de su personal escritura que resuena con fuerza sobre el escenario existencial puesto que, como ya sabemos y el autor no ignora poniéndolo de relieve, la vida es un teatro y cada historia en realidad tiene mucho de ficción. Tan solo las palabras ponen nombre a la vida: pero no son la vida.
Justo Sotelo ha dispuesto un espacio, donde espejea la sociedad de nuestro tiempo, con la pasión del esteta moderno que enlaza reflexiones, y lenguajes hasta reconstruir un mundo propio focalizando todo lo focalizable. Innovando, extrayendo de sus musas y su entorno un turbador erotismo y una desolada elegía, pira donde se funden ambos términos y renacen, como siempre, de las propias cenizas bajo una particular forma de captar, y de paso transgredir, sea cual sea lo aquí representado. Es el esfuerzo de un trabajo arduo de acción y pensamiento, ideas renovadas de una literatura irreverente y pasional. Amplias formas de ver, desarrollar conceptos que transforman, todo gira con ellos o a través de ellos, en un perpetuo cambio de incesante movimiento, a menudo sin moverse de la escena, recuerdos, pensamientos, emociones, físicas y mentales sensaciones, danza y música, temáticas distintas, radicalmente opuestas a todo lo mimético. El escenario parece abrirse sin líneas que constriñan puesto que una provocación de las ideas será siempre un estado reflexivo, un trabajo bien hecho y no siempre captado en su afán por abrir las ventanas que en realidad son códigos de vidrio. Eros y Thanatos juegan, se hallan aquí presentes en la vida como imparable avance, y también en la muerte que arrebata lo físico pero no las ideas que sobrevivirán desde la desmemoria.
Hay que “Desear el deseo”. (...) Y esa necesidad de crear, que es casi más fuerte que la belleza de la página completa.
Dice entre mucho Gabriel, un soñador muy lúcido que conoce a fondo las tramas y las trampas contemporáneas del mundo en el que vive. Gabriel, protagonista o alter ego, en cierta forma, del autor de esta novela que no sabríamos clasificar puesto que todo se enlaza en ella: presente, pasado, futuro, tiempos, espacios, luces y sombras.
Mucho se ha hablado ya de “Poeta en Madrid”, y lo que se hablará. En la cuidada edición de Huso, Justo Sotelo posa en portada, y en ángulo de huida, junto a algunos de los rostros admirados que se citan en el género de géneros de tan singular libro. Me atraen muchas cosas de este teatro y poesía, ópera o partitura, fresco vivo donde el poeta avanza entre múltiples desnudamientos. Como Javier Del Prado Biezma considero a Justo Sotelo, sobre todo, poeta. Hay gran carga de profundidad en los variados recursos que emplea en esa dialéctica de las correlaciones, con diálogos agudos, pensamientos existenciales que ahondan en las incertidumbres de nuestro tiempo, correspondencias, desencanto, pasión contenida hacia lo que hace vibrar la vida en esa cuerda intensa de las tonalidades. La vida también como escenario donde el autor se desdobla como actor y espectador de su propia obra, pretexto para algo que sabe que va más allá de él mismo. Unir lo humano con la representación que la sociedad exige. Más que personajes, los que llamean aquí son ideas, un conocer mejor que el reconocer mediante secuencias casi cinematográficas. Se cuentan aquí muchas verdades. Algunas con una fuerte presencia emocional dotada de gran poesía. Este libro penetra en la contemporaneidad de muchas y variadas intemperies. La bohemia supuesta se reviste de marcas importantes. Nada es lo que parece entre los espejos del presente o del futuro incierto.
Hay un bufón que explora, brujulea y hurga en los centros de vidrio de los espejos deformantes. Alusiones también a ese fuego ceremonial donde se inmolan los que sueñan o los que desean cambiar de alguna forma el mundo que conocen y que probablemente no les llene. La música que impregna las aguas turbias y las transparentes. El hueso de melocotón enterrado en el jardín para que el árbol se alce, se convierta en la sombra del papel donde avanza la escritura con rúbrica de sueños. La aprobación del padre, los desencantos. Alma. Mahler por quien Gabriel Relham invierte su apellido, Beethoven y su genio que multiplica notas, el fuego de los críticos tan distinto al fuego del creador.
Infierno y Gloria. Una multiplicación de planos y contra planos, la honda belleza de esas luces prismáticas que llevan a lo que agoniza refulgiendo, a la madera de larix que sostiene el palafito de lo frágil e inmortal. Una copa de champán vibra sobre las notas sostenidas en la rara perfección de algo que huye, que dialoga “sobre el amor y la muerte”, porque: “La única resurrección es la belleza”.
Hay que leer este libro. Degustarlo. Escucharlo como una sinfonía. El Adagietto de la Sinfonía n.º 5 de Gustav Mahler, por ejemplo.
Efi Cubero, poeta y ensayista
![[Img #113819]](https://madridpress.com/upload/images/05_2021/4320_libro-poeta.jpg)
Por otra parte, sobrio, sobre una esquina de un cuadrado blanco con el negro de fondo y vestido de negro, Beckett es captado en el plató de Quadrat 1+2 en Stugartt semejante a un personaje de cualquiera de sus obras como a un elemento aislado, un actor secundario que en un momento dado puede absorber la trama y convertirse en el centro del tablero de ajedrez como una pieza clave donde nadie sea capaz de ganarle la partida.
¿Por qué recuerdo ahora precisamente estos dos personajes distantes o dispares?
Pues, sencillamente, porque el escritor Justo Sotelo los hace, entre otros, cómplices de su juego en esta novela fascinante titulada Poeta en Madrid, que ha sido creada bajo una concepción literaria de tiempos simultáneos en los que el autor fagocita géneros diferentes y se nutre de ellos para crear algo contemporáneamente verbal cuya condición híbrida participa del teatro, de la poesía, del relato, de la ópera, de la música, de la ficción y hasta de algún rasgo o apunte autobiográfico.
Es, desde ese “significante libre alejado del falso significado” (al que aludía Roland Barthes), fuera de una condición represiva, donde esta escritura se adentra mediante el placer del lenguaje y su verdad, al diversificar el argumento entre la concepción literaria de tiempos simultáneos, haciendo partícipes a los lectores en tácticas de desmarcamientos y huidas y ofrecer una trama, no unificada e indudablemente compleja, mediante hipótesis y ausencias o frente a la omisión, deliberada a veces, del personaje principal, Gabriel Relham, que aparece y desaparece, lo mismo que el espacio, y se nos muestra ambiguo entre los entresijos de una personalidad de filos y de límites transgresores que inquietan y hacen trastabillar. Un texto que sacude el polvo acumulado de algunos planteamientos asumidos, hace pensar, e intriga, frente a la reflexiva agudeza de sus nada convencionales diálogos o en el desdoblamiento de la representación bajo el efecto óptico, o lingüístico, de variadas perspectivas donde los personajes, igual que también ocurre con las palabras, se acercan y se alejan los unos de los otros entre los espejismos de una bohemia de imposturas. Hay muchas claves en este Poeta en Madrid que aglutina en un todo fragmentario y fascinante los señuelos de la contemporaneidad, anula el privilegio de una central perspectiva mediante la permeable mutabilidad de sus paisajes humanos, y nos guía por el cambiante escenario que a veces invoca a Fausto y otras a Mefistófeles.
El texto se desliza desafiando las normas de lo que pueda ser una novela y abraza los opuestos bajo un sentido irónico a veces, y otras trágico, buscando en el sentido poderoso de una frase el metal de su personal escritura que resuena con fuerza sobre el escenario existencial puesto que, como ya sabemos y el autor no ignora poniéndolo de relieve, la vida es un teatro y cada historia en realidad tiene mucho de ficción. Tan solo las palabras ponen nombre a la vida: pero no son la vida.
Justo Sotelo ha dispuesto un espacio, donde espejea la sociedad de nuestro tiempo, con la pasión del esteta moderno que enlaza reflexiones, y lenguajes hasta reconstruir un mundo propio focalizando todo lo focalizable. Innovando, extrayendo de sus musas y su entorno un turbador erotismo y una desolada elegía, pira donde se funden ambos términos y renacen, como siempre, de las propias cenizas bajo una particular forma de captar, y de paso transgredir, sea cual sea lo aquí representado. Es el esfuerzo de un trabajo arduo de acción y pensamiento, ideas renovadas de una literatura irreverente y pasional. Amplias formas de ver, desarrollar conceptos que transforman, todo gira con ellos o a través de ellos, en un perpetuo cambio de incesante movimiento, a menudo sin moverse de la escena, recuerdos, pensamientos, emociones, físicas y mentales sensaciones, danza y música, temáticas distintas, radicalmente opuestas a todo lo mimético. El escenario parece abrirse sin líneas que constriñan puesto que una provocación de las ideas será siempre un estado reflexivo, un trabajo bien hecho y no siempre captado en su afán por abrir las ventanas que en realidad son códigos de vidrio. Eros y Thanatos juegan, se hallan aquí presentes en la vida como imparable avance, y también en la muerte que arrebata lo físico pero no las ideas que sobrevivirán desde la desmemoria.
Hay que “Desear el deseo”. (...) Y esa necesidad de crear, que es casi más fuerte que la belleza de la página completa.
Dice entre mucho Gabriel, un soñador muy lúcido que conoce a fondo las tramas y las trampas contemporáneas del mundo en el que vive. Gabriel, protagonista o alter ego, en cierta forma, del autor de esta novela que no sabríamos clasificar puesto que todo se enlaza en ella: presente, pasado, futuro, tiempos, espacios, luces y sombras.
Mucho se ha hablado ya de “Poeta en Madrid”, y lo que se hablará. En la cuidada edición de Huso, Justo Sotelo posa en portada, y en ángulo de huida, junto a algunos de los rostros admirados que se citan en el género de géneros de tan singular libro. Me atraen muchas cosas de este teatro y poesía, ópera o partitura, fresco vivo donde el poeta avanza entre múltiples desnudamientos. Como Javier Del Prado Biezma considero a Justo Sotelo, sobre todo, poeta. Hay gran carga de profundidad en los variados recursos que emplea en esa dialéctica de las correlaciones, con diálogos agudos, pensamientos existenciales que ahondan en las incertidumbres de nuestro tiempo, correspondencias, desencanto, pasión contenida hacia lo que hace vibrar la vida en esa cuerda intensa de las tonalidades. La vida también como escenario donde el autor se desdobla como actor y espectador de su propia obra, pretexto para algo que sabe que va más allá de él mismo. Unir lo humano con la representación que la sociedad exige. Más que personajes, los que llamean aquí son ideas, un conocer mejor que el reconocer mediante secuencias casi cinematográficas. Se cuentan aquí muchas verdades. Algunas con una fuerte presencia emocional dotada de gran poesía. Este libro penetra en la contemporaneidad de muchas y variadas intemperies. La bohemia supuesta se reviste de marcas importantes. Nada es lo que parece entre los espejos del presente o del futuro incierto.
Hay un bufón que explora, brujulea y hurga en los centros de vidrio de los espejos deformantes. Alusiones también a ese fuego ceremonial donde se inmolan los que sueñan o los que desean cambiar de alguna forma el mundo que conocen y que probablemente no les llene. La música que impregna las aguas turbias y las transparentes. El hueso de melocotón enterrado en el jardín para que el árbol se alce, se convierta en la sombra del papel donde avanza la escritura con rúbrica de sueños. La aprobación del padre, los desencantos. Alma. Mahler por quien Gabriel Relham invierte su apellido, Beethoven y su genio que multiplica notas, el fuego de los críticos tan distinto al fuego del creador.
Infierno y Gloria. Una multiplicación de planos y contra planos, la honda belleza de esas luces prismáticas que llevan a lo que agoniza refulgiendo, a la madera de larix que sostiene el palafito de lo frágil e inmortal. Una copa de champán vibra sobre las notas sostenidas en la rara perfección de algo que huye, que dialoga “sobre el amor y la muerte”, porque: “La única resurrección es la belleza”.
Hay que leer este libro. Degustarlo. Escucharlo como una sinfonía. El Adagietto de la Sinfonía n.º 5 de Gustav Mahler, por ejemplo.
Efi Cubero, poeta y ensayista
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