Un lapsus, una frase fallida, dicen los que quieren restar importancia a esta afirmación del General de la Guardia Civil. ¿Y si éste general no ha "metido la pata" sino que ha dicho la verdad? Ha dejado dicho Fernando Simón que "no es decente utilizar los fallos en un discurso" para atacar" al equipo de seguimiento de la pandemia.
En realidad señor Fernando Simón lo que no es decente es que, perteneciendo a un organismo europeo como el Centro Europeo de Control y Prevención de Enfermedades que señalaba la inconveniencia de celebrar actos masivos, afirmar que usted no desaconsejaría a su hijo participar en uno de esos actos masivos. Eso llevó a muchas personas a creer de buena fe que realmente no había peligro aunque en Italia la pandemia ya estaba dejando un reguero de contagios y muertes. Y lo que no es decente es decir que "no es decente" que se critique o se muestre preocupación por esa frase o ese lapsus de este general de la Guardia Civil. Lo indecente es pedir silencio, lo indecente es intentar acallar las críticas, lo indecente es amedrentar calificando de indecentes a quienes se atreven a criticar al Gobierno o al equipo de seguimiento del coronavirus.
No se trata de que el general José Manuel Santiago haya cometido un lapsus, eso se explica y si la explicación es coherente y creíble no pasa nada, la cuestión de fondo es que en estos momentos pueda haber instituciones que tengan el encargo gubernamental de monitorizar a quienes critican al Gobierno. Así que no es el General de la Guardia Civil el que está en el punto de mira de la preocupación ciudadana, sino el propio Gobierno. Y ya está bien de estigmatizar a quienes se atreven a discrepar de cómo está gestionando el Gobierno esta terrible crisis. Eso sí que es indecente, la persecución del discrepante. Así que menos lecciones de decencia.
Uno de los problemas del miedo es la desesperación que puede llevar a los ciudadanos a que entreguemos parcelas de nuestra libertad a los Gobiernos para que nos protejan. En este caso que nos protejan del coronavirus. En mi opinión no deberíamos ceder libertad a cambio de seguridad entre otras cosas porque no son o no deberían ser conceptos antagónicos por más que los gobernantes los presenten de esa manera.
Una de las pensadoras europeas mas interesantes, Carolin Emcke, decía el lunes que la tentación totalitaria puede sobrevenir a través de la vigilancia digital a la que los ciudadanos se tienen que prestar, a instancias de los gobiernos, que dicen que así pueden combatir mejor la pandemia del coronavirus. Esa vigilancia digital, el saber dónde estamos, con quien hemos estado, con quien hablamos, es la pesadilla orweliana. Y es que una vez que se ponen en marcha esos mecanismos de vigilancia nunca estaremos seguros de que no sigan funcionando una vez que se acabe la pandemia o que sean utilizados contra los discrepantes con la acción del Gobierno.
No tengo la menor duda de que Internet es un espacio donde se cometen delitos y que las mentiras corren por la Red con total impunidad y que detrás de esas mentiras hay intereses de todo tipo. Pero resulta que muchos partidos tienen sus propios equipos de trolls, equipos que se dedican a denostar, inventar, y destruir a sus adversarios políticos. Y resulta que no solo se miente, y mucho, en la Red, sino que nuestros píos gobernantes no han destacado por decirnos toda la verdad.
Desde el comienzo de la pandemia se han escudado en medias verdades para justificar decisiones y deficiencias políticas. Al día de hoy seguimos sin saber cuantas personas hay contagiadas de coronavirus y cuantas han muerto. Sería terrible que solo una hubiera una sola fuente de información, la del Gobierno, porque los Gobiernos sean del color que sean, suelen intentar ocultar muchas de las cosas que hacen, sobre todo aquellas que creen que les puede perjudicar.
Así que para que funcione la democracia no deberíamos ceder ni uno solo de nuestros derechos y libertades al Gobierno con la excusa de que así van a defendernos mejor de la pandemia del coronavirus. Esa vigilancia digital puede llevar el germen del totalitarismo. Así de simple, así de terrible.
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