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DAVID LAVILLA
Martes, 30 de Junio de 2020

Por favor, sálvame

Qué tristeza saber decir con exactitud lo que se ha salvado, pero no tener ni idea de lo que uno se ha llevado por delante. Lo peor de todo es que nos hemos creído el cuento de Pinocho. Porque no solo nos han confinado, también nos han secuestrado el alma y la amígdala en prime time. Así, por las buenas.


Vivimos ahora como si estuviéramos en un limbo mediático del que no sabemos si algún día podremos escapar. La donación de los milloncejos a dos de las televisiones privadas está dando para mucho.
 
Pero tengo que ser sincero. La estrategia ha sido todo un éxito para el que la ha puesto en marcha. Hasta yo algunas veces me he sentido mucho más seguro estos meses de confinamiento, sabiendo que había un tipo en la tele que nos hablaba con la misma propiedad sobre biología molecular que sobre las tribulaciones de un chino en China. O las de un famoso en el plató en formato Big Brother.
 
Y todo esto no es un mero síndrome de Estocolmo que se pasa cuando ves en vivo al secuestrador de turno. No. Yo creo que roza el síndrome de Cotard, porque muchas veces he llegado a tener la sensación de que estaba muerto. Así como si estuviera en el limbo. Muy cerquita de nuestros 15.000 compatriotas que no se les tiene en cuenta. Ni a ellos, ni a sus familias. Nos quejamos de las malditas cunetas y no sé yo si es peor esto del big data y el recuento aleatorio.
 
Pero esto no es fruto de la casualidad. Esto no lo hace cualquiera. Se precisa de un buen guion, una generosa financiación y un presentador con carisma y con altas dosis de delirio.
 
He de decir que, en mis momentos de lucidez, a veces me daba por pensar qué tipo de pollo se habría comido a medio día el salvador de las ondas. También pensaba que todo podría depender del tiro -o del tino- que hubiera tenido el guionista ese mismo día. Aunque es verdad que también este tipo de formatos están muy encanutados, y es muy difícil salirse de la raya. Por lo que si todo está atado -y bien atado- nos podríamos dar cuenta de que cada perico tiene su papel. Y eso pone mucho. Vaya que si pone. Pero, insisto, la imaginación también juega sus cartas.
 
Aunque lo del presentador me ha tenido encandilado. Porque no es fácil hilar tan fino en el mundo de famoseo. No lo hace cualquier tonto, hay que valer. Y mucho. Porque todo tiene que estar perfecto. En su punto de nieve, como en la Termomix. O algo así. También hay que tener osadía. Más bien ir de sobrado. Porque para tratar de hacer creer a la gente del otro lado del televisor que lo que el busto parlante dice son verdades como rocas, no vale cualquier Jaimito. Ese papel tan ácido en el que se llega a poner este señor no es cosa de poco.
 
El caso es que el cóctel formado por el dinerito fresco financiado, más guionista con imaginación y presentador osado puede llegar a lograr cualquier meta que se proponga la propaganda.
 
Es verdad que ya se sabe desde hace tiempo que El medio es el masaje, lo escribió McLuhan. Que la televisión es una ventana al mundo. Que las historias cuentan. Y que el dinero mueve todo tipo de montañas. Y como el gobernante lo sabe, pues se hace con la tele y te secuestra la amígdala y lo que haga falta para hacerte creer que eres un cualquiera y vas a la deriva. ¡Vamos que si vas! El otro día escuché a mi vecino gritar: “Sálvame. Soy un naúfrago. Por favor, sálvame”. Y me dejó bastante preocupado.
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