El bicho de Sánchez
Todos llevamos un bicho dentro, y no tiene por qué ser solo el del coronavirus. Por eso conviene mirarse bien al espejo. Allí quizá nos podamos encontrar con algún germen que venga de un hecho anterior, y llevarnos una desilusión. Pero para ello hay que tener una gran una virtud, la de la humildad. La buena noticia es que nos suele venir ya de serie. A no ser que te llames Pedro Sánchez Castejón y tengas el ego del tamaño de un Falcon.
Si uno es honesto consigo mismo se da cuenta fácilmente de los errores que se pueden cometer a diario. Y de cómo afectan, en mayor o menor medida, en el entorno más próximo. Con un pequeño examen de conciencia podemos llegar a saber que lo que hayamos hecho puede intoxicar nuestro ecosistema. Porque todo tiene una repercusión. Así que, como máxima, deberíamos obrar siempre con suma cautela todos. Aunque, ¿no debería ser más prudente, más humilde, más humano, aquel que toma decisiones en nombre de todo un país? ¿No tendrán sus acciones una consecuencia mucho mayor?
No sé bien lo que les pasará por la cabeza a otros gobernantes. Pero parece que a Sánchez, nada. Va a lo suyo. No tiene vértigo ninguno. Y lleva su bicho incorporado a todas partes. Lo pasea por cualquier frente. Y lo mismo le da Senegal que Portugal. El pantano de San Juan que su distrito de Tetuán.
Se comporta el presidente en todos los lugares de la misma forma, eso es verdad. No hay que negárselo. Lo malo es cuando a su alien -el bicho que lleva dentro- le da por mentir.
Su más reciente mentira, que no será la última, habla de las cifras que maneja la Comunidad de Madrid. Dice que las falsean. Y lo dice él. Y además con una frialdad sobrecogedora. Pero no le tiembla el pulso. Y es que si algo ha incorporado Pedro Sánchez a la vida política es la manera tan frívola de naturalizar la mentira.
Dice Ayuso que el presidente de la pandemia “ha hecho de la mentira una forma de vida”. Y puede que tenga razón. De esta afirmación, yendo más lejos, jugando un poco a ser empiristas, pueden construirse dos hipótesis.
La primera podría ser que “Pedro Sánchez Castejón dice mentiras porque tiene que tapar otras que ya ha dicho previamente”. Por esta razón, al haber sido tóxico desde el primer momento, ahora ya no puede dejar de serlo. Y es por este mismo motivo por el que todo lo que hace ya está distorsionado.
De ahí deviene el problema. Además, él mismo -llegados a un punto de enfermedad máxima, bien es verdad- puede creerse sus propias palabras, y entonces el resultado de todo aquello que haya emprendido se transforme de triste paranoia a oscura realidad.
La segunda hipótesis podría ser más breve. Pero no por ello podría ser incluso menos veraz. Aunque ciertamente sería más escalofriante. Y se enunciaría así: “Sánchez piensa que somos imbéciles”. Es muy duro que un presidente pueda pensar de esta forma, pero no es nada descartable.
De esta hipótesis se dilucidaría que Sánchez piensa que el votante es un ser estúpido y no está al corriente de la actualidad. Que no sabe de dónde provienen los hechos, ni tampoco quién los ha ordenado. Y mucho menos, por supuesto, sabría su porqué. Y justamente por esta razón, cuando se pone delante de un micrófono, nos habla como si fuéramos idiotas. Y él, mientras da su charla para necios, se observa como un ente superior.
Pero no, ya sabemos que es un mentiroso. Y el que le vota, también. Lo que sucede en este país es que tenemos mucha paciencia. Bueno, eso; y que a veces nos creemos que si cambiamos de voto o de parecer es como si siendo del Atleti te hicieras del Real Madrid. Pero no. Ya no. ¿Acaso piensa que no sabemos lo que ha venido diciendo durante todo este tiempo? ¿Cree que sus discursos no se pueden volver a revisar? No obstante, no hay problema; porque si los votantes no se acuerdan de lo que ha dicho, lo podemos rescatar. Incluso, para no ser demasiado perversos, podemos excluir todos sus engaños de la pandemia. Y solo para esta ocasión elaboraríamos un listado con solo ocho titulares a modo de sumario. El recordatorio diría tal que así:
Falsedad primera: “Con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo cinco veces”.
Falsedad segunda: “Clarísimamente ha habido un delito de rebelión y de sedición, y deben de ser extraditados”.
Falsedad tercera: “Yo no voy a permitir que la gobernabilidad de España descanse en partidos independentistas”.
Falsedad cuarta: “Con Iglesias a ningún lado. No dormiría por la noche. Tampoco el noventa y cinco por ciento de los ciudadanos de este país”.
Falsedad quinta: “España no se merece a Iglesias como vicepresidente controlando el CNI con el apoyo directo o indirecto de los independentistas”.
Falsedad sexta: “Yo no puedo aceptar que en España se diga que haya presos políticos. En España hay políticos presos por haber quebrado la legalidad democrática”.
Falsedad séptima: “No pactaré con el populismo. El final del populismo es la Venezuela de Chavez. La pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de democracia…”.
Falsedad octava: “El señor Torra no es más que ‘el Le Pen’ de la política española”.
Y así una tras otra. Mientras tanto, él sigue hablando con el bicho de su ego. Y los demás, a verlas venir. En breve habrá elecciones en Madrid, su ciudad natal y uno de los lugares que peor ha tratado en esta pandemia. Veremos si la mentira acaba por destruirse a sí misma o sigue creciendo. Pero no hay que preocuparse, más pronto que tarde el espejo de Sánchez va a terminar por contarle la verdad. Aunque le duela. Porque los bichos tienen estas cosas, son peores o iguales que el dueño que los lleva dentro. Son muy traicioneros. El día que uno menos se lo espera aparecen delante de ti. Aunque te llames Pedro Sánchez Castejón. Y tengas el ego del tamaño de un Falcon.
Si uno es honesto consigo mismo se da cuenta fácilmente de los errores que se pueden cometer a diario. Y de cómo afectan, en mayor o menor medida, en el entorno más próximo. Con un pequeño examen de conciencia podemos llegar a saber que lo que hayamos hecho puede intoxicar nuestro ecosistema. Porque todo tiene una repercusión. Así que, como máxima, deberíamos obrar siempre con suma cautela todos. Aunque, ¿no debería ser más prudente, más humilde, más humano, aquel que toma decisiones en nombre de todo un país? ¿No tendrán sus acciones una consecuencia mucho mayor?
























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