Domingo, 05 de Octubre de 2025

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DAVID LAVILLA
Lunes, 01 de Marzo de 2021

El miedo que nos gobierna

El miedo es lo opuesto a la belleza. Y te puede gobernar. No es libre, a pesar de lo que nos quieran contar. Suele estar condicionado. Y es la herramienta más perversa de la que dispone un estúpido para tratar de manipular a un individuo. O a todo un país.


El miedo sobreviene cuando la amígdala se apodera de ti, te rompe por dentro y por fuera. Te revienta. Y te deja a merced del falso empoderamiento del estúpido, a pesar de todo el trabajo racional y emocional que una persona en su vida haya podido realizar. El miedo, como dijo José Luis Sampedro, es la herramienta más potente que tiene el cacique. Primero te amenaza, para después ofrecerte condescendencia. Al principio te dice que te va a ahorcar. Luego te ahoga sin llegarte a matar, y así puedes llegar a decir: “Pues realmente no ha sido tan canalla, esa cacicada realmente no ha estado tan mal”. 
 
En “La Sociedad del miedo”, la obra maestra de Heinz Bude, uno de los grandes filósofos alemanes de nuestro tiempo, se dice que el miedo tiene la capacitad de ir ahogándote sin matarte de primeras. Te va extenuando poco a poco. Y su objetivo principal es el de intentar suministrar fragilidad a partir de la duda, con esa maldita dualidad incesante que deviene entre permanecer o huir. ¿Qué ocurre si resisto y permanezco? ¿Qué puede suceder si abandono esta causa y me voy? 
 
Entre el “sí” y el “no” en permanente elección vive el ser humano apesadumbrado. Lejos de la belleza que ofrece “el aquí y el ahora”. De lo cotidiano. Y surge como contraposición a la magia que trae consigo el ínfimo big bang de un instante máximo. Y para acabar con esos pequeños momentos que le hacen a uno "tropezar con la felicidad”, como diría Daniel Gilbert, aparecen acontecimientos supremos intermitentes. Y con ellos llega el sometimiento voluntario hacia el hostigamiento que produce el férreo control. “Prefiero ceder al cacique mi libertad. Porque si no lo hago quizá pudiera llegar morir”.
 
Pero toda esta manipulación que parte del miedo no es novedosa, es de lo más arcaica que pueda existir, y tiene como objetivo la fragmentación. Ya decía Hobbes que las sociedades duraderas no se obtenían por la bondad de los hombres, sino que se sostenían gracias al miedo que se pudieran llegar a tener entre ellos. Y así todavía algunos siguen a pie juntillas esta receta tan cruel. Porque solo los idiotas son capaces de tratar la división como la suma. O la resta como la multiplicación. 
 
No obstante, sucede. Y se constata en una casa, en el bar, en un colegio, en una oficina, en un palacio y también en la Red. Y nos cuentan en todos estos lugares sobre el padre que azota a su hijo. El profesor que se mofa públicamente del alumno. El jefe que abusa de sus empleados. El gobernante que engaña a todo un país.
 
Los miedos producidos por esos miserables son horribles. Injustos. Despiadados. Fundamentalmente porque vienen generados por el estatus de superioridad que se tiene sobre la víctima. Pero los más atroces, los más perversos, son los que los dirigentes de las grandes compañías, o los gobernantes de una nación, pudieran llegar a ejercer sobre su presa. Y lo son por dos motivos: porque son muy susceptibles de ser imitados y porque la cantidad de víctimas a las que proyectan su ataque es mucho mayor.
 
Durante toda esta pandemia -y también en su prólogo- nos han ido despojando sin apenas darnos cuenta del instante que procura lo bello en favor de la observación de sucesos máximos. Hechos supremos grabados, que se corroboraban en los telediarios. Acontecimientos que estaban casi fuera de la realidad, y que se alejaban de lo cotidiano. Eran causas sobrehumanas originadas por el loco de turno para llamar la atención. Y te dice llanamente con hechos: “No olvides lo que está sucediendo. Todo lo que observas depende de mí”.
 
Así que hemos visto cadáveres volar y cómo los grandes medios lo grababan para evidenciarlo. Hemos comprobado -casi familiarmente- ERTE sin fundamentar convertidos ya en ERE, y que han contado con el beneplácito de gobiernos autoproclamados progresistas. Por supuesto también hemos conocido mediáticamente infinidad de casos de gente que muere sola o que vive sola sin quererlo. Hemos sabido de personas arrinconadas por ser mayores. Y de gente que se ganaba bien la vida, pero que ahora cada vez tiene menos que comer. Y entonces, ¿cuál es el mensaje?, ¿que la escasez te espera escondida y está cerca de ti? 
 
Todo este miedo que sobrevuela de manera natural, impulsado por el cacique como una pérfida amenaza constante sobre el ciudadano de a pie, nos hace pensar de manera irracional. Extraordinariamente vehemente. Alejándonos de lo normal. De lo cotidiano. De la belleza en suma. Y por temor a lo máximo, ciertamente, se está tragando de todo. Se está engullendo de todo. Pero se hace porque, de momento, todavía las personas tenemos cosas que perder. Un trabajo. Una casa. Un coche. Un teléfono. Internet. La luz.
 
Dice Byung-Chul Han que el despertar de lo bello no se trata de un brillo momentáneo, sino de seguir alumbrando en silencio. Y realmente lo que irradia claridad no es lo sintético, sino lo común. Lo ordinario. Por eso el resurgir de la belleza llegará cuando nos demos cuenta de que el miedo no solo nos está haciendo perder cosas. El miedo que ahora nos gobierna nos está robando nuestros grandes pequeños momentos. El abrazo. El beso. Una bocanada de aire fresco en plena calle. La libertad.
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