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Jueves, 19 de Marzo de 2020

El virus paradójico

Desde hace unos días, todos vivimos en una sensación de irrealidad.

Cada día, a las ocho de la tarde, cuando acabo mi jornada en la radio y bajamos la persiana de La ventana, abandono una redacción antes boyante y ahora semidesierta, salgo a una Gran Vía vacía, envuelta en un impresionante silencio en donde uno es capaz de escuchar sus propias pisadas y en la que se escucha el maullar de un gato o el trino de algún pájaro despistado. Un silencio roto a esa hora precisa por un atronador aplauso que los ciudadanos lanzan desde sus casas a quienes trabajan para cuidarlos. Y después me monto en un autobús vacío camino a casa, digiriendo todo lo que el día me va dejando.
 
El mundo se nos ha vuelto de repente del revés. Y este nuevo planeta distópico tiene nuevas reglas que hasta hace una semana nos parecerían absurdas. Hemos descubierto que la mejor manera de estar juntos es separarnos convenientemente, que la mejor manera de expresar nuestro cariño es no abrazarnos ni besarnos, que lo mejor que pueden hacer los nietos por sus abuelos es dejar de visitarlos por una temporada y que lo mejor que podemos hacer por nuestros vecinos europeos es volver a activar los pasos fronterizos.
 
Hemos descubierto que los muros que levantamos para impedir el paso a las personas son incapaces de detener a un ser microscópico. Y hasta miramos con envidia la eficacia militar de dictaduras despreciables mientras echamos en falta una reacción contundente y solidaria de nuestra bendita democracia europea. Hemos sido conscientes de que nuestro desarrollo pende de un hilo y nos hace vulnerables. Pero a su vez, hemos puesto nombre a nuestros vecinos de comunidad, aplaudimos a quien no conocemos, destapamos nuestro humor para aliviar los momentos críticos y hasta, de vez en cuando, se nos escapa en la calle un saludo y una mirada cómplice a un viandante desconocido cuando salimos a comprar el pan.
 
Cuando todo pase, y tarde lo que tarde ya queda un día menos, deberemos hacer balance de lo hecho, con sus errores y aciertos, para estar preparados en la próxima pandemia que, seguro, llegará. Y antes de que eso suceda, espero que no olvidemos y que seamos capaces de disfrutar con intensidad esas pequeñas situaciones cotidianas a las que día a día no damos mucho valor pero que ahora, en nuestro confinamiento, añoramos como un tesoro.
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  • Resu

    Resu | Lunes, 23 de Marzo de 2020 a las 23:16:06 horas

    Está muy bien escrito, no le sobra ni una palabra. Porque acierta a identificar lo que necesitamos para una vida de calidad, y el precio que se nos exige por las cosas de verdad. Gracias por compartir esta meditación tan necesaria.

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